El fogón de los arrieros
Quise armar un fogón allá en la sierra
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de mi tierra.
Un fogón que llamara a los andantes
de todos los caminos y las razas,
a juntarse al calor de nuestras brasas,
a conversar de cosas trashumantes...
Y tuve suerte en la intención aquella.
A las cumbres más altas de mis cerros
llegaron con un canto de cencerros
desde todos los rumbos de la estrella.
Llegaron a mis pagos jachalleros
los del norte selvático y huraño,
y los del llano sur, de casi extraño
rostro grisau por lluvias y pamperos.
Envueltos en sus ponchos calchaquíes
bajaron del Ambato los pastores,
y charlando de pájaros y flores,
los hijos de las selvas guaraníes.
Arrastró su cansancio el viejo runa,
con un seco compás de guardamontes:
de su lejano canto de horizontes,
se le quedó dormido allá en la Puna.
Resonaron su queja los jujeños
-la más triste quizás y la más alta-
y en un son bagualero los de Salta
prolongaron la gloria de sus sueños.
Lamentado un azul de yaravíes
acudieron pausados los riojanos;
y de galope largo los paisanos
de las verdes llanuras querandíes.
Acudieron, curtidos de reveses,
desollando cansancios y caminos
los cobrizos troperos correntinos
y unos pardos jinetes cordobeses.
Rojeó en las cumbres y alumbró los llanos
la inmensa llamarada de un fogón,
y se hermanó en su ritmo el corazón
argentino de todos mis paisanos.
Soberbio el entrerriano en su corcel,
junto al pecho desnudo del chaqueño
escuchó su vidala al santiagueño
y el silencio valiente del ranquel.
Estaban los de Güemes, los del Chacho,
los del ilustre Paz, los del amargo
episodio final de Pago Largo,
los del Pozo de Vargas y el Quebracho.
Estaban, entre aymaras y diaguitas,
cicatriz indeleble de la historia,
aquellos que pasaron a la gloria
y "a la muerte, cantando vidalitas".
Lamentando sus lágrimas oscuras;
los del fiero Quiroga, junto al cerro,
y añorando del llano las anchuras,
los pampeanos sin rancho, los de Fierro.
Los del bravo Lavalle en Ayacucho
los del gesto inmortal y no cansao
y dominando el fuerte del Callao,
otra sombra inmortal, la de Falucho.
Los que el verbo de Mayo, al Paraguay
llevaran, por más gloria, con Belgrano;
los cinco de Pringles el puntano,
los de la hazaña hermosa de Chancay.
Faltaban por entonces los de López,
los de Santa Fe, la federal,
y llegaron, sangrando el calcañal
y estirando en la noche los galopes.
Estaban codo a codo en lo argentino,
iguales en lo santo y en lo estoico,
el sanjuanino triste y el heroico
hermano de su afán el mendocino.
Quise armar un fogón allá en la sierra,
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de mi tierra.
Rojeó en las cumbres y alumbró los llanos
la inmensa llamarada de un clarín
y lloraron p'adentro mis paisanos,
al conjuro de un nombre: ¡San Martín!
Registrada en Sadaic el 22-03-44 por Eusebio de Jesús Dojorti (Buenaventura Luna) y Diego Manuel Benítez (Diego Canales)