El equilibrista
A esta altura de su mandato, y tras analizar lo ocurrido en la mayoría de sus acciones, actitudes o directamente desplantes, el presidente estadounidense Donald Trump se ha convertido en un gran y verdadero equilibrista, debiendo practicar en extremo esa condición para sostenerse con el amplio poder que ostenta. Es que de otro modo, seguir al frente de la Casa Blanca y aún más que eso, estar decidiendo en muchos casos el futuro de actuales o supuestos grandes conflictos, lo que en buena medida es nada menos que el futuro del mundo, hubiese sido imposible.
Sólo días atrás, como parte de su extensa declaración ante el Senado, Frederick Cohen quien fue por diez años abogado de Trump, lo calificó de mentiroso y de ser un fraude. Dichos sumamente duros formulados dentro de un marco institucionales, que provienen de parte de alguien que indudablemente lo conoce, y que se suman a una extensa nómina de acusaciones por el estilo. Que han obligado al presidente norteamericano a un constante ejercicio del equilibrio.
Claro que Trump, tiene un respaldo que adquiere un valor enorme al momento de las decisiones, siendo que la economía no ha dejado de crecer desde su asunción al cargo, y eso, al momento de las evaluaciones, prácticamente no tiene contrapeso. Es que, tanto hoy como siempre, la economía es decisiva para la consideración de la gente, mientras que el resto -en el paso de singular trascendencia- ahora no tiene tanto peso. De lo contrario, recordarlo que debieron penar otros presidentes de Estados Unidos frente a similares circunstancias, como el caso concreto y más revelador de Richard Nixon -que debió dejar el cargo por el Watergate-, o más cercano los padecimientos de Bill Clinton, en este caso por enredos femeninos.
El éxito económico generador de bienestar, lo tapa absolutamente todo, y el caso de Trump así lo demuestra, ya que de contrario la oposición demócrata habría avanzado más decididamente en la investigación por corrupción y abuso de poder del jefe de la Casa Blanca, temerosos de que no llegar al objetivo deseado termine volviéndose un búmeran contra ellos mismos. Y como ya todos observan hacia las elecciones, se ponen cuidados extremos en toda la estrategia a desarrollar, especialmente en estos casos cuando se trata de avances personales, y más aún contra alguien como Trump que ha dado sobradas pruebas de no tener ninguna clase de reparos ni cuidados para responder a los embates que recibe.
Lo cierto es que más allá de esta realidad descripta, los demócratas están preparando una fuerte ofensiva que podría desembocar en un pedido de impeachment contra el presidente, lo cual si bien constituye un fuerte desprestigio para el involucrado, de ninguna manera significa tener asegurado el éxito, pues los republicanos cuentan con la mayoría necesaria para definir en la Cámara de Representantes, aunque por el contrario los demócratas cuentan en su control la Cámara baja. La aludida investigación, si bien lo tiene a Trump como figura central, alcanza también a sus familiares, funcionarios de su gobierno y sus negocios.
A esta altura, y quizás extendiendo el alcance un poco más allá de lo que acontece en la mayor potencia mundial, debe ser establecida una cierta similitud con muchos otros países mucho menos relevantes, pero que sin embargo están envueltos dentro de una nebulosa parecida. Sin tener que ir demasiado lejos para buscar ejemplos que se ajusten al caso, lo tenemos en nuestra Argentina, donde la corrupción, los negociados, los intereses personales y la manera de actuar suelen estar ubicados por sobre los intereses comunes, es decir, los del país y sus habitantes.
La situación no es sencilla hoy en Estados Unidos -mucho menos en la Argentina-, pues la estabilidad de Trump pende de un permanente equilibrio, aunque -insistimos- mientras la economía funcione como lo viene haciendo, es muy improbable que se pueda avanzar contra el presidente.