Y… de estos autitos, tengo algunos que son mayores que yo… porque cuando mi mamá estuvo de encargue, le dijo a una tía mía que vivía en Zárate que iba a ser la madrina y el esposo el padrino. Mi tío no estaba muy convencido de la noticia, y preguntando qué regalo le haría al futuro ahijado por nacer, un vecino que era carpintero le dijo: “Mirá, le hacemos un autito de madera”. Empezaron a cortar madera y a fabricar autitos de la temporada que había en el año treinta y siete: Turismo carretera, Juan Manuel Fangio con sus Talbot Lago, lo de Europa. Era todo por fotografías que ellos veían. Tengo una fotografía a los diez años, agachado con un autito y rodeado de muchos más que son los que me hicieron, y detrás hay uno de chapa que fue el último que me regaló. Después los empecé a hacer yo… las primeras ruedas eran de palo de escoba, después empecé a conseguir las gomitas. La suspensión era del alambre original de las escobas que antes era de acero, no como la de ahora. En otros casos compré alambre más grueso.
Envasado en origen
El autito a suspensión no nació en Rafaela como muchos creen. Nació antes que yo, en Zárate, y de allí me lo trajeron acá. Nosotros lo desparramamos hacia el norte de la provincia.
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Con tecnología de punta
Oreste Berta venía a la carrera y desde atrás se veía llegar su autito lentamente, cuando llegaba a la largada salía con toda velocidad y no sabíamos que le había puesto para que suceda eso. Resulta ser que tenía un tubito de mercurio, con el mismo peso y medidas reglamentarias.
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Dos autitos de cuento
Había una señora que contaba cuentos -era Dorita Bautista de Villarreal- y justo yo estaba fabricando dos autitos: uno rojo y uno verde. Ella estaba buscando ansiosamente por todos lados, un autito rojo y uno verde. Porque les había contado ese cuento a los chicos y al sábado siguiente entre los que habían llevado ningún auto era a suspensión. Entonces preguntando a un amigo le dijo que hablara conmigo. Cuando llegó a mi taller yo estaba pintando esos mismos autitos que ella buscaba: uno rojo y uno verde. Los vio, se tomó la cara y decía: ¡Uno rojo y uno verde! ¡Uno rojo y uno verde! Así que le armé unos cuantos, y fuimos a la Librería “El Saber” de Vicente Dómina. Le di los primeros dos y ¿qué hicieron los chicos? Los hicieron chocar. Entonces me hice el malo, los guardé. Saqué los que tenía en mi caja y les dije: Estos coches no son para chocar, son para andar. Y se armó un revuelo bárbaro, hasta unos muchachos que iban a comprar unos libros se sentaron en el suelo y empezaron a tirar los autitos. Pudimos disfrutar todos de ese momento entre chicos y grandes.
*Los textos pertenecen a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Mario Farinoli