Editorial

El mundo en riesgo

Hay noticias que realmente le pegan un durísimo golpe a la esperanza, a la confianza en el futuro, que dejan tambaleante al espíritu. Es que mientras desde los foros internacionales y las repetidas cumbres del clima y el medio ambiente se formulan espléndidas declaraciones, se toman compromisos y obligaciones, y se formulan acuerdos como para tomar medidas que cada vez deberían ser más urgentes frente al avanzado deterioro de las condiciones de vida del planeta, en los hechos ocurre exactamente lo contrario. Así sucede con las emisiones de dióxido de carbono, los conocidos como gases de efecto invernadero que producen el recalentamiento sostenido, que en cada cumbre del clima se fijaron plazos para ir eliminándolo paulatinamente, cuando ahora nos enteramos que en 2010 se alcanzó el nivel más alto de toda la historia en la emisión de esos gases. 

Se trata sin dudas de un durísimo revés para las aspiraciones  que se tienen en sostener una lucha firme y enérgica contra el recalentamiento de la tierra, el que viene produciendo gravísimas alteraciones, como por ejemplo el deshielo de los casquetes polares, las grandes inundaciones por el aumento del nivel de los mares, y la transformación de grandes regiones en zonas áridas, con la extinción de miles de especies de fauna y flora, con una tremenda alteración de todo el sistema. Lo cual, sin dudas, significará una total modificación de las condiciones de vida, en todo sentido, pero muy especialmente para la raza humana, que ha sido la causante de tamaño nivel de destrucción, y que ahora, cuando se requieren medidas enérgicas en la búsqueda de soluciones, se dejan prevalecer intereses económicos por sobre los de toda la humanidad.

Es que la emisión de gases de efecto invernadero son producidos por ciertas industrias, cuya mayoría están radicadas en Estados Unidos, China y la India, explicando esos tres países con gran preponderancia del primero de ellos, más de la mitad del total de gases liberados al espacio, que son los que con su efecto de acumulación provocaron los por ahora enormes e irreparables agujeros en la capa de ozono, la que protege de los rayos ultravioletas del sol, los que ahora con su filtrado directo recalientan la tierra y modifican el clima en casi todas las regiones del planeta.

Repasemos un poco los antecedentes. Desde hace unas tres décadas se vienen fijando plazos para ir reduciendo la emisión de gases, pero hay países que incumplen de modo absoluto las disposiciones, tales como los ya mencionados, que prefieren preservar a sus industrias que el hábitat que todos compartimos. No es que sólo no limiten la liberación de esos gases, sino que en 2008 se había establecido el récord de emisión, según constatación de la Agencia Internacional de Energía, reduciéndose sensiblemente en 2009 como consecuencia de la crisis mundial, pero ya en 2010 se volvió no sólo a recuperar el ritmo, sino que se volvió a batir el récord de lanzamiento de esos perjudiciales gases que se acumulan en la atmósfera con tan negativas consecuencias.

Es que mientras en 2008 se habían liberado gases por 29,3 gigatoneladas, en 2010 se alcanzó a 30,6 gigatoneladas, agravándose cada vez más la situación. Del total, el 44% de los gases proviene del consumo de carbón, el 36% vinculado al sector del petróleo y el 20% al gas natural. Se trata de los tres rubros que tienen que reducir el consumo y buscar la manera de reemplazar su uso, para contener el recalentamiento. Aunque, mucho del gran daño ya efectuado no será reparado con solamente esa medida, y además, los plazos son cada vez menores para llevar a la práctica una medida de esa naturaleza, para que tenga resultados satisfactorios.

Este récord de emisión de gases se registró justo en 2010 en coincidencia con la cumbre del clima de Cancún (México) cuando se había hablado todo lo contrario. Allí se dijo por ejemplo que el máximo de recalentamiento que se puede admitir para que no haya grandes desastres naturales, es de 2 grados, y nos estamos acercando peligrosamente. Una de las formas es que en 2020 no se llegue a más de 32 gigatonaledas de emisión, pero el avance que se observa dice exactamente lo contrario, pues ya estamos en 30,6 gigatoneladas, demasiado cerca del tope establecido.

El mundo aguarda que se recobre el sentido común, que de una vez por todas se adopten decisiones con la suficiente energía para que el compromiso no experimente alteraciones.

Autor: Redacción

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