Editorial

Día de esperanza

Hoy es Nochebuena y mañana Navidad, una frase sencilla, que se destaca por su simpleza, pero que por eso mismo encierra toda una significación, una motivación que debe ser más especial y profunda que nunca. Es que el recuerdo del nacimiento de Jesús, que recordamos, conmemoramos y mucho más que eso celebramos con la plenitud del espíritu, en este tiempo debe transformarse en una convocatoria para unir las tradiciones familiares, para renovar ese compromiso con el afecto, con la solidaridad, con la comprensión, en definitiva con el futuro. Son épocas difíciles, de mucha confrontación, de inestabilidad emocional, y de grandes diferencias, en las que el remedio más seguro es la alimentación del espíritu.

Por esa razón, en un tiempo de materialismo y consumismo casi desenfrenado, estas horas deben llamarnos a la reflexión serena, meditada, profunda, donde el poder disfrutar de las pequeñas cosas que nos ofrece la vida, son finalmente aquellas que más nos sostienen, convirtiéndose finalmente en el mejor y más preciado regalo que podemos ofrecerles a nuestros seres queridos, y también a aquellos que quizás algo más alejados de nuestro pensamiento, en estas fechas tienen una proximidad mucho más visible, más espontánea, más llena de recuerdos.

Es tiempo de renovar nuestra fe en Dios, de profundizarla lo suficiente para afrontar aquellos instantes de cierta debilidad, de flaquezas humanas que suele aparecen en algunos momentos y que nos ponen frente la encrucijada de una decisión, que con la fortaleza que proporciona la fe cristina, siempre nos mantendrá a salvo, alejados del riesgo a veces tan cercano de caer en situaciones que luego provocarían nuestro arrepentimiento.

Es fundamental compartir con los hijos los valores y enseñarles que la felicidad no sólo está en los obsequios y en los regalos materiales. Lo primordial es  disfrutar con alegría y espiritualidad. Transmitir  a los hijos el mensaje de renovación de  fe y la alegría que acompaña las tradiciones navideñas. Estas son maneras de cultivar el espíritu y encontrar felicidad en el interior de cada uno. Reflexionar y orar juntos, hablar sobre el significado de la Navidad en las distintas tradiciones religiosas, contar anécdotas sobre la celebración de estas tradiciones en la familia, son una manera de fortalecer el espíritu navideño.

Pero sin dudas es también un momento para compartir, para dar y recibir, aunque la mayor alegría siempre la proporcione el poder dar, el poder ofrecer, especialmente a aquellos que más lo necesitan. Justamente, esto significa no limitarse a los más cercanos, a producir un intercambio de regalos, sino con quienes necesiten de nuestra solidaridad, de acciones desinteresadas. Probablemente esta sea una de las mejores y más sinceras formas de honrar la Navidad, de esperar el nacimiento del Señor.

Y recordando que en la vida lo material pasa a un segundo plano cuando la vida nos pone frente a duras y difíciles pruebas. Un gesto amistoso, sostenido en la sinceridad, es muchas veces un remedio esperado por nuestros semejantes. Y que mejor que hacerlo en esta Navidad, para que se encarne como hábito, para así confiar en un mundo mejor, el que está allí a a la vuelta de la esquina. Sólo debe ser un propósito fijo y compartido por todos, para entonces aspirar a hacerlo realidad.

También algo de historia de esta fiesta, una de las más antiguas, pues se trata del festival religioso del 25 de diciembre que su origen se pierde en las profundidades del tiempo. Durante todos los milenios y siglos precedentes a Jesús, todos los considerados salvadores y redentores del mundo supuestamente nacieron en diciembre. Por una cuestión vinculada a leyes espirituales y cósmicas, se creía, ningún mensajero de Dios podía nacer en otra época que no fuera esa. 

Que esta noche en torno a la mesa familiar reine el espíritu de paz, afecto y la comprensión que trasluce el Señor, quien recibirá nuestras honras. Un instante esperanzador que alegrará nuestros corazones.





 

Autor: REDACCION

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