Cuando hablamos de leyendas debemos pensar que fundamentalmente son creaciones anónimas, transmitidas oralmente. Por eso, de una misma historia puede haber varias versiones. Generalmente las recogí de recopiladores, ya que los verdaderos autores son los mismos habitantes de las distintas regiones.
El Amarú
Hubo una gran sequía, en la que perecieron todas las plantas, líquenes y musgos bajo el sol implacable. La flor de qantu (flor nacional peruana) empezó a marchitarse. El capullo que quedaba intacto, reacio a morir, fue transformando sus pétalos en alas y agitándose se desprendió de la planta calcinada convertido en colibrí. Se posó en la cima helada y solicitó a Waitapallana que salvara a la tierra. Murió el colibrí y Waitapallana se conmovió por la sequía y el dolor de la flor de qantu con que se adornaba. Acá cumple una misión redentora y da la vida por el bien de todos y salvación de tantos. Waitapallana derramó dos lágrimas que llegaron al fondo del lago despertando al Amarú que dormita enroscado a lo largo de la cordillera con la cabeza justo en el lecho del lago. Se desperezaba, la tierra se movía con violencia; la laguna, agitada, dejó ver entre la espuma la cabeza del Amarú: serpiente alada con cabeza de llama y cola de pez, de ojos cristalinos y hocico rojizo. El Amarú se elevó en el aire eclipsando el sol de ojos flameantes que estallan en ira. Diez mil guerreros con corazas y espuelas se lanzaron a combatirlo. La lucha fue feroz... del hocico del Amarú surgió la niebla que fue a parar a los cerros, del movimiento de sus alas cayó la lluvia en torrentes, de su cola de pez se desprendió el granizo y de los reflejos dorados de las bellas escamas nació el arco iris. Así renace la vida cuando ya parecía extinguida, reverdece la tierra y se llenan de agua clara los puquiales. Los quechuas creían que todo estaba escrito en las escamas del Amarú, las vidas, las cosas, las historias, las realidades y los sueños.[1]
La leyenda del picaflor
Era una joven hermosa/hija de un cacique poderoso/que interrumpía su reposo/para verse con su amor./Cuando la tribu dormía/y por la Luna alumbrados/se veían los enamorados/soñando sus fantasías./Mas el cacique altanero/decidió darla en casamiento/a un hombre como escarmiento/(Que tenía mucho dinero)./Al conocer la noticia/los amantes se juraron/que aunque estando separados/por los siglos se querrían./“Jamás seré de otro hombre/que no sea el que yo amo”/dijo la joven llorando/y de sus ojos brotaron/lágrimas de rebeldía./Fue así que desesperada/al Dios Sol le rogó/que la convirtiese en flor/para que nadie supiera./Al llegar la primavera,/nadie a la joven halló
y ni siquiera su amor/supo por dónde buscarla./“¿Dónde podré encontrarla?”/a la Luna preguntó,/pues ella les alumbró/sus momentos de ternura./“Yo solo sé que el Sol/a la joven convirtió/en una flor muy hermosa,/mas no sé de cuál se trata”
la Luna le respondió./El joven le suplicó/de que al Sol le pidiera
que a él también convirtiera/en algo que algún día/su amada pudiera hallar./El Dios Sol accedió/ante tal prueba de amor/y en colibrí convirtió/al joven enamorado./Desde entonces el alado pájaro picaflor,/día a día y sin cesar/busca en todas las flores/al amor de sus amores/para poderla besar.
Rufino Marín (Cordobés, vivió en Capital. Lo conocí en La Matanza, Buenos Aires, Argentina. Se convirtió en colibrí, el 10 de julio de 2014. Por suerte, se enteró de que su leyenda ya estaba en el libro).
El plumaje de los pájaros (leyenda calchaquí)
Cuentan que en épocas remotas, ya existían plantas con flores muy coloridas y distintas. En cambio los pájaros eran todos del color de la tierra con que los hicieron el dios Inti, Mama-Quilla y la Pachamama. Los pájaros pensaron que ellos también merecían tener plumajes diversos y bellos para agradar a las gentes. Se reunieron en asamblea a la que asistieron todos los pájaros existentes y decidieron viajar al Cielo para pedirle a Inti que pintara sus plumas. Hicieron el viaje y el dios Inti consideró justa la petición y pensó que si los pajaritos llegaban a él, se quemarían sus alas; entonces unió a varias nubes y se produjo un gran chaparrón. Luego cesó la lluvia y el Sol se escondió detrás de otra nube que permitía el paso de sus rayos y se produjo el arco iris más bello que jamás existiera. La multitud de aves, conmovidas con el espectáculo de tantos colores, se subieron a él para tomar los que quisieran. Algunos eligieron solo un color como el churrinche que prefirió el rojo, el jilguero, el amarillo, el cardenal mojó su cabeza en el rojo y así le quedó el copete, el siete vestidos, tomó un poco de cada color. Volvieron del viaje a mostrar a sus compañeros el milagro sucedido. Hubo una gran algarabía y gratitud a la bondad de Tata Inti.
En el viaje de ida, algunos pájaros no viajaron como el hornero que permaneció con su color terracota, propia de la avecilla constructora. Y hubo uno pequeñito, que por ser tan pequeñito no pudo volar al cielo. Era el tumiñico. Este diminuto pajarito quedó volando, inquieto y ligero, sobre las flores del bosque. Parecía una grácil mariposa visitando las corolas más bonitas y vistosas. Era tal su impaciencia, esperando el regreso de los pájaros viajeros, que no se quedaba quietecito ni un instante, ni asentaba sus patitas en el suelo. Así anduvo todo el día, de flor en flor, volando delicadamente sobre ellas, entre las gotas de rocío y los rayos del sol.
Sin embargo, los que volvieron y lo vieron con todos los colores del iris, le preguntaban cómo los había logrado si él no pudo viajar. El no sabía qué responder. Y una flor lo ayudó con la respuesta: âTumiñico tiene ahora los colores del iris, los de nuestros pétalos y los de las piedras preciosas, porque ama la luz, la miel de los cálices y las gotas de rocío. Picaflor se miró en el agua tranquila de un arroyito cercano, voló de una flor a otra, y lanzando al aire su gritito, dijo: â¡Cantemos a Inti, el himno prometido! Y el coro de las mil voces armoniosas de la selva se elevó hasta el cielo.[2]
El mainumbí y el cururú (leyenda guaraní)[3]
Tupá estaba dando forma a la creación y la vio muy bella. Decidió poblar los aires y las aguas y formó las aves y los peces, llenándose de alas y de nidos. Tan entusiasmado estaba Tupá con su obra alada, que resolvió hacer una joya que surcara el aire despertando la admiración de todos por su belleza, por su color, por su aspecto, por su forma de volar. Tomó un poco de arcilla, muy poca, y le dio una forma graciosa de leve aspecto; le agregó las alitas tenues y movedizas, una cola preciosa; un pico muy fino y largo para que la nueva avecita lo pudiera introducir en las flores en busca del néctar contenido en su interior, y cubrió el cuerpecito de finísimas y sedosas plumas. Mezcló luego los más bellos colores con rayos de sol para darles reflejos irisados y con ellos pintó las plumitas de la nueva avecilla que, ya terminada, batió sus alas pequeñas y en vuelo gracioso y sutil comenzó su recorrido de flor en flor, temblando sobre ellas y sin posarse en ninguna. Según los guaraníes, la llamó mainumbí. Tupá, satisfecho, la miró alejarse, seguro de haber creado la más bonita, la más graciosa, pequeña y sutil de las aves, solo comparable a la más hermosa flor.
Añá, el diablo, por envidia, quiso hacer una creación parecida y tomó arcilla y la pintó con los únicos colores que le quedaban: verde, negro y amarillento. Miró su obra creyendo que podía competir con la de Tupá, la acarició, la levantó en el aire e intentó hacerla volar. Cuando lo hizo, su criatura cayó pesadamente al suelo. No era un ave sino el cururú (sapo).
Una bella recreación de esta leyenda es la que realiza el escritor chaqueño Gustavo Roldán en su libro Cuentos con pájaros,[4] concretamente en el Cuento con plumas y sin plumas, el sapo es reemplazado por el murciélago, que para mi gusto es mucho más feo que el sapo, a quien le tengo tanto afecto por su tarea sanadora para la gente del campo y su contribución a la ecología. En el cuento, el autor, hace el relato más familiar y simpático, contando de un mal día para Dios porque vino la palomita a decirle “que en el mundo andaban a las patadas, que el diablo estaba haciendo barbaridades, pero lo peor de todo, era que se le había quemado la yerba del mate”. A fin de cambiar la mala suerte, se puso a hacer “una de las cosas que más le gustaban: crear nuevos pajaritos”. Amasó un poco de barro y le dio la forma de un pajarito que no existía. “Como por arte de magia, el más hermoso de los picaflores salió volando, haciendo brillar todos sus colores de arco iris… se quedó mirando la maravilla del vuelo del pajarito más chico que hubiera inventado… Esa tarde, los ángeles le escucharon silbar y tararear un montón de chamamés de esos que ni te cuento… Mientras tanto, el diablo que lo había estado espiando, intentó hacer lo mismo y al soplar sobre la mezcla, vio salir volando a un murciélago”. Se ve que la envidia no produce nada bueno.
*El texto pertenece al libro “Colibrí, chispa pregonera de vida nueva” de Dora Giannoni, edición de la autora, 2015
[1] Este relato está tomado de Danilo Sánchez Lihón del libro El Amaru: Cómo surgieron las cosas. CERLAC. UNESCO. Caracas, 1986.
[2] Esta leyenda aparece en una recopilación de la educadora argentina Nidia Cobella. Red Argentina.
[3] Recopilado por Nidia Cobella.
[4] Gustavo Roldán, Cuentos con pájaros. Centro Editorial Aca Latina. Sec. Cult. de la Nación. Buenos Aires, 1993