Las demandas económicas y las polémicas medidas adoptadas en
perjuicio de vastos sectores sociales en los últimos años fueron
uno de los puntales de la multitudinaria marcha contra el gobierno
de Cristina Fernández, que se hizo escuchar con fuerza a lo largo
de las principales ciudades de la Argentina.
La inflación que licúa salarios, el avance del Estado sobre las
libertades individuales, las dificultades para desarrollar
proyectos, la presión tributaria que solo parece afectar a la
"gente de a pie" y no a funcionarios cada vez más ricos y
ostentosos, los límites para el comercio y las trabas cada vez
mayores para poner en marcha un emprendimiento, explicaron parte
de los reclamos de la gente.
Pero también el caprichoso "cepo cambiario" que dejó a cientos
de miles de argentinos sin escalera y con el pincel en la mano, y
destruyó proyectos de toda una vida de gente endeudada en dólares,
el encarecimiento para hacer viajes al exterior por un impuesto
artificial de la AFIP, y esa sensación que tienen muchos de haber
trabajado toda una vida para poner en marcha un proyecto que quedó
destruido de la noche a la mañana por el capricho gobernante de
cambiar reglas de juego porque un modelo no cierra, fueron otras
de las razones económicas emergentes en la caliente noche del
#18A.
Ya no se trató de las "cacerolas de la abundancia", con la
cual el kirchnerismo bautizó con desprecio a las primeras
protestas contra el aumento de las retenciones agropecuarias.
Desde hace un tiempo, una clase media empobrecida que ve cómo
medidas del gobierno le cierran el camino no sólo a su futuro
inmediato, sino también al de sus hijos, explicó buena parte de
ese entramado variopinto que llevó decenas de reclamos al espacio
público, durante lo que ya pasó a la historia como una de las
mayores protestas contra el gobierno cristinista.
Era el gesto de la impotencia de ver cómo una clase política
instalada en el poder muestra un crecimiento patrimonial obsceno,
mientras millones de argentinos de a pie no pueden acceder a la
casa propia, y tal vez ya nunca puedan hacerlo, gracias al
engendro del cepo cambiario, a esta altura un símbolo de uno de
los muchos abusos de poder aplicados en una Argentina partida al
medio.
"Lo peor no es la impunidad que debemos soportar como
pontifican desde el estrado, sino que encima parece que hubiese
que agradecerles vaya a saber qué favor que nos están haciendo por
gobernar", decía una joven sobre avenida de mayo y Perú mientras
le daba rienda suelta a la imaginación sobre una gigantesca
cartulina violácea.
"Soberbia" era de una de las palabras que replicaban en muchos
de los manifestantes que caminaron el jueves decenas de cuadras
para reunirse junto a otros cientos de miles en una Plaza de Mayo
cada vez más chica.
Ante el espanto de las imágenes de fines del 2001, con gente
colgada de las grandes puertas de madera de entrada a la Rosada,
lo primer que hizo el kirchnerismo fue crear una "fortaleza" de
rejas alrededor de la Rosada, y luego colocar un vallado que
impide a cualquier manifestación atravesar más allá de la mitad de
la Plaza de Mayo.
Precauciones extra, le dicen.
La "falta de oportunidades", era el tema de debate en un grupo
juvenil que se había juntado en Diagonal Norte y Florida.
Muchos se habían conocido en ese momento gracias a amigos
comunes, y coincidían en castigar las "mentiras" de la estadística
del gobierno.
"Para ellos la pobreza no existe, y parece que casi existiera
pleno empleo. Es como un mundo de fantasía, al que encima hay
que aplaudir", ironizaba una joven que solo reconoció tener 26
años y llamarse Alejandra.
La inflación puede explicar buena parte de la bronca
manifestada en la noche del jueves, porque pulveriza los ingresos
de asalariados.
Pero la sensación que flotaba en el ambiente era que algo más
se estaba cocinando en ese sinnúmero de reclamos. Algo que aún no
tiene nombre ni liderazgo, pero cuyo sustento encierra razones
objetivas en una economía a la que le cierran cada vez menos los
números, por más que se lo quiera disimular.