El
gobierno decidió empezar a blanquear, aunque en dosis graduales,
el difícil escenario económico, pero buscando culpables ajenos,
para tratar de atenuar el costo político de una recesión ya
imposible de disimular.
La estrategia debe haber sido discutida entre la presidencia
Cristina Fernández y su ministro de Economía, Axel Kicillof.
De otra forma no se explica que el funcionario haya blanqueado
la compleja coyuntura argentina ante los principales hombres de
negocios que participaron del concurrido encuentro realizado en
conjunto por la Cámara Argentina de Comercio y el Consejo de las
Américas.
Ante ese foro de empresarios ávidos por recibir señales del
hombre que maneja la economía, y de quien depende buena parte del
futuro de sus negocios, Kicillof reconoció que el país está en
crisis, pero aclaró que esa difícil coyuntura es "mundial".
"Nosotros estamos haciendo las cosas bien, es el mundo el que
está mal", pareció decir el ministro, cuya crudeza sorprendió por
momentos a los dueños de empresas.
El mayor cimbronazo se produjo cuando el jefe de la Economía
admitió que el mundo dejó de comprarle productos a la Argentina y
sostuvo que ante esa coyuntura adversa es "poco lo que se puede
hacer".
Dio la sensación de que el ministro se arrepentía casi en el
mismo momento en que pronunciaba esas palabras, pero ya estaban
dichas, y entonces avanzó tratando de explicar que las "políticas
activas" aplicadas en el país permitirán atenuar el impacto en
momentos en que el mundo le da la espalda a la Argentina.
A esta altura se puede sostener que al ministro le toca
enfrentar el fin de un ciclo de crecimiento a "tasas chinas" que
duró casi diez años, pero que ahora entra en un período de declive
que durará más o menos según el comportamiento de un sinnúmero de
variables.
El hecho de que Brasil, séptima economía mundial y principal
socio comercial de la Argentina, haya ingresado en recesión, es
una mala noticia que se suma a la larga cadena de sinsabores que
ha debido enfrentar el equipo económico encabezado por Kicillof.
Con la Argentina en recesión plena, combinada con alta
inflación y tensiones entre el Palacio de Hacienda y el Banco
Central sobre el manejo de la cuestión cambiaria y las tasas de
interés, se abre un escenario de múltiples interrogantes.
La industria y la construcción son el reflejo de los problemas
que afectan al país y que se traducen en síntomas de agotamiento
de un modelo basado en un aliento artificial del mercado interno.
La caída del empleo es una de las consecuencias de mayor
impacto de este escenario adverso con el que deberá convivir
Cristina en su etapa final de gobierno.
La presidenta parece decidida a quemar las naves antes que a
dar un giro al "modelo productivo de inclusión social", emitiendo
toda la moneda que haga falta para mantener con respirador
artificial un consumo que parece cada vez más golpeado.
Mientras tanto, Kicillof seguirá argumentando que el país se
enfrenta a una "crisis mundial".
"No hay demanda a nivel mundial y la Argentina ha sufrido ese
problema, y cuando la demanda externa no ayuda no hay política
activa que se pueda aplicar", se sinceró el funcionario ante el
mundo empresarial.
La caída en los precios de la soja y el derrumbe de la demanda
automotriz desde Brasil desnudó como nunca las consecuencias de un
viento de cola que sopla cada vez con menos fuerza.
La Argentina disfrutó al menos hasta el 2011 las ventajas de
los niveles récords de los commodities y del boom industrial
liderado por las automotrices.
Pero queda la sensación de que el país no supo aprovechar a
pleno ese auge, al no crear, por ejemplo, un fondo anticíclico
capaz de ayudar en este momento complejo.
El panorama que se avizora tampoco es alentador: Kicillof está
seguro de se avecina una suba de tasas en los Estados Unidos y
Europa que aspirará capitales y complicará aún más a las economías
emergentes.
Frente a esa posibilidad, le sigue aconsejando a la presidenta
avanzar hacia una rebaja en el costo del financiamiento que
permita nutrir de fondos a una industria en crisis y sin llegada
de capitales del exterior.
Enfrente, el jefe del BCRA, Juan Carlos Fábrega, advierte sobre
las consecuencias negativas de esa medida, porque pueden empujar
aún más la presión sobre el dólar.
En esa disputa también se define el nuevo escenario de una
Argentina con pronóstico reservado.
"Puede haber viento de cola o de punta, lo que importa es el
piloto, porque cuando hay viento de cola uno también puede ser un
barrilete", dijo Kicillof.
El riesgo es que esas palabras se terminen convirtiendo, como
también sostuvo el funcionario, en una "profecía autocumplida", y
el barrilete deje de colear.