La Palabra

En busca de… Francisco Occhiuzzi, médico

LP - Cómo se previene esta enfermedad del ego. 

F.O. - Solo la humildad es apta para derrotar a la soberbia. Para ello, debemos obtener primero, una auto imagen y un auto concepto verídicos de nosotros mismos, porque frecuentemente no somos quienes creemos ser. Debemos exteriorizar nuestra soberbia para luego poder deshacernos de ella. Solo quienes logren alcanzar la humildad se sentirán tan orgullosos sin fama ni renombre, como si fuesen los más grandes y famosos del mundo, no los excitarán ni agrandarán los elogios y ocuparán el último lugar tan tranquilos como si ocupasen el primero, porque saben perfectamente quiénes son.

LP - ¿Ser considerado “doctor” sin doctorado contribuye a sentirse majestuoso? 

F.O. - Nos acostumbramos desde que somos estudiantes que los pacientes nos digan “doctor”, aunque sepan que no hemos terminado la carrera y, después de recibirnos nos siguen llamando “doctor”, aunque seamos médicos que no hemos cursado el doctorado. El Doctor es un grado académico, que se puede obtener una vez finalizada la carrera y, para obtener dicho grado, es necesario elaborar una tesis doctoral donde se realiza un estudio sobre un tema original. Sin embargo, el significado de “doctor” en el Diccionario de la Real Academia Española es: “Médico u otro profesional especializado en alguna técnica terapéutica”. Creo que aquél que se siente majestuoso simplemente porque le llamen doctor, tiene claramente, un síntoma de broncemia.

LP - Otras profesiones que ostentan este mismo diagnóstico. 

F.O. - Creo que hay broncémicos en cualquier actividad que el hombre desarrolla. La psicología habla de un narcisismo primario, por el cual, desde los primeros meses de vida, el niño se toma a sí mismo como objeto de amor y el mundo exterior no existe para él. El narcisismo es un fenómeno universal y, el hombre desarrolla desde muy temprano en su vida un narcisismo sano. Pero, cuando ese narcisismo sano se niega a reconocer sus propias fronteras y pretende ubicarse por encima de los demás, se vuelve patológico, y eso es soberbia.  

LP - ¿Quiénes lo ayudaron a inspirarse para el libro? 

F.O. - Si bien las vidas de Pedro Laín Entralgo, Wilfred Trotter y Bernie Siegel fueron para mí modelos cardinales, hubo muchos médicos de épocas pasadas y también contemporáneos, algunos famosos y otros completamente desconocidos, que dejaron en mi espíritu y en mi corazón huellas indisolubles. Que me conmovieron por su humildad, su respeto y amor por los que sufren, y naturalmente por su profunda empatía. Siempre tuve presentes en mi cabeza de médico, tres pensamientos de Ibn Sina, más conocido como Avicena (980-1037): 1) La imaginación es la mitad de la enfermedad. 2) La tranquilidad es la mitad del remedio. 3) La paciencia es la mitad de la cura.

LP - ¿Cómo fue concebida la tapa de la edición? 

F.O. - Siempre imaginé la tapa del libro como un cuadro de Dalí mostrando la cabeza de un personaje de bronce, que estallaba y dejaba ver dentro de ella la verdadera imagen del mismo. Aunque después, me gustó más y acepté la que me propuso la editorial. Es la cabeza de un hombre que está siendo impregnada por el bronce, el cual ya infiltró la mitad derecha de la cara, incluyendo el ojo, mientras que la mitad izquierda, mantiene un color muy pálido, como si no tuviese vida. No sabemos a qué época pertenece el personaje, porque tiene una especie de camisa o túnica conformada por anillos de metal entrelazados que se comenzó a usar en el medioevo, y usa los anteojos en la parte baja de la nariz porque mira a los hombres desde arriba, ya que considera todos los demás están por debajo de él. 

LP - Alguna anécdota del ámbito de semidioses autoerigidos.  

F.O. - “Tengo que cambiar de nuevo los amortiguadores del auto porque se arruinan con el peso de mi bronce”, me decía con picardía cuando pasaba a mi lado un colega amigo, mucho más joven que yo, que reconocía abiertamente su broncemia. Hace ocho años, en diciembre del 2012 lo recuerdo perfectamente, ocurrió en su consulta un episodio tan trascendente para él, que su vida, personal y profesional, hizo un giro de ciento ochenta grados. Debía hacerle una histerectomía a una mujer que presentaba en el examen preoperatorio una severa infección vaginal. Le indicó óvulos intravaginales y la citó una semana después para ver los estudios prequirúrgicos y fijar la fecha de la cirugía. Entonces la paciente le contó que su flujo vaginal había aumentado muchísimo. Al revisarla, comprobó que tenía en su vagina los óvulos que le había recetado con sus respectivas coberturas de plástico. El reaccionó de muy mala manera, le gritó, le dijo que era una paciente desatenta, que no cumplía con las indicaciones, que le alteraba los turnos de cirugía, etcétera, etcétera. La mujer se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar y a pedir disculpas: “Por favor no me rete más doctor, vivo en una sola pieza, con mi hija, su marido y mis cuatro nietos. A la noche, al apagar las luces, y con mucha vergüenza, me colocaba los óvulos a oscuras, y por eso no podía ver que estaban envueltos, perdóneme por favor”. La actitud de profunda vergüenza de la mujer y esa respuesta tan especial, lo perturbaron e impactaron de tal manera, que en ese mismo instante su cabeza hizo un clic y creo que, por la primera vez en su carrera profesional, se colocó efectivamente del lado del “otro”, y su corazón se conmovió. Al día siguiente me llamó por teléfono y me invitó a tomar un café. Me contó lo que le había pasado y lo que le estaba ocurriendo. Que no pudo dormir la noche anterior pensando en cuántas veces se habría comportado de esa manera tan despreciable con otros pacientes. Finalmente terminó haciendo su catarsis conmigo y, puedo asegurar, que, a partir de ese día y con mucha alegría, comencé a reconocer en él a otro hombre.  

LP - Su misión en la vida. 

F.O. - Es similar a la de cualquier médico: auxiliar a quienes necesitan atención profesional, acompañarlos y, si es posible, ayudarlos a curar sus enfermedades y, a medida que aumente nuestra experiencia, educar a los colegas más jóvenes para que cumplan del modo más humanitario posible su tarea profesional. Durante cincuenta y cinco años de práctica profesional pensé que nuestro compromiso inamovible era quitarles a los que sufren, la pena y el dolor. Pero al respecto, quiero terminar esta entrevista, recordando una conmovedora historia que Vallejo Nágera relata en su libro Concierto para Instrumentos Desafinados, publicado en 1980. En ella cuenta que un anciano, internado en la institución psiquiátrica donde él trabajaba, había perdido repentinamente a su esposa, con la cual el paciente tenía una especial relación y quería muchísimo. Al verlo tan angustiado, Nágera le ofreció un medicamente diciéndole que era un tranquilizante que le ayudaría a mitigar su pena, pero el anciano le expresó suplicante: “No dotorcito, no. La pena no me la quite. ¡Es lo único que me queda de ella!”

LP - Algo más que desee agregar. 

F.O. - En cuarentena, contenidos en nuestras viviendas y alejados de nuestras familias amigos y pacientes, advertimos que no somos tan importantes como pensábamos, que nuestra soberbia se empequeñeció al punto de damos cuenta que somos todos iguales y que las relaciones interhumanas solo se sustentan con solidaridad. A pesar que los médicos sabemos que muchos enfermos se mueren en soledad y con sed de piel y que conocemos muy bien la importancia del contacto y las caricias en nuestra profesión, la pandemia nos ha impuesto cambios radicales. No tocar a los pacientes, a nuestros padres, a nuestros hijos o nuestros nietos, es en esta época del coronavirus, un acto de amor verdadero. El dinero, la belleza, el poder y la fama, hoy sabemos concluyentemente que no valen nada, pues el coronavirus nos mostró a cada uno de nosotros, los límites que no podemos superar, aunque tengamos dentro nuestro todo el bronce del mundo.  

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

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