Sociales

Eduardo Hermida guardó todo el silencio

Durante mucho tiempo lo habitó el silencio. Calladamente cuando corregía y limpiaba de ripios sus escritos, o cuando leía con verdadera pasión (dos o tres libros a la vez, según sus propias palabras) textos de ficción y de historia (¡cuántas veces rescató del olvido, tratando de valorizarla, la imagen de Manuel Dorrego!).

Eran los días de expansión hacia los que lo rodeaban (en un lugar preferencial la familia) sean compañeros de la tarea de letras o los que, obligadamente en silencio, practicaban la mímica o se instruían a través de él.

Eduardo Hermida era vital, transmitía energía, fue un buscador de la belleza y la felicidad.

Para saber más de la escritura, concurrió a talleres y se rodeó de sus iguales, o concretó sesiones en su domicilio donde compartía ideas para conseguir la superación, en un clima de merienda y opinión.

No fue un hombre común (los perfeccionistas nunca lo son), porque la calidad de sus escritos lo hizo merecedor, en muchas oportunidades, de distinciones en diversos concursos de poesía o prosa. Trabajaba la palabra con respeto y seguridad.

No fue una persona corriente, porque los seres comunes no son reconocidos en varios países de Europa por sus virtudes como mimo. Quienes vimos sus actuaciones, no necesitamos de la palabra para comprender y sentir las emociones que transmitía (el humor y el drama estaban presentes y se alternaban en cabales gestos). El artista lucía su talento mientras se llenaba de felicidad al hacerlo.

El trato que daba era fácil, y natural la comunicación. Directo y profundo. La música le inspiraba pensamientos y canto.

Durante mucho tiempo acaparó silencio: no necesitaba el brillo sin contenido para sentirse bien, ni para desarrollarse como artista, ni para ser comprendido por sus amigos. Si hay una palabra que define lo que fue, es el verbo compartir.

Eduardo Hermida guardó todo el silencio que pudo. Desde ahora, seguramente, le faltarán pocas cosas -como el afecto que le daban los que tenían trato frecuente, por ejemplo-, pero ese sentimiento también se expresa con miradas sin sonido.

Una verdad a medias es que los creadores de arte no se van y es posible que eso se diga para hacer menos dolorosas las ausencias, pero es entonces cuando crecen los vacíos permanentes, esos en los cuales el silencio se vuelve, mansa y amistosamente, elocuente.

Autor: Hugo Borgna

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web