Aun cuando esta vez fue Francia, como ocurre cada vez que se producen esta clase de atentados criminales impulsados por una furia asesina que excede las fronteras de las explicaciones y el entendimiento, todo el mundo quedó conmovido, y mucho más que eso conmocionado por esta sinrazón del ataque artero, sorpresivo, que le resta la más mínima esencia a la vida humana, andando a contramano de los que son los valores mínimos y básicos de la convivencia.
El país galo es desde hace tiempo el que más ataques recibió del terrorismo internacional, pero absolutamente nadie queda exento ni liberado de esta permanente amenaza, lo cual se comprueba con sólo volver un poco atrás la memoria, incluso aquí mismo en la Argentina, donde los trágicos escenarios de la embajada de Israel y la sede de la AMIA, aún provocan escalofríos de sólo recordarlos, habiendo dejado un dolor cuyas heridas nunca alcanzarán a cicatrizar. La lista sería interminable, lamentablemente, ni siquiera exceptuándose aquellos países que se ubican entre los más seguros del planeta, como Estados Unidos por ejemplo, cuando aquel fatídico 11 de septiembre con el derribo de las Torres Gemelas.
El mundo responde al terrorismo actuando con las leyes, el derecho y las libertades individuales, como corresponde hacerlo, pero por cierto el esfuerzo no es suficiente, al menos para tratar de prevenir esta clase de atentados, que esta vez tiñeron de luto a Francia y al mundo entero, que deja caer sus lágrimas, que son no sólo por los que injusta e inútilmente vieron allí truncas sus vidas, sino por el enorme riesgo que una minoría recalcitrante, llena de odio y resentimiento, despojada de todos los valores de la humanidad, significa para la convivencia fraternal que debe prevalecer en el mundo.
El terrorismo es el peor flagelo que existe en el mundo, pues no admite razones, está más allá de las palabras y la comprensión. Y utiliza la fuerza destructiva, la violencia expuesta en sus más diversas formas de infinita crueldad, que puede manifestarse desde causar explosiones en lugares públicos, decapitar a rehenes que ni siquiera fueron sus enemigos, o ametrallar a gente en la platea de un teatro. Todo es posible en esta interminable sucesión de episodios que enlutan al mundo, y que esta vez tuvieron epicentro en Francia.
Demuestra además el terrorismo, un nivel de organización y planificación realmente temibles, con avanza tecnología y equipamiento, con militantes dispuestos a dejar su propia vida en el intento, conformando de tal manera una combinación letal, sostenida además en lo inesperado. Esta vez fueron 7 ataques prolijamente dispuestos y prácticamente simultáneos, que impactaron en el corazón mismo de París, donde decenas de muertos y destrucción, que llevará muchísimo tiempo poder superar, por más que las víctimas se sepulten y recuerden y los edificios se reconstruyan. La vida en la Ciudad Luz nunca volverá a ser la misma, el temor estará por muchísimo tiempo latente, dando cuenta de estas facciones que están al margen de lo más elemental de la humanidad: la posibilidad de entendimiento.
No fueron suficientes las previsiones, pues se sabía del nivel de exposición a un ataque de estas características, luego que el 24 de septiembre la aviación francesa participara activamente del ataque sobre los grupos de ISIS en sus bases y asentamientos de Medio Oriente. Es una lucha difícil, sin cuartel ni debilidades de ninguna clase ya que el enemigo al frente es sumamente poderoso, mostrando energía en la respuesta y especialmente en la prevención, pero sin dejar de ejercer, y aún con mayor énfasis, inteligencia y empeño, la posibilidad del acuerdo, de la integración, en definitiva de la superación de estos episodios.
Definir el terrorismo necesita de pocas palabras, bien precisas y contundentes: "Es la dominación por medio del terror, el control que se busca a partir de actos violentos cuyo fin es infundir miedo. El terrorismo, por lo tanto, busca coaccionar y presionar a los gobiernos o la sociedad en general para imponer sus reclamos y proclamas".
El mundo está frente al enorme desafío de tener que superarlo. La puerta de la esperanza, y de los deseos, siempre permanece abierta. Aun cuando cueste mucho más comprenderlo en estos momentos de mayor dolor.