Tras el flojo resultado en las primarias, los candidatos
oficialistas parecen dispuestos a sincerar algunas de las
deficiencias económicas que la Casa Rosada se ocupó de presentar
en los últimos años como insignificantes desajustes del modelo.
Tal vez eso explique que postulantes como Martín Insaurralde o
Daniel Filmus hayan admitido por un lado que la inflación es un
"problema", y que la Argentina está "devaluando".
Decisiones adoptadas en lo más alto del poder revelan que ese
sinceramiento alcanza también a problemas que figuran al tope del
ranking de preocupaciones de la opinión pública, como la
inseguridad.
Si bien se dio el primer paso -reconocer el problema-, falta
aún afrontar el desafío mayor: encontrar el remedio que posibilite
encarar las soluciones.
La presidenta Cristina Fernández convocó a la mesa de Diálogo
Social, lo cual deja traslucir cierta inédita apertura a escuchar
otras voces, pero la duda es qué nivel de influencia tienen esos
pocos empresarios y sindicalistas elegidos, los "titulares", para
aportar las correcciones que hacen falta.
La suba del mínimo no imponible de Ganancias y la promesa de
bajar la presión impositiva sobre monotributistas y autónomos,
parecen ir en el sentido de reconciliarse con sectores de la clase
media que se sienten excluidos de las políticas gubernamentales.
Inflación e inseguridad no son los únicos problemas que el
oficialismo empieza a admitir.
Antes de las elecciones del 27 de octubre, el gobierno
anunciaría el nuevo Indice de Precios al Consumidor, que buscará
ser algo más confiable que el actual.
Es un dato que viene siendo seguido de cerca por los mercados y
también por inversores internacionales y tenedores de bonos de la
deuda.
Pero ese indicador, cuya pérdida de credibilidad es casi total,
también genera exasperación entre los consumidores, cuando viven
casi como una tomadura de pelo que se les informe una inflación
que nada tiene que ver con lo que ocurre al hacer las compras en
el supermercado o abonar distintos bienes y servicios.
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LOS BUITRES Y LAS
GUARIDAS FISCALES
La presidenta libró una batalla en la cumbre del G20 para que
se incluya la cuestión de los fondos buitres y los canjes de deuda
en la declaración final de los presidentes, pero la tajante
negativa de los Estados Unidos lo impidió.
Sin embargo, a la jefa de Estado le quedó el consuelo de haber
logrado que de aquí en más deje de utilizarse el término de
"paraísos" y se lo reemplace por el de "guaridas fiscales", a esos
lugares del planeta donde se recibe dinero sin preguntar
procedencia.
La Argentina ha sufrido en carne viva el funcionamiento de esas
"guaridas", donde se encontrarían parte de los 400.000 millones de
dólares que tienen los argentinos fuera del sistema formal.
Los datos fueron estimados por la organización Tax Justice
Network, solo toma en cuenta la riqueza financiera y excluye otros
activos como propiedades inmobiliarias.
El país ocupa el cuarto lugar dentro de América Latina en
cuanto a la cantidad de habitantes que más dinero posee sin
declarar fronteras afuera.
Pero si el gobierno quiere que esos capitales regresen a la
economía formal deberá hacer un esfuerzo enorme.
En primer lugar reconocer que el "cepo" al dólar terminó de
destruir la poca confianza que quedaba en la Argentina, porque a
partir del primero de octubre de 2011 ciudadanos y empresas
tuvieron la certeza de que otra vez el país repetía la "trampa
cambiaria" dejándolos a tiro de devaluación.
La existencia de un mercado paralelo cada vez más pujante,
donde el dólar se comercializa 60% por encima del valor oficial,
refleja que la Argentina ya devaluó el peso, y que ahora solo
falta admitir a cuánto llegará el daño.
El hecho de que la mayor creación de empleo desde el 2011 se
haya dado entre los "arbolitos" que vocean "dólar, euro, real" en
la city porteña es el reflejo de que la decadencia económica
vuelve a estar a la vuelta de la esquina en el país.
El daño que provoca la existencia de múltiples tipos de cambio
aún no parece haber sido dimensionada por la Casa Rosada.
Un ejemplo ayuda a entender lo negativo del fenómeno: más allá
de que se aplique un paliativo a través del bien intencionado
Plan Procrear, el sueño de la casa propia quedó nuevamente
demasiado lejos para cientos de miles de familias.
Ahora, para adquirir una propiedad se necesitan un 60 por
ciento más de pesos que antes de la aplicación del cepo, porque
los precios aumentaron a la par de la cotización del dólar "blue"
y la inflación se ocupa de hacer el trabajo restante cada día para
que ese deseo vuelva a quedar incumplido.