Hoy lamentamos haber alcanzado las 100.000 muertes por Covid-19 en nuestro país, pero en el contexto de esta tragedia que afecta todo el planeta, es conveniente repasar qué ocurrió en la Argentina, los aciertos y los errores que se cometieron.
El primer claroscuro son los resultados generales. Por un lado, nuestra letalidad de 2,1%, la relación entre el número de fallecidos y el número de contagios, puede considerarse aceptable cuando la comparamos con Italia (3,0%), Brasil (2,8%), Reino Unido (2,5%), Alemania (2,4%), España (2,1%) y Chile (también 2,1%).
Incluso, la cifra real debería ser menor considerando el bajo nivel de testeos. No obstante, nuestro número de muertes cada 100.000 habitantes es muy elevado (219,81) en relación con Alemania (109,75), aunque no demasiado diferente a Italia (211,91), Reino Unido (192,55), Chile (178,75) y España (172,07) e inferior a Brasil (252,78).
No es posible analizar estos datos sin cotejarlos con la situación socioeconómica de cada país.
La pandemia produjo estragos aún en los países con economías y sistemas sanitarios más sólidos.
Un acierto de la política sanitaria del Gobierno nacional fue la cuarentena inicial, que le concedió el tiempo necesario para fortalecer un sistema que estaba devastado y evitó el crecimiento abrupto de los contagios y la saturación de los hospitales.
Como contrapartida, se prolongó excesivamente y se implementó homogéneamente en todo el territorio.
Probablemente, restricciones más cortas y focalizadas hubieran sido más convenientes.
De todos modos, las restricciones son medidas de incuestionable eficiencia. Una prueba de esto es el descenso abrupto de casos que siguió a las medidas implementadas por el Gobierno Nacional durante el pico de la segunda ola.
Lamentablemente, esta última cuarentena se puso en marcha tardíamente, tal vez por los condicionamientos políticos de gobiernos provinciales y de CABA, cuando ya el sistema sanitario estaba colapsado.
Según algunos profesionales, el colapso sanitario durante la segunda ola de la pandemia explica decenas de miles de muertes.
Se produjo un desborde de los sistemas hospitalarios, especialmente en su eslabón más vulnerable, la terapia intensiva, por insuficiencia de recursos físicos, tecnológicos, de personal, de insumos y de medicamentos, para afrontar las circunstancias epidemiológicas.
Consecuentemente, las muertes aumentaron drásticamente, muchos pacientes estuvieron horas deambulando en ambulancias o esperando en sus domicilios antes de poder internarse, permanecieron en habitaciones de internación general o fueron intubados y ventilados mecánicamente fuera de la terapia intensiva porque las mismas no disponían de las capacidades suficientes para atender semejante demanda.
El colapso también resultó de la fatiga terminal de enfermeras, kinesiólogos y médicos intensivistas.
Como muchos otros trabajadores de la salud, padecieron largos meses de trabajo demoledor, con pésimas condiciones laborales y sueldos insuficientes.
En este sentido, es paradigmático que la enfermería en CABA siga considerándose una disciplina administrativa y no se reconozca como profesional.
Como en ningún otro lugar del mundo, se produjo una siniestra politización de la crisis sanitaria con conductas irresponsables de la oposición que, entre muchas otras cuestiones, resistió las indispensables medidas restrictivas y generó una corriente de opinión adversa a las vacunas.
Tuvimos muchas deficiencias en el combate contra la pandemia. Faltó generalizar el protagonismo popular, ya que cuando se pudo llevar a cabo, la experiencia de los comités de crisis y cuerpos de delegados barriales fue excelente.
Jugaron un rol crucial junto a promotores de salud y comedores comunitarios; que son herramientas valiosas para garantizar el acceso a la salud y a la vacunación.
A pesar del aumento obsceno de sus precios, permanentemente hemos tenido problemas serios con la provisión de medicamentos como sedantes, anestésicos, relajantes musculares, anticoagulantes y antibióticos.
Nos encontramos en una situación de indefensión nacional que requiere garantizar mayores recursos para el desarrollo de la producción estatal de medicamentos y vacunas.
La cuestión de las vacunas ha demostrado cómo las grandes potencias las utilizan para su disputa geopolítica, y además para condicionarnos y humillarnos.
Tenemos capacidad científica y tecnológica para su desarrollo y producción. El sistema sanitario debe reformularse, jerarquizando el rol de los trabajadores, en especial lo concerniente a enfermería e intensivistas.
En esta situación de crisis económica, social y sanitaria, los recursos son escasos y no pueden derramarse para el pago de una deuda externa ilegítima y fraudulenta, tal como ha ocurrido con el Club de París o como la que pretende el FMI que afrontemos.
Además, es necesario que los sectores que continuaron acumulando enormes ganancias a costa del sufrimiento de las grandes mayorías, como bancos, monopolios y grandes terratenientes sean los que más contribuyan para superar esta angustiante realidad.
En este momento, los contagios, las internaciones y las muertes siguen bajando.
Las vacunas llegan en forma masiva y se está desarrollando un plan de vacunación exitoso.
Podemos vislumbrar un horizonte diferente para dentro de pocos meses, pero hasta entonces, existen riesgos de rebrotes, especialmente con nuevas variantes que pueden llegar a tener circulación comunitaria y son más contagiosas.
Tenemos que seguir extremando nuestros cuidados personales y no podemos descartar nuevos períodos de restricciones.
El estado debe extremar su presencia y su ayuda a los sectores más postergados de la sociedad y la política, claramente, de ninguna manera puede enturbiar el manejo de la crisis sanitaria.