De este viaje ya han pasado casi 10 años, pero todavía me queda en la piel cada una de las emociones vividas.
¿Qué decir de novedoso respecto a la extraordinaria obra de arquitectura Inca albergada en el Perú? Nada. Solo puede intentar reflejar lo que es sentir cada una de esas piedras que componen cada rasgo de cultura como historia viva.
Conocer el Machu Picchu implica mucho mas que un destino en si mismo, porque este destino previamente, te obliga a transitar un recorrido increíblemente maravilloso de nuestro territorio argentino y zonas limítrofes al norte de nuestro país.
Partimos en un verano cordobés, cuando la docta queda desolada por la migración estudiantil. En ese último año de estudiante, entre las rezagadas materias y la tesis de grado, tomamos un colectivo junto a mi compañero de viaje y comenzamos la aventura de conocer aquello que tanto habíamos visto en Introducción a la historia de la arquitectura I,II y III.
Aquellas construcciones que atesoran nuestras más primitivas raíces como latinoamericanos, nos hicieron recordar en cada paso por la ciudad y por la selva, aquello que es nuestro. Las raíces y costumbres, la simpleza de su gente y la grandeza de los dioses.
Plaza Central de Cusco - Ar. Cadenazzi
Con una pendiente inevitable, el recorrido te impone mantener la cabeza en alto para ir descubriendo constantemente nuevas construcciones, que se acercan cada vez más al sol. Por momentos parece posible.
En cada rincón de Cusco hay señales de arquitectura por imposición, sobre todo en iglesias y conventos en donde las tropas españolas, desde el inicio de la conquista, se encargaron de instalar su tarea evangelizadora. Las órdenes sacerdotales de ese entonces construyeron sus iglesias sobre los más importantes palacios y templos incas, para hacer gala de su poderío e imponer su religión sobre los moradores cusqueños. Por otro lado, tuvieron que construirse conventos para albergar al clero. Las construcciones mejor conservadas tienen detalles arquitectónicos e históricos dignos de ser apreciados.
Sin embargo, a pesar de este mestizaje arquitectónico, la ciudad de Cusco muestra en todo su esplendor el legado Inca. Se pueden apreciar algunas de las edificaciones típicas de la ciudad Puma, construcciones de un solo piso con techos de paja, al igual que los ensamblajes perfectos de los bloques de piedra y la calidad con la que estos estaban pulidos. La Civilización Inca no conoció el hierro, por lo que la calidad de su trabajo era lograda con el extraordinario conocimiento del material lítico, y utilizando sencillas herramientas.
Se supone que la construcción de las principales obras de la Arquitectura Inca, demandaron enormes cantidades de mano de obra, que por lo general provenían de los pueblos conquistados por el Imperio. Lo que demuestra un altísimo grado de organización social. Cusco sobresale por la sobriedad de sus muros a prueba de sismos, muy frecuentes en este territorio. Estos muros en la mayoría de los casos, son de andesita y diorita, y no siempre presentaban el mismo tipo de aparejo.
Si hay algo que caracteriza al Cusco de cualquier otra ciudad de América, es justamente la mezcla de dos soberbias arquitecturas, la incaica y la española.
Muestra de esta fusión arquitectónica, son los llamados muros de transición; se trata de edificaciones que a primera vista pueden parecer incaicos, pues están construidos con técnicas incas, en lo que se refiere al labrado de las piedras y el perfecto acoplamiento entre bloque y bloque; sin embargo, estos fueron construidos en tiempo de los españoles, por lo que no presentan la característica inclinación de los muros incas.
Un viaje que me ha dejado cultura, historia, arquitectura, pertenencia, pero, sobre todo, asombro y misticismo. Un viaje que me implicó poner el cuerpo a cada segundo impulsado por el deseo de seguir descubriendo maravillas ocultas entre la selva y las nubes.