Magra es la memoria de los desmemoriados de la vida. Complicada la de los que no tienen, y absolutamente discutible la del fútbol. Ni qué hablar de los arqueros. Alguien me contó alguna vez que eran muchas las leyendas y cuentos -no todos ciertos, se agrega- que circulan en torno a los guardametas, como se les decía antes.
Y hay de todo. La de “Bandurria”, arquero de Almagro o Juventud (uno de los dos era) que tenía la costumbre que tirar la gorra adentro del arco cuando tenía un penal en contra, rito -se cree- que completaba con una estrepitosa lubricación de saliva en sus manos. El caso es que este tipo atajaba uno de diez envíos desde el fatídico punto de ejecución. Y era famoso por ello, hasta que en uno de ellos, embolsó la pelota y con ella entre sus manos se mandó detrás de la línea para buscar… la gorra. Gol. Olvido y escarnio para quien perdió en un instante una trayectoria notable. Aunque ganó la leyenda.
También se menciona al alemán Sepp Mayer (campeón del mundo en 1974) quien tenía el poco pudoroso hábito de contactar las genitalidades cuando “acomodaba” la barrera. Buen arquero. Como los teutones son conocidos por su prolijidad, nunca le endilgaron nada aunque el utilero, directamente, tiraba los guantes en el regreso al vestidor. Eso es orden y disciplina.
Se cita con insistencia el caso de arqueros que pateaban penales como Chilavert o el “Turco” Santiago; o, en sentido contrario, delanteros que iban al arco como “Pachala” Botta (ya con algunos años), o bien, goleros que jugaban de goleadores, tales como el “Alemán” Hattemer en Ferro o “Cordobita” en Atlético.
En fin, quien esto escribe elevó a la fama a “Patita” en su cuento “Después de la típica, antes de Los Iracundos”. El citado fue quien, impactado por la número cinco en plena panza, terminó en la zanja, tapado de agua. Fue gol. Cuando lograron sacarlo no hubo reproches, pero tampoco lástima. Había que seguir jugando en esas condiciones!!!
Imbuido por las curiosas anécdotas e historietas que exponía el querido Aldo Juvenal Solari, “Cañún” acerca de temas tales como el wing que fue a tirar el centro y levantó una yarará de los yuyos existentes en la esa zona del field, me acordé de una mención. En realidad, apenas una cita.
Alguien contó alguna vez la historia del arquero que salió para no volver nunca. En realidad, por la morosidad ingenua de los años juveniles, relacioné el suceso con lo acaecido con la “Juana” que le avisó a la mujer que se iba a comprar cigarrillos y tardó siete años en retornar.
La data actualizada me la dio quien alguna vez fuese parroquiano del bar “La Boca del Tigre”, en Bella Italia, sobre la ruta 166 (hoy 70S), como doblando para Felicia. Según el tipo, que ostenta el record mundial de consumo de 58 ajenjos en fila, lo que demuestra fehacientemente que tiene un hígado de acero aunque la mitad fueron con bitter y sin laca, y que desnaturaliza el tono épico como que se pretende desde las redes sociales, todo sucedió durante un partido nocturno en el predio propiedad del dueño del campo vecino al bar, que lo prestaba, aunque solo de noche ya que de día allí habitaban ovejas y/o chivos, a los que se agregaban lechones para el mes de diciembre.
Allí estaba el local con su casaca roja y verde, bastones verticales y vivos simil blancos (en una época no había muchos lavarropas), mientras que el visitante lo hacía en cueros, o sea con el rudimentario torso descubierto. Me dice que los otros llegaron en un camión de lechero (con los tachos recién lavados), que el cotejo era parejo, que dirigió “Pinchi” Gerez (ad hoc) y que el golero de los adversarios del team del boliche (bar y expendio de bebidas, más minutas; parrilladas solo los viernes) estaba inspirado y que el cero no se movía solo por él.
Cuando más presionaba el local, más sacaba el golero, un gringo petisito y morrudo, con rodilleras blancas, pantalones ajustados y buzo verde “Olimpia-Fillol, autografiado”, que volaba, salía, ordenaba y -por ende- no dejaba pasar una.
Pero la historia tiene finales tristes para los héroes. ¿Cómo llegarían a tal condición si no fuera por este detalle? A un minuto del final fue a buscar una pelota fácil, que venía picando, mansa y previsible. Pero la cuerina (pelota) siempre guarda trampa; un metro antes de llegar -cuando el tipo ya estaba mirando al inmediato destinatario- se “durmió” en una muestra de bosta de cordero, ondeó sin rumbo y se metió en el marco, ante la mirada atónita del sujeto que tardó en reaccionar.
A lo hecho, pecho. Se dijo. Y se mandó al fondo del arco a buscar la pelota para intentar la revancha. Curiosamente, el esférico se había ido lejos, adentro del yuyal que oficiaba de límite rural. Tampoco había red y la luz de los focos (4) era un bien suntuario para esa época.
Así que se fue a los yuyos. Pasaron los lógicos minutos de estupor y no volvió. A la media hora los players se pidieron una cerveza, no se sabe si por solidaridad o porque no había otro elemento. A las dos de la mañana se fueron, convencidos que el tipo, por vergüenza, se había escapado por el lado del chiquero de los chanchos.
Nada pasó. En realidad, sí. El tiempo. La cancha se borró del mapa, el boliche cerró y ya nadie guarda memoria de aquel suceso donde el arquero salió y nunca volvió.
Me dijeron que los restos de aquel arco se guardan en la canchita en forma de paralelogramo que está frente al sindicato mercantil. Los encontré. Estaban allí, como un símbolo, a un costado de lo que fue la cancha más geométricamente perfecta del planeta; oxidados, apoyados a un árbol tan añejo como ellos, incompletos, tristes, solos.
Pensé en la vida de los arqueros. En su muerte y en su olvido, y en aquellos que prefieren ser fantasmas sin nombre antes que derrotados.
No. Nunca se supo nada más de él. Ni siquiera su nombre. Solo el arquero que salió y nunca volvió.
(Qué sería de los amantes del fútbol sin la inspiración de Soriano, Fontanarrosa, Panzeri y tantos otros.)