Con
la estrategia de aplicar ajustes graduales y permanentes
intervenciones en la economía, el gobierno aspira llegar al 10 de
diciembre próximo sin sufrir demasiados sobresaltos capaces de
desestabilizar el final de mandato, y tal vez por ello Axel
Kicillof comenzó a moverse casi como candidato.
Si bien el mecanismo de emparchar problemas ajustando variables
aquí y allá desnuda ausencia de un plan global de largo aliento en
pos del desarrollo, la Casa Rosada opera más pensando en el día
después, cuando Cristina Fernández deba dejar el poder.
"No vamos a dejar ninguna bomba porque estamos pensando en
quedarnos", subió la apuesta el ministro de Economía.
Pero ¿quedarse con qué? ¿Cuál es la herencia que dejará el
kirchnerismo tras dilatados 12 años en el poder?
Es la pregunta que buscan responder quienes a diario toman
decisiones en la Argentina, preocupados por el enorme gasto
público, el desequilibrio de las cuentas, el entramado casi
indescifrable de subsidios, la emisión descontrolada y otros
problemas.
Kicillof es un ministro de Economía a poco de cumplir 44 años y
cada vez más dedicado a la campaña electoral, a quien la
presidenta Cristina Fernández le endulza el oído haciéndole saber
que es uno de sus preferidos.
Como hizo con Amado Boudou en 2011 y antes, a través de Néstor
Kirchner, con el radical Julio Cobos en 2007, Cristina aspira a
elegir en forma unilateral quiénes serán los principales
candidatos, y allí Kicillof tendría un rol preponderante.
El martes, día de la medida de fuerza que paralizó la
actividad, el jefe de Economía eligió irse al sur, y por eso no se
lo vio junto a la presidenta en el colorido acto en La Matanza.
Viajó en avión privado y estuvo rodeado de fuerte custodia. Un
periodista neuquino dijo que el ministro había sido apedreado tras
un acto y uno de sus guardaespaldas resultó herido.
Kicillof no lo dejó pasar: "Ni una piedra, ni agresiones, sólo
entusiasmo y afecto; y con más de 2.000 testigos", tuiteó.
El ministro fue a Neuquén para "fortalecer" la imagen del
kirchnerismo en esa provincia, según hicieron trascender sus
allegados.
Allí llegó para apoyar a los candidatos K, Ramón Rioseco y
Alberto Ciampini, con quienes dialogó casi en campaña.
Contribuyó así a fortalecer la idea de que podría integrar la
fórmula del Frente para la Victoria, tal vez como vicepresidente.
Quiénes presenciaron sus charlas con candidatos y empresarios
en la Patagonia sostienen que el ministro captó rápido el estilo
presidencial: habla y baja línea, pero no escucha.
Nada de llevarle reclamos o hacerle notar que hay cosas que no
funcionan.
A los pocos que se animaron a mencionarle que la
economía atraviesa un momento de desaceleración, les reiteró lo
mal que está el mundo y cómo la Argentina logró diferenciarse
gracias al "modelo".
Se sabe, en el kichnerismo hay poco espacio para la duda, la
certeza es un dogma y hay nulo lugar para la autocrítica.
Kicillof es un fiel exponente de esa ideología blindada.
A pesar de que esa provincia está gobernada por Jorge Sapag,
líder del Movimiento Popular Neuquino y aliado del gobierno,
Kicillof dijo que hacen falta más gobernadores "consustanciados"
con el modelo.
Fue al darle su respaldo al candidato a gobernador K, Rioseco,
quien viene criticando la "falta de inversiones" en la provincia.
Dicen que la presencia de Kicillof no le hizo gracia a Sapag.
Pero el ministro no sólo fue a respaldar candidatos a varios
kilómetros de la Ciudad, sino que días antes había invitado al
presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, a participar
de la firma de acuerdos de la Red Comprar. Allí pronunció el deseo
del gobierno de quedarse.
El ministro debió defender con uñas y dientes el impuesto que
grava los salarios y genera mal humor en más de un millón de
trabajadores y sus familias.
También buscó despegarse del fracasado intento que protagonizó
junto a Aníbal Fernández cuando el lunes último intentaron
convencer a empresarios del transporte de sacar algunos colectivos
y micros a la calle para atenuar la magnitud de lo que se venía.
Por las dudas, les recordaron los subsidios millonarios que
cobran y les pidieron transmitírselo a sus trabajadores.
Pero ya era tarde, la huelga estaba instalada y las calles
desiertas en los principales centros urbanos fueron un mal trago
que ni siquiera el entusiasmo de los militantes de la empobrecida
La Matanza -castigada por la inseguridad, la falta de servicios
adecuados de salud y los problemas de infraestructura- pudo
mitigar en el mal humor presidencial.