Editorial

El desafío de educar

Entre las tantas secuelas que dejará la pandemia, hay un dato no menor, que nos debe preocupar en el futuro inmediato, pero con una lógica proyección a un mediano plazo.

El tema de la educación, en un contexto que genera múltiples preocupaciones, no ocupa actualmente el lugar que se merece.

Otros aspectos son los que parecen reclamar soluciones más urgentes, que en verdad deben ser atendidas, pero de ninguna manera debe quedar relegado en la agenda el relacionado con la formación de las próximas generaciones.

Se habla permanentemente de la salud y de la economía. Una, que a raíz de la pandemia, nos tiene acorralados. Otra, golpeada por la falta de actividades, que luego de cinco meses empiezan a normalizarse progresivamente.

También, en los últimos tiempos, la inseguridad pasó a ocupar un lugar muy importante y en este tiempo ya se ganó un espacio destacado, lamentablemente.

Pero el tema de la educación, parece no importarle demasiado a la gente, que está más ocupada en otras situaciones, que obviamente marcan una lógica preocupación a raíz del ensanchamiento de la grieta.

Como viene sucediendo desde que se recuperó el sistema democrático, con un esfuerzo formidable, en el año 1983, cada gobierno que asume apela a un recurso tan sencillo como efectivo, al menos en algunos casos.

El facilismo de echarle la culpa al que estuvo antes, es el discurso preferido de quienes asumen la conducción del país.

Viene ocurriendo sistemáticamente desde hace 37 años, con mayor o menor énfasis, pero siempre es aplicable a la hora de cuestionar al gobierno que, previamente, no hizo las cosas bien y dejó una carga muy pesada.

Ese argumento recurrente nunca va a cambiar, al menos si desde las dos orillas se dispara con munición gruesa, no siempre en los temas más sensibles, que realmente existen, sino en muchas ocasiones, por otros menos relevantes.

Muy poco se escuchó hablar de educación en este tiempo de pandemia. Hubo reclamos de personal docente de los Jardines de Infantes, totalmente justos, oportunos e impostergables, pero no demasiado más.

A esa altura de las circunstancias, con algunas excepciones, el regreso a las aulas no tiene una fecha precisa y en un análisis más profundo, ni siquiera aproximada.

Los gobernantes están hoy más pendientes de los enfrentamientos y de las discusiones interminables, que de la educación de un pueblo que hoy la necesita, más que nunca.

Para adquirir conocimientos, pero también para saber comportarse en una sociedad que hace mucho tiempo perdió los valores esenciales.

El respeto es uno de ellos. Es verdad que se lo empieza a inculcar desde la familia, pero que debe tener continuidad en la escuela.

Por ese motivo, entre tantos otros, la educación es algo más que una tema que merece una consideración diferente a la que se le está otorgando.

La preocupación de parte de los funcionarios del área se manifiesta, hay que reconocerlo, pero no siempre encuentra la misma predisposición de otros sectores, en particular el gremial, que no se hace escuchar con la misma contundencias que hasta poco tiempos atrás lo hacía con sus reclamos.

Está claro que los protocolos deben respetar y los chicos no deben exponerse en un momento de extrema complejidad sanitaria, pero el tema no tiene que desaparecer nunca de la agenda.

Ya sea para formular un mensaje alentador o para demostrar una preocupación, como lo demanda este tipo de circunstancias.

Este panorama, obviamente, no solo puede observarse en Argentina, porque la realidad indica que en otros países el tema de la educación tampoco ocupa lugares prioritarios.

En toda Latinoamérica, que es en definitiva, la referencia más directa, también se ubica por debajo de otros intereses, como la salud, la política y hasta la corrupción.

Para erradicar algunos de los tantos flagelos que hoy padece la humanidad, el tema de la educación debe atenderse con un mayor esfuerzo, aún cuando la pandemia sea desde hace un tiempo un factor limitante.

Es en este punto donde tenemos que formularnos una pregunta que muchos se hacen. ¿Realmente, le interesan a los gobiernos tener un pueblo con un alto grado de educación? ¿O consideran que existen otras prioridades?

La respuesta no es tan sencilla como pueda suponerse. Sin embargo, quienes pretenden enriquecerse como nación, desde lo cultural, deberán actuar en consecuencia.

Algo que no se aplica siempre como políticas de Estado y que hoy despierta interrogantes que no en la mayoría de los casos no tienen explicaciones.

Quienes tuvimos la posibilidad de recibir una doble educación -en el seno familiar primero y en la escuela después- hoy tenemos que sentirnos agradecidos, pero también comprometidos.

El futuro estará en las manos de quienes nos sucederán. Para ellos, un buen aprendizaje será esencial.

Autor: REDACCION

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web