Editorial

Discurso político en campaña

A medida que se acercan las elecciones generales del 27 de octubre, que tal vez puedan ser decisivas y que no haya balotaje, crece la demanda de los argentinos en saber qué hay detrás de las palabras de los candidatos que aspiran a la reelección o a desembarcar en la Presidencia. En criollo, se busca saber qué hay detrás de las palabras y discursos que se pronuncian en el marco de una campaña en la que el objetivo de máxima es persuadir a los votantes y conseguir su respaldo en las urnas. Algo así como leer entre líneas, desentrañar qué esconden los candidatos en los pliegues de sus mensajes. Todos reconocen que la situación del país es muy mala en todos los sentidos, es decir que hay coincidencia en el diagnóstico, por tanto el interrogante gira en torno a la receta que pueden generar para superar los problemas abundantes que aquejan al país, en particular económicos y sus derivados en el área social (también de seguridad y narcotráfico). 

Los diversos candidatos parecen tener en claro qué es lo que se necesita hacer en la Argentina, pero no dicen cómo lo van a hacer. Siempre suele ocurrir. Por eso se explica la demanda de los argentinos en conocer las propuestas concretas de cada uno de los espacios que disputan el poder. Quizás los debates que se lleven a cabo primero en Santa Fe -en apenas 17 días- y luego en Buenos Aires permitan dar respuestas a esta inquietud que comparten no pocos votantes argentinos. 

En este marco, los candidatos no están dispuestos a decir palabras que nadie quiere escuchar. La corrección política en campaña prohíbe divorciarse prematuramente del electorado por una mala comunicación. En 1989, cuando el país se caía a pedazos en el tramo final del gobierno de Raúl Alfonsín agobiado por la hiperinflación, Carlos Menem recorría pueblos y ciudades como candidato presidencial por el peronismo prometiendo una revolución productiva y el salariazo por lo que pedía a votantes que lo sigan porque no los iba a defraudar.

Como hay una vieja (y mala) costumbre argentina de que los candidatos dicen cosas bonitas en campaña y hacen cosas feas una vez que llegan al poder, la confianza no suele ser un atributo que destaque en la relación entre políticos y votantes. Todo lo contrario, es difícil creer aunque en oportunidades no queda más remedio mientras se ponen en juego los refranes de siempre. Como aquel que dice más vale malo conocido como bueno por conocer o todo cambio es bueno. El primero aplica al Gobierno actual y el segundo se proyecta sobre el espacio que triunfó en las primarias del 11 de agosto. 

Sin demasiadas herramientas para desentrañar lo que puede hacer un candidato una vez instalado en el lugar al que pretende llegar, adquiere relevancia las señales y los gestos de su entorno. A nadie sorprende las tensiones existentes entre el campo argentino y el peronismo kirchnerista desde 2008 cuando se buscó aumentar las retenciones a las exportaciones agropecuarias. Este antecedente explica porque a los hombres y mujeres del ruralismo les cuesta confiar en Alberto Fernández, porque tener como compañera de fórmula a Cristina Kirchner les basta y sobra. Se trata de la ex presidenta que no tuvo una buena relación con el negocio del campo, al que asfixió en parte con impuestos y políticas adversas dificultando exportaciones y priorizando el mercado interno, lo que podía licuar la rentabilidad. La ganadería es un buen ejemplo que refleja la década pérdida. 

Volvemos a las señales del entorno de los candidatos. En el caso de Alberto Fernández, dos dirigentes que militan bajo sus alas pusieron en guardia al sector agropecuario. Felipe Solá planteó reinstalar la Junta Nacional de Granos mientras que Juan Grabois tiró sobre la mesa un proyecto de reforma agraria para redistribuir la propiedad de la tierra, quitando a terratenientes para ceder a productores enrolados en los sistemas de agricultura familiar. 

La propuesta no cosechó demasiados apoyos más allá de alertar a las organizaciones gremiales rurales. Ni siquiera el secretario General de la CGT, Héctor Daer, respaldó a Grabois al sostener que "no hay margen para la reforma agraria porque sería improductivo para el país" además de "socialmente imposible". El presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Dardo Chiesa, también rechazó la idea pero aprovechó para repetir un reclamo ya instalado por su entidad: una reforma tributaria y una legislación que regule los procesos de formación de precios para el sector agroindustrial. Vale la pena destacar que Chiesa, como tantos otros, hizo un llamado al trabajo en conjunto entre todos los sectores políticos y productivos del país al advertir que "a la Argentina la salvamos entre todos o no la salva nadie".






 

Autor: REDACCION

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