Editorial

Egipto en llamas

Desde el 3 de julio en que fue derrocado el gobierno del presidente Mohammed Mursi, Egipto vive sumido en el caos más tremendo, con un costo de vidas humanas que en realidad nadie puede cuantificar a ciencia cierta, que algunas fuentes de información y agencias de noticias fueron sumando hasta llegar al millar, pero que, con sobrados motivos se presume que las víctimas pueden ser muchísimas más, ya que el ocultamiento es muy grande, en todo sentido.

Es que más allá de la contabilización de vidas tronchadas, ni siquiera se ha podido calificar este derrocamiento como un golpe de Estado, imponiéndose una nueva dictadura militar. Lo de siempre, que los analistas políticos internacionales, no dudan en asegurar que se están efectuando algunos leves cambios para que en definitiva no cambie nada, ya que se trata de un país que, la mayor parte de las últimas décadas fue controlado por dictaduras militares, hasta que hace dos años se puso término a medio siglo de continuismo, cuya última etapa estuvo a cargo de Hosni Mubarak.

De todas maneras, y desde entonces, las Fuerzas Armadas egipcias rápidamente trataron de transformarse de su rol despótico desde el Estado a custodios de la democracia. Por cierto, aunque con algunos cambios de jefes en la conducción, siguieron teniendo el control, aunque sin mostrarse como el rostro del gobierno. Pero duró muy poco, ya que provocaron el derrocamiento de Mursi, con el objetivo de volver a disponer de todos los beneficios y privilegios que les eran propios desde tanto tiempo atrás, y que ahora, bajo un sistema democrático, les estaban siendo recortados.

La situación es tan confusa, que ni el mismo Mursi queda al margen, ya que su aparición en la presidencia de Egipto apareció sustentada no sólo por el respaldo de la organización política Hermanos Musulmanes -sobre la cual existen además muchísimas dudas sobre su propia victimización, aunque sin demasiada participación en las movilizaciones populares que derrocaron la dictadura-, sino también por los propios militares, que de tal modo no asumieron el rol protagónico pero nunca dejaron de tener el verdadero control del aparato estatal.

Todo el proceso de "regreso" a la democracia demandó más de un año, lapso en el cual fue el propio Ejército el que llevó adelante una tarea de limpieza y reorganización, como los mismos militares calificaron, para así alfombrar el retorno democrático. Una situación, que a todas luces, creyeron muy pocos. Hubo arrestos, secuestros y especialmente una fuerte persecución a la dirigencia gremial, que fue el baluarte para el derrocamiento de la dictadura. La proclama para encarar esa tarea fue la lucha contra el extremismo ultraislámico antidemocrático.

Todos estos posicionamientos no llaman en definitiva demasiado la atención, ya que se suele acudir a estas convocatorias en defensa de la democracia, cuando justamente lo que se hace es tender un telón de ocultamiento de las verdaderas intenciones, como en este caso de las fuerzas armadas egipcias, que quedan bastante en evidencia.

Para colmo de males, el principal y más representativo país del mundo árabe, se encuentra en una situación económica a la que calificar como difícil es hacerlo con mucha benignidad, pues directamente se encuentra en bancarrota, pues toda esta lucha interna desbarrancó el turismo que es su principal fuente de ingreso de divisas, dejando sin posibilidades de recuperación y con un déficit fiscal de 13%, panorama frente al cual el aún presidente Mursi dispuso una serie de medidas como un préstamo de 5.000 millones de dólares pedido al FMI, atado a una profunda reforma del Estado, intentando recortar los derechos civiles para defender el ajuste. Frente al alzamiento y reclamo popular, Mursi se autodesignó por encima de las leyes, con lo cual pretendía impedir movilizaciones populares y huelgas e ignorar fallos de la Justicia. El intento duró muy poco, debiendo retroceder con tales medidas ante el enorme clamor popular, aunque insuficiente para aplacar la situación, que a comienzos de julio tomó un diferente cariz con la reaparición del Ejército en la escena.

Egipto tiene 80 millones de habitantes y la mitad de ellos vive en total estado de pobreza, con un 20% en emergencia alimentaria. Todos estos acontecimientos no hacen más que empeorar todavía más la situación, cuyo desenlace está aún por verse.

Autor: REDACCION

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