La Palabra

En busca de… El Tropezón, protagonista

LP - ¿Dónde nació usted?

R.R - En Castelar, provincia de Buenos Aires, mi infancia transcurrió todo el tiempo en el oeste bonaerense.   

LP - ¿Cuánto hubo de tango en su infancia?

R.R. - Desde que nací, siempre. Porque los primeros doce años de mi vida  en mi casa no había televisión, no la podían comprar, y también era como una decisión no tener televisión, una cosa rara. No era necesario. Mis compañeras de colegio sí tenían, yo no. Pero yo escuchaba tango todo el día, el tango y a Lola Flores. Esos eran realmente mis debilidades.

LP - ¿Y para formarse profesionalmente qué eligió?

R.R. - En realidad soy docente, trabajo todavía en una escuela de Morón, cuyo colegio secundario “Virginia Gamba” fundé en el año noventa. Y ahí hace veintinueve años que estoy. Empecé con catecismo, después me llegó el cargo de representante legal nombrada por el Obispo Monseñor Justo Laguna, cuando antes no había mujeres en ese lugar, eran hombres, o laicos consagrados, o sacerdotes. Y este colegio hoy es un ejemplo para Morón y para el barrio. Y siempre con amor al tango, a las raíces nuestras, al folklore nuestro y al español, que tiene mucho que ver, el tango, el amor, el desamor, y la copla española lo mismo. Y además adoro todo lo antiguo, es algo a lo que le doy valor. Muchos decían que podía abrir El Tropezón seis meses antes, pero yo quería tener en cuenta hasta el último detalle de la decoración. Espejos, arañas con caireles, bronces, hasta el bandonéon que exhibimos. Todo lo que se ve en cada objeto está pensado para cada lugar.

LP - Si ustedes no vienen del rubro gastronómico ¿cómo pudieron concretar el proyecto?

R.R. - Mi hijo Chicho que fue el compró la marca, me dijo: “Si vos querés dedicarte a la gastronomía tenés que estudiar”. Entonces me inscribió en la Universidad Di Tella, ahí hice un curso el año pasado de administración gastronómica que me sirvió muchísimo. Y los referentes de la escuela de cocina que nos ayudaron a armar la carta y nos aconsejaron. Hemos llamado para todo a los especialistas o que estaban en el rubro. En eso hemos sido muy prudentes porque lo hacemos con toda la seriedad y el respeto que la historia merece. Esto es una catedral del tango, sin desmerecer a la verdadera catedral la del culto,  pero es un templo. Acá he visto desde que abrimos, gente que entra y me recuerda su infancia, que elige el ambiente, la música, que se siente a gusto. Hay que creer en todo lo que es positivo en la vida.

LP - ¿Quiénes vinieron a la inauguración?

R.R. - No invité a nadie porque no tenía tiempo, pero ese día se llenó. Terminamos la obra un lunes y el martes abrimos. Como estamos en avenida Callao y al lado de un estacionamiento, la gente que pasa ingresa. Nosotros empezamos a las ocho de la mañana y nos quedamos hasta el cierre a la noche.

LP - La divulgación es para destacar también.

R.R. - Tengo que agradecer muchísimo a la prensa que fue muy generosa con nosotros. Todos los días me llaman de algún medio espontáneamente. Y lo importante es que esta vez en lugar de ser noticia un escándalo, es noticia algo tan hermoso como abrir una joya de Buenos Aires.

LP - ¿Y la historia del puchero de gallina?

R.R. - Según lo que leí, es que como a este lugar lo fundaron dos españoles: un asturiano y un gallego -particularmente adoro a los españoles porque mi abuelo era de ahí y visito el lugar donde vivía, vengo de ahí, de los Rodrigo de Peñausende, Zamora: y mi yerno es hijo de asturianos y le tengo un respeto muy grande a esa familia de trabajadores- y trajeron el “cocido” de Madrid. Lo adaptan acá y hacen el puchero, dándole un ingrediente más que es la gallina. Acá venía Carlos Gardel a la mesa cuarenta y ocho a comer pucherito de gallina. El otro día vino un señor mayor que me dijo que venía con Roberto Medina que escribió el tango “Pucherito de gallina” porque comían acá.

LP - ¿Cómo se sirve?

R.R. - Le quisimos dar un cambio de forma. Estábamos acostumbrados en otros lugares tradicionales a que nos sirvan todo en la mesa. Pensamos en el puchero buffet, donde cada uno se sirve lo que le gusta en una mesa central en la que están los chafines que conservan el calor y las ollas de fundición hirviendo donde están la gallina, el vacío, la falda, el osobuco, los caracú, el cerdo y después las salsas. Hay gente que le incomoda servirse, pero consideramos que de esta manera cada uno puede elegir lo que le gusta. 

LP - Podemos hablar de un lugar al que la gente necesitaba volver a disfrutar.

R.R. - Mucha gente me habla haciendo referencia de su vida y este lugar. Ya sea viniendo a visitarnos y a veces por teléfono también. Consultan por los ingredientes del puchero. Yo estoy veinte horas por día en el restorán. Por ejemplo, en el caso de los postres, son los que conocemos como argentinos: queso y dulce, arroz con leche, churros, alfajores de maicena.

LP - ¿Algún acontecimiento para destacar en todo este proceso de recuperación?

R.R. - Como siempre digo, siento que es una cosa de Dios. Había en el sótano un caño y no sabía cómo hacer con él, vino mi hijo y me dijo que quedaba bárbaro donde estaba instalado y me solucionó el problema. Después decidí picar la pared y aparecía algo importante. Venía el herrero y me aseguraba que las ventanas eran de bronce. Fui a comprar arañas antiguas a San Telmo y suponía no encontrar parecidas, pero el vendedor me ofreció casi iguales las cuatro que necesitaba. Cosas increíbles que me iban sucediendo y siempre a favor de esta causa. Todos los días me pasaron esas cosas.

LP - ¿Qué espera de esta propuesta que pudo poner en marcha?

R.R. - Quiero que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires haga de esto un lugar histórico porque dentro de un tiempo me jubilo. No espero nada más que eso. Realmente hemos invertido mucho dinero y sabíamos cuando tomamos la decisión que nunca lo íbamos a recuperar, pero en lugar de comprarme una casa en algún lugar de turismo lo puse en valor para un lugar histórico que toda la gente pueda disfrutarlo recordarlo y traerle buenos recuerdos. Y trabajamos en esto por el honor.

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

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