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Dos tipos de (la) música

Por Edgardo Peretti


¿Arte o cultura? ¿Cuál de las dos es la válida o referencial? ¿Existe imposición de una sobre otra? Las preguntas podrían continuar en forma indefinida y es un hecho anticipado que las respuestas siempre serían del mismo tono: duda, o falta de certidumbre.
Hace muchos años, en los (muy) locos años setenta aparecieron en la vida de este escriba las disyuntivas como parte de planteos que en ese entonces se hacía la juventud. Hoy, el mundo ha cambiado; ni bueno ni malo, diferente.
A lo largo de estos cambiantes años ha persistido en mi etérea memoria dos referencias que tomo como hitos. El maestro Virgilio Cordero, filósofo de calle, tiza y urbanismo, solía arrancar sus discursos sobre el tema con una referencia hasta ahora inclaudicable: “la forma en que una vecina barre las hojas de la calle en otoño es una muestra de las tantas culturas con las que convivimos”, decía el Master.
Seguramente, con su oficio de charlista, omitió ubicar en algún sitio social a quien, luego de esta labor, tiraba las hojas a la parte del vecino. Je. Un capo, don Virgilio; siempre vigente.
El otro debate tuvo lugar en una clase de historia argentina con un joven profesor Guillermo Saenz, eminencia de docente y persona, quien intentaba convencer a las hordas de un bullicioso quinto años sobre las características del arte nacional.
No recuerdo los detalles, pero tratándose de este docente, debe haber contenido un alto basamento de sentido común.
He recorrido este -para mí- necesario preludio para ingresar en algo que sacude los sentidos de mi gusto, el cual no sé si es adecuado, pero es propio.
Hace unos días tuve el placer de acudir a un recital de dos artistas nuestros: Claudio Duverne y Diego “Sapo” Tosello. No es necesario, ni mucho menos imprescindible, acudir ahora a las virtudes estos tipos, amantes de la música y virtuosos ejecutores de la misma.
No pretenda el desprevenido lector que incursione en detalles técnicos de su trabajo. No es lo mío; no lo ha sido nunca ni lo será. No es casual que en aquellas pretendidas bandas infantiles de la escuela primaria, la docente de música (inolvidable Rosa Rudolf, portera que suplantaba ad-hoc a la fallecida maestra señorita Liana) a la hora de repartir los instrumentos me asignaba el primitivo “toc-toc” (en realidad, dos palos de escoba de unos 30 centímetros pintados de verde) y me ubicara al fondo del grupo.
Vuelvo a estos tipos. Uno ya los conoce y sabe lo que dan, pero conmueve hasta la emoción verlos compenetrarse en lo suyo, entregando el alma en cada estrofa, en cada acorde, en cada momento en que se brindan con todo.
Da la impresión, por momentos, que su viaje es al interior de cada nota, que se sumergen en esa ofrenda que exhiben al público con una minuciosidad que sólo admite el riguroso orden del pentagrama, aunque no hace falta saber del asunto para reconocer que la hoja donde se imprimen las letras, son a base de tinta; el corazón se lo aporta el artista.
El querido “Sapo” (los años me permiten acceder a su apelativo) mantiene la plena vigencia de su voz y ese fuego interior que lo ha destacado desde siempre.
El repertorio viaja por el folclore, el rock, el tango y toda pieza que se nutra de un precepto que guía al dúo: calidad, poesía y canto a la vida. Duverne se monta en sus teclados como el capitán de una nave espacial y se prende en el juego armónico que propone la yunta; el socio anda por guitarras diferentes y levantan vuelo juntos.
En el recital que me tocó asistir (luego de mucho tiempo de no tener ese privilegio) en medio de la ofrenda, un escuchante (SIC) pidió “algo de Serrat”. El “Sapo” cambió la viola y arrancó con aquello de “las hojas muertas”. Atronó el silencio y la emoción hizo de las suyas entre los que tenemos más de….varios años, que éramos muchos.
La lógica indica que tendría que volver al debate inicial. No creo que valga la pena. Lo que hacen estos dos tipos con (la) música es algo que supera la posibilidad de cualquier análisis, menos de parte de un profano como uno mismo.
La vida suele ir más allá de todos los sentires. Lo único que no puede superar el tiempo, más allá de lo cronológico y biológico, es que siempre se rinde ante el arte, ante aquello que se carga en el alma y se burla de las arrugas y del documento.
Algunos le dicen sentimiento.
Gracias, Señores artistas.

Autor: REDACCION

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