Cuando los pensamientos marcan rumbos
Todos conocemos y admitimos que en nuestra humana sesera entran diariamente una enorme cantidad de pensamientos disímiles entre sí, pensamientos de diversas índole que representan cada uno, el comienzo de una idea que si le damos cabida en nuestra memoria, comenzaremos a delinear un proyecto a fin de llevarlo a la práctica efectiva. Hace más de 50 años -¡y vaya a saber en qué momento!- en la mente de quien escribe esta nota, tomó cabida una loca y descabellada idea de cristalizar un viaje a fin de alcanzar el Imperio Incaico, en un vehículo especie de casa rodante, pero con tracción sangre.
Hasta allí, llevaba una placentera vida campesina en familia, trabajando la tierra en compañía de tres hermanos casados, y la guía espiritual de mi madre, ya viuda, en una economía firme y estable. Y sin embargo ese pensamiento -por supuesto que alimentado en favorable- cuajó al extremo de preparar la antigua volanta que fuera de mi abuelo y luego de mi padre, y con tres caballos partiera rumbo al Machu Picchu, Perú, un 20 de mayo de 1971, y que luego de siete meses de peripecias e inestimables experiencias, y ya solo dos de los tres caballos con que partiera desde Colonia Egusquiza, volvería a pisar el suelo natal el 17 de diciembre del mismo año.
Indudablemente que en lo personal, aquella odisea marcó un antes y un después. Aun ahora, cincuenta años después, vuelven a la memoria aquellas vivencias cuyas lecciones y experiencia tomaron forma en algún lugar de la mente, y que a posteriori, en otros momentos de la vida cotidiana, aparecerían como lecciones aprendidas en aquella epopeya por los caminos de Argentina, Bolivia y Perú.
El gran padre de nuestro folklore, don Atahualpa Yupanqui, reflexionó en su poema “Tiempo del Hombre” de esta manera: “Y así voy por el mundo, sin edad ni destino, al amparo de un Cosmos que camina conmigo”… ¡Y claro que es cierto! Cuando percibimos que somos una infinitesimal y microscópica parte del Universo Total, y que debemos tratar de entendernos con “El”, allí es donde comenzamos a encontrar la punta del hilo del carretel, que no es otra cosa que nuestra vida individual.
En aquellas largas horas transitando el camino al paso de mis tres fieles compañeros, muchas opciones mentales comenzaron a abrir sus corolas que luego -con el paso de los años- entregaron frutos con dejos de lucidez cósmica. No fueron en vano aquellos sacrificios y padecimientos que lógicamente se presentaron durante siete meses de trajinar por las agrestes rutas andinas.
Cuántas veces, el pensamiento pretendía “tirar la rienda” que marcaba la Cruz del Sur y la vuelta a casa, en vez de virar al rumbo norte. Pero siempre privó el pensamiento madre… Machu Picchu hasta que las ruedas dijeron ¡basta! a orillas del lago Titicaca, en Bolivia… Ahora vuelve… como puedas… pero vuelve. La suerte ya está echada.
Entre aquel cúmulo de experiencias recogidas durante el viaje, más los cincuenta años de vida acumulada a posteriori, permitieron adentrarme en un esbozo de aproximación hacia una cosmogonía invisible al ojo humano, pero real a la hora de definir ciertos resultados favorables, cuando inminentes y peligrosas ocasiones o sucesos amenazan con promover circunstancias en las cuales cuesta encontrar soluciones adecuadas. Ese Cosmos “que camina conmigo” siempre acercó resultados correctamente aceptables, que hoy, me permiten creer en un asomo de cierta continuidad vivencial con visos de eternidad.
Desde aquellos momentos finales -17 de diciembre del mismo año de partida- pasaron cincuenta años. La volanta aun reposa en el galpón del patio del campo donde partiera, y donde, desde el año 1892, la Capilla Fassi marca un hito presencial en aquella inmigración de la cual mis abuelos paternos fueron parte vivencial en la fundación de Colonia Egusquiza.
Y esa volanta, alcanzó las orillas del lago Titicaca en Bolivia, situado a 3.812 metros sobre el nivel del mar, uniendo Capilla Fassi con el mítico ícono de los Andes Americanos.
La ciencia abstracta -o no tanto- considera este sitio-espacio, como uno de los puntos de contacto y comunicación del planeta Tierra con el infinito Cosmos: cierto o no; razón o sinrazón; locura o sensatez… ¡Los destinos de los dioses no son los destinos de los hombres! Y la volanta unió ambos extremos.
Por de pronto, agradezco el haber sido “elegido” para guiar el transporte en aquella ocasión hacia esa reunión, y permitirme luego depositar la volanta en el terreno donde levanta su Santa y Venerable Cruz la Capilla Fassi, luego de ciento veintinueve años de pacífica y devota existencia.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Antonio Fassi