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Edgardo Peretti: una pasantía permanente

Por Hugo Borgna
Todo comienza con los juegos de palabras. Los autores como Edgardo Peretti cuando descubren que a pesar de lo estructuradas que ellas son se las puede acondicionar de tal manera que lleguen a resultar domesticadas y felices colaboradoras de los autores, decididamente encaran el camino del estilo propio, buscando de él soltura y solvencia de significado.
Edgardo Peretti le ha dado, en fecha reciente, la luz de la circulación a su nuevo libro. “Pasantía”. Son 187 páginas donde incluye relatos y textos de realidad libre (con pies en la tierra y alas en busca de la emoción), variando de este modo la costumbre (“costumbre” es un modo caprichoso de decir: Peretti siempre presenta algo distinto en sus obras) del decir de personajes que resueltamente desarrollan sus vivas historias.
La palabra es para Peretti un molde variable donde los significados juegan a sorprender al lector permanentemente con esquemas diversos. Se siente feliz como pez en la tinta cuando alterna oraciones con belleza, filosofía y correctísimo armado (“La música nos transportaba a los cielos, parecía, pero en realidad nos llevaba a lo que somos hoy”) con aquéllas otras en que introduce vocablos de sonido poco poético (“no puedo correr ni a mi vieja en chancleta”) para desarticular una estructura de palabras que amenaza (según él) con ponerse innecesariamente solemne.
Algunos de estos textos contienen una alusión donde lo concreto naufraga, para salir airoso en la creación de un recurso que camina a su gusto entre la tierra y el cielo (“La puerta vaivén de Aranjuez”, “El pueblo de la torre de Cristal”, “El olvido de San Pedro”), y también están los frecuentados donde se apoya en lugares o personajes muy conocidos de ámbitos familiares (“El radioteatro, esa pasión con auspicios”, “Cocho Rossi, un símbolo del barrio”)
En otro conjunto parcial, que podríamos llamar grupo histórico de necesaria puesta en papel, está el rescate de entidades señeras, hoy casi en el ostracismo, como “La River, historia de gloria y ocaso” o “El asalto al Banco de Italia”. Como material de indispensable presencia, se revive el secreto más contado: “Plato del día”, libre x gato”.
“Pasantía” pasa a ser un valor permanente, un libro de cabecera (es decir aquéllos a los que se recurre con frecuencia después de la primera lectura), un cuerpo literario donde las actuales generaciones se encuentran ideal y sólidamente con las primeras, esas que son historia consagrada.
Edgardo Peretti es el de siempre, pero con más emoción, estremeciendo tiempos, recuerdos y olvidos. Por eso, esta “Pasantía” está, desde su origen, en planta permanente, y no quiere decirlo en voz alta porque si se nota demasiado correrá el riesgo de ser incluida en el poco móvil inventario de la memoria.
Que es un logro, sí, pero no merece ese quietismo la obra de Edgardo Peretti, imprevisible y fresca como los actos cotidianos que nos acompañan.

Autor: REDACCION

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