La Palabra

En busca de… Horacio López, músico

Ir detrás de la música fue su decisión. Elegir lo que significaba hacerlo bien cumplía con un precepto paterno. Aprender de los mejores le permitió crecer. Una mente predispuesta pudo descubrir algo desconocido que pasó a indicar su sino. De ahí en más pudo desarrollar su misión donde la rítmica es una posibilidad de entender casi todo lo demás. En esta charla soleada nos cuenta su historia.

 

LP - ¿Qué infancia tuviste para tener este presente?

H.L. - En cuanto a lo musical te podría decir que mi vieja que era de Catamarca escuchaba folklore todo el tiempo que podía. Nací en Mataderos, y después nos fuimos Catamarca, volvimos a la ciudad de Buenos Aires, nos mudamos a Isidro Casanova y no paré más hasta acá. Y mi viejo que era porteño escuchaba todo el tiempo tango. Hace un montón de años, ya tengo sesenta y seis años. Con lo cual te puedo tararear todos los formatos que escuchaba porque me quedaron en la memoria y los tangos de Julio Sosa y demás porque mi viejo escuchaba. Musicalmente fue una formación muy interesante a ese nivel. En cuanto a la niñez misma viví una niñez con una felicidad solitaria, ya que mi casa era un lugar de mucho conflicto, entonces a partir de ahí, me aislaba con mi propia felicidad, jugando a las bolitas, por ejemplo cuando jugaba a las bolitas practicaba todo el tiempo y si jugaba a las figuritas, todo el tiempo hasta que me perfeccionaba. Y todo eso después digamos que era mi pequeña felicidad interna y cuando iba a jugar con los demás ganaba. En ese sentido de alguna manera me evadía del conflicto fuerte que había en mi hogar. De esa manera fui creciendo y en mi adolescencia me atrapó la música.

LP - ¿Cómo fue tu orientación cuando llegó la música?

H.L. - En realidad la música llega a mí de una menara extrañísima porque no tenía la menor idea, vivía en un lugar bastante humilde y si bien había escuchado discos nunca había visto un grupo en vivo. Y tenía catorce años. Estábamos en un recreo del colegio industrial, con otros alumnos más. Uno dijo “vamos a hacer un grupo”, otro dijo “hagamos uno tipo Beatles”. Y dijeron “yo toco la primera guitarra”, otro “yo la segunda guitarra”, “yo toco el bajo” dijo otro, y yo dije “yo la batería”. No hubo elección, ninguna, en ese sentido responde a tu pregunta qué elegí. No elegí nada, causalidad. Al otro recreo nos habíamos olvidado del tema. No la voy con la escuela, me echan, mi viejo me manda a laburar a una tornería porque quería que fuese tornero. Ahí hay un flaco de veintipico años, me entero que toca la guitarra, pasa a ser mi ídolo. Le digo que soy baterista sin haber visto una batería en mi vida. Seguimos charlando a tal punto que le empecé a mentir que tenía un grupo, le mentí los nombres de mis músicos, al año de esa mentira no podía sostenerla más. Tenía un disco de Los Beatles, y mientras lo escuchaba, miraba al tipo que tocaba la batería en una posición y me imaginaba cómo lo hacía. Año sesenta y cuatro. Y el flaco me estaba invitando a tocar, me fui del trabajo de vergüenza. A los dieciséis años viviendo en Buenos Aires, un vecino tocaba la batería, le toqué el timbre y empecé a tomar clases con él. A este muchacho le gustaba mucho el dinero y tomaba todos los trabajos que le ofrecían, entonces me manda a mí a acompañar a una cantante, y yo siempre con los mismos recursos. En algún momento fueron dándose las cosas, tomo más laburos, y me fui haciendo en esa escuela tocando con muchos y a los diecisiete años entro a los cabarets en el bajo haciendo el cambio a un baterista. Año sesenta y ocho. En esa zona laburarían cuatrocientos a quinientos músicos. Además hacía fletes y me quedaba dormido manejando, ahí decidí quedarme con la música a los dieciocho.

LP - ¿Cuándo diseñaste tu propio proyecto?

H.L. - No tengo proyecto. El proyecto mío sería como el existir, como el estar. Hay algo que tengo seguro que voy atrás de la música, eso a esta altura ya me di cuenta. En ese momento lo único que hacía era sentir que iba tocando cada día mejor, y así como estudiaba a jugar a la bolita, agarré la batería y estudiaba ocho horas diarias para estar lo mejor posible. Porque había una frase que mi viejo me la dijo bastante: “si vas a hacer algo tenés que hacerlo bien”. Entonces era como un mandato.

LP - Antes de empezar con la escuela. ¿Hasta ese momento venías tocando con músicos importantes?

H.L. - Sí, tremendo. De los cabarets salto a tocar a los veinte años con el pianista Santiago Giacobbe, con Adalberto Cevasco y Ricardo Lew. Ellos fueron los que me catapultaron porque venía tocando una música mucho más tranquila de acompañamiento pero con ellos fue otra cosa. Me hizo mucho bien. Con mi capacidad con la música me empiezan a llamar, para Aruba y después me voy a Estados Unidos a acompañar a Jon Lucien, un cantante afroamericano que grababa con todos los más grandes. Cuando lo conozco en el Sheraton de Aruba -estaba en la mesa con su mujer y la esposa de Herbie Hancock- me invita a tocar con él a Estados Unidos. Y fui con conflicto porque ahí estaba ganando bien. Sus músicos eran impresionantes y ahí estaba la música. Eso me costó en el matrimonio de ese momento. Pero me mandé atrás de la música, hicimos una gira muy interesante. En piano estaba el arreglador de Milton Nascimento, el percusionista era el de Miles Davis y un bajista reconocido. Conocí a Herbie Hancock y fuimos a la casa varias veces. El era una especie de sacerdote zen como Jon, y se juntaban para hacer los rezos del budismo zen y después se zapaba en el estudio. Y esas zapadas eran insuperables, para mí era increíble porque a mis veintiséis años no hacía mucho estaba en mi casa escuchando los discos de esos tipos. Toqué también con Dino Saluzzi, Rubén Rada, Pablo Ziegler, hay un montón más.

LP - ¿Cómo te definirías?

H.L. - Podría definirme como docente de vocación y músico de profesión, porque la docencia fue algo importante también, así como hacía con las bolitas y les enseñaba a los pibes cómo tenían que hacer, siempre tuve esa vocación de servicio. De hecho mi primer alumno lo tuve cuando recién arrancaba y tenía parálisis en los brazos y él creía que la batería le iba a hacer bien. A partir de ahí no paré más con la docencia. En el año ochenta y seis hago un click importante porque sueño con un brujo que me dice que lo único que hay que hacer para equilibrar el bien y el mal son tres golpes. Se acuclilla y los hace un sus rodillas. La visión que yo tengo de ese brujo es tan fuerte que me quedó una sensación como si estuviese todo el tiempo acá el brujo, en este lugar. Y lo que me dijo fue tremendo. Cuando hizo los tres golpes fue tan clarito que fue una lección. Yo lo miraba cómo lo hacía, de repente se paró, me miró y desapareció. No tengo el rostro pero tengo la mirada. A partir de ahí la entrené inmediatamente esa misma mañana, y a cada segundo que tocaba eso empecé a descubrir un universo infinito e increíble. El ADN de la técnica afro. O sea como un gen que a partir de una determinada célula clínica se fue mutando. Eso es para mí tremendo, hoy lo puedo decir con una garantía que son mis alumnos. Siempre lo dije, en su momento fue más difícil que se comprendiese, eso no significa que yo inventé nada, en realidad yo descubrí. Pero descubrirlo es interesantísimo porque para mí fue en cuanto a la rítmica musical descubrir lo que estaba tocando desde otro lugar, desde el conocimiento del por qué es así. Cuando descubrís todo el proceso que hace para llegar a eso, por qué es así, es impresionante. A partir de ese momento hasta hoy no paro de sorprenderme porque todo el tiempo, como es infinito, yo ya soy la voz, un difusor genético de la rítmica, y manipulo esos genes a voluntad. Del año ochenta y seis al noventa estudio esto y aprendo la metodología, pero sigo dando clases pero con la metodología tradicional. En el ochenta y ocho se lo comunico a un par de alumnos -Santiago Vázquez, Andy Inchausti y alguno más- si ellos querían yo se los empezaba a transmitir pero estaba en proceso de investigación. Y con el tiempo fui armando un proyecto con cierta metodología y así ideé la Escuelaclave.

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

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