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El otoño (y la vida) desde la ciclovía

Por Víctor Hugo Ibáñez

Con frecuencia escucho hablar a personas que cuando se refieren al otoño, lo hacen asociándolo con los días grises y de llovizna o neblina. Que sin duda los tiene, lo reconozco y debemos aceptarlo.
Pero una mañana de estas, caminando por Remedios de Escalada e ingresando al hermoso paisaje de la ciclovía (rumbo al este), “descubrí” -si se me permite el término- que hay otro otoño.
Y el que yo vi en esta ocasión fue una verdadera fiesta de colores, con una forestación que para explicarlo en trazos gruesos, mostraba sus follajes amarillos, ocres, con tonos cobrizos y rojizos; junto a los verdes cotidianos, claros y oscuros. Todo ello haciendo juego con un cielo celeste resplandeciente, y debo decirlo también, bajo la sonrisa luminosa y chispeante del sol.
Para completar ese paisaje destaco la presencia de variedades de flores, que lucían orgullosas su diversidad de formas y colores. Algunas me miraban desde lo alto, y otras más atrevidas se mezclaban conmigo cruzándose en mi camino.
Y haciendo un juego de analogías, se me ocurrió la pretensión de trasladar esas sensaciones y percepciones a la vida misma. Y razonar lo siguiente: asumo que en ciertos momentos debemos afrontar circunstancias que hacen que veamos los días grises. Esta apreciación la realizo desde mi existencia simple y austera, y por supuesto admito que habrá situaciones muy disímiles en cuanto al grado de dificultad que puedan presentar. Pero a lo que quiero llegar es que: presionados y confundidos por ellas, nos olvidamos de los “colores” de la vida. Justamente lo que no deberíamos perder de vista.
Y como consecuencia de lo anterior nos gana el pesimismo.
Si observamos la realidad argentina tenemos muchos motivos para ver los días grises, y sé que nos toca una tarea ciclópea para volver las cosas a una elemental normalidad.
Pero entiendo que siempre deberá estar en cada uno de nosotros -usted puede coincidir o no- el dar el primer paso para revertir esa situación. Tendremos que avanzar por el camino que nos permita (valga la reiteración) ver los colores de la vida, y marginar los días grises. Y por supuesto, ese primer paso lo daremos dentro de nosotros mismos. Quizás puede ser en una ocasión con la ayuda de otra u otras personas, o con un escenario que se nos vuelve favorable a partir de una contingencia impensada.
Enfocados ya en esa acción, puedo pensar que tal vez la realicemos templando nuestro corazón, con el sentimiento virtuoso que transmite la presencia y el apoyo de la familia. Hasta puede ser también motivados por una canción que nos emocione, o una lectura que nos enriquezca el alma. Quizás con la satisfacción que produzca el encuentro con una persona amiga, el ingreso de alguien a nuestra vida, y por qué no, con la mirada expresiva y tierna de una mascota. Se me ocurre otra posibilidad, como por ejemplo los olores agradables de una comida que nos transporten a nuestra niñez, o a cualquier otro momento que recordemos gratamente.
Los colores de la vida están siempre, y debemos tener la constancia para buscarlos.
En mi caso, el hecho de recorrer la ciclovía me proporciona un momento realmente gratificante, y me resulta un ejercicio inspirador. No tengo que irme tan lejos y me “recarga las pilas”.
La vida nos transporta por una variada gama de sensaciones. Debemos tratar de aprovechar toda la imaginación que la naturaleza puso a nuestro alcance, porque también con nuestros sueños podemos construir grandes realidades. Ese es un desafío importante.
Como mensaje final digo: si pude ser claro con lo que quise expresar y aportar y logré que ustedes interpretaran correctamente estas palabras, corresponde también que agradezca la generosidad con la que aceptaron leer estas reflexiones. Porque con esa actitud me permiten seguir viendo y disfrutando el perfil más lindo y agradable de la vida, a la vez que compartimos un pensamiento. Y hasta tal vez coincidimos.
La bicicleta del cartel indicador de la ciclovía nos invita a andar.
¡Hasta la próxima!  

Autor: REDACCION

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