Editorial

El Congreso en una zona roja

La percepción que buena parte de los argentinos tiene de sus dirigentes políticos y gobernantes no suele ser muy buena o excelente sino que en términos generales navega por el andarivel de la mediocridad y del terreno negativo, es decir que la imagen negativa se impone por sobre la positiva que la sociedad tiene de un actor de la escena política. La semana pasada, una encuesta de la consultora Giacobbe & Asociados que pone el acento sobre el impacto que ha tenido el Covid sobre la consideración pública de la dirigencia refleja un desencanto alarmante.

La mayoría de los "nombres propios" de la política argentina comenzaron la cuarentena allá por marzo con una evaluación muy positiva a partir de la estrategia trazada para desacelerar la velocidad de contagio del recién llegado Covid, pero ahora con más de seis meses de pandemia acompañada por medidas sanitarias y económicas que no despiertan simpatías, la situación se ha modificado drásticamente. Se recuerda que el presidente Alberto Fernández vivía hasta principios de marzo en el piso 37 de imagen positiva y que gradualmente fue subiendo hasta bordear el 70 por ciento entre abril y mayo. Cuando la población advirtió sobre los efectos no deseados de aquellas medidas sanitarias, entonces la buena imagen se fue deteriorando hasta el actual 35,7 puntos siempre según Giacobbe. Contribuyó también a esta caída brusca declaraciones desafiantes del jefe de Estado y el abandono de una posición moderada y dialoguista a cambio de una postura más dura y afin al kirchnerismo. Ese corrimiento discursivo lo pagó sustancialmente con capital político e imagen ante una sociedad que mutó de aquel entusiasmo inicial de marzo-abril basado en un gobierno protector a una fase de fastidio, cansancio y malhumor social que exhibe actualmente porque pese al esfuerzo realizado en forma colectiva, el coronavirus se desparramó con fuerza con un alto costo en vidas a la vez que la economía empeoró su condición.

En medio de esta desazón social ante una clase política que sigue cobrando sus salarios en tiempo y forma mientras miles de argentinos pierden su empleo o en el mejor de los casos poder adquisitivo del salario, el Congreso no ayuda para nada en esto de reposicionar la política y volver a instalar que es una herramienta de transformación para mejorar la calidad de vida de las personas. Persiste, entonces, el divorcio entre la casta dirigente y la gente.

La discusión aún no resuelta en el fondo sobre la modalidad laboral en la que deben trabajar diputados y senadores nacionales, con capítulos olvidables y un lamentable proceso de judicialización sobre sesiones públicas afectan sin duda la democracia y la imagen de las instituciones de la República. Si a esto le sumamos lo que sucede durante las sesiones virtuales de los congresistas entonces el Poder Legislativo ofrece un espectáculo propio de una revista de calle Corrientes más que el de un recinto en el que se dictan las leyes que deben cumplir los argentinos.

Cada vez que se efectúa un análisis sobre el presupuesto del Congreso, es decir cuánto dinero cuesta mantener 257 diputados nacionales y 72 senadores nacionales, se concluye en un dolor de cabeza. Es que se destina mucho dinero de los contribuyentes para pagar una dieta abundante a cada legislador y sobre todo mantener sus numerosísimos equipos de asesores que muchas veces no son expertos en una u otra materia a discutir en las sesiones sino simplemente familiares y amigos, generalmente anónimos. 

Para cerrar esta editorial es imposible comprender la mala imagen que tienen los políticos ante la sociedad argentina sin recalar en las tristes escenas que sucedieron en la Cámara de Diputados de la Nación a lo largo de la semana pasada. Quizás esa foto temporal de cinco días resume en parte la distancia social de grandes proporciones, que también podríamos llamar grieta, entre los funcionarios y legisladores con sueldos importantes y el común de los argentinos. En primer lugar, el ministro de Economía se mostró dispuesto a sarasear -un modismo coloquial que hace referencia a un discurso vacuo, inconsistente e improvisado que equivale a sanatear o chamuyar- cuando se predisponía a brindar una explicación del proyecto de presupuesto nacional 2021. 

El mismo día, un diputado santafesino que participaba de esa misma reunión de comisión con el ministro de Economía decidió cambiar la remera que vestía por una camisa sin advertir que su torso desnudo se podía ver, a través de la cámara de su computadora, en la transmisión del encuentro virtual. 

Peor aún, un ahora ex diputado nacional por la Provincia de Salta que participaba el jueves en una tele sesión en la que se votaban leyes de la República protagonizó una escena sexual con su pareja. Adujo estar convencido de que, al no tener buena señal de internet, se había perdido la conexión con el Congreso. Su error le costó el cargo en cuestión de horas. Así estamos. 





Autor: REDACCION

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web