Desde el primer día de julio y hasta el próximo 17, la cuarentena estricta que decretó el Gobierno nacional, marcará una etapa importante en la salud y economía del país.
Las cifras, en ambos casos, no responden a las expectativas, porque los casos de coronavirus son tan elevados como preocupantes, habiéndose establecido en algunos días nuevos récords.
En el aspecto económico, varios sectores muestran un deterioro alarmante, que sigue agravándose hasta alcanzar números impensados, tanto en cierres de empresas como en la pérdida de empleos.
Hoy se comienza a transitar una semana que aportará definiciones, pero ya se viene mencionando con insistencia que la cuarentena se extenderá.
Será, como la actual, más rigurosa -aunque se aprobarían flexibilizaciones- en el Area Metropolitana Buenos Aires y en la provincia de Chaco, tal como viene sucediendo.
Los funcionarios y los asesores coinciden en la necesidad de terminar con ciertas restricciones, que siguen generando un agotamiento de la gente y un humor que podría llegar a ocasionar algún tipo de reacciones no deseadas, en una sociedad que en muchos casos mantiene un aislamiento que ya supera, con creces, el centenar de días.
Sobre este tema ya se expresaron algunos integrantes del Gobierno, que sin apartarse del tema de la salud, reconocen que la economía también debe merecer una atención especial.
Al margen de los diferentes planes de ayuda instrumentados por la Nación y que benefician a millones de argentinos, esa solución no podrá extenderse por un tiempo indefinido.
En este caso, los que admitieron que no serán viables por varios meses, son los propios economistas, quienes no dudan en manifestar su preocupación por lo que podría llegar ocurrir a ocurrir en el corto plazo.
Ya se advirtió también que la pobreza crecerá, hasta superar un número que estaría por encima del cincuenta por ciento. No es un dato menor para un país que viene arrastrando indicadores negativos desde mucho antes del Covid-19 y que lógicamente se profundizaron considerablemente en el segundo trimestre.
Los parches que intentan colocarse no resultan suficientes, ante un panorama complejo y que requiere del aporte de quienes hoy rigen los destinos de la Argentina, como así también de los representantes de la oposición.
Lamentablemente, quedaron muy lejos aquellos primeros gestos de unidad que se manifestaron al momento de aprobar leyes y proyectos, que con buenas intenciones, apuntaban a darle un impulso a la maquinaria productiva.
El romance fue muy breve, porque la grieta que se intentó archivar a partir de una conducta que sorprendió gratamente, por el simple hecho de buscar coincidencias, se reavivó poco después.
En una situación de emergencia como la que se está viviendo actualmente, las acusaciones no cesan y desde las dos trincheras se dispara con municiones gruesas, muchas veces, de manera irresponsable y con agresiones.
El pasado 9 de julio, hubo marchas en diferentes ciudades del país, que desde un sector definen como espontáneas y que desde la otra vereda no dudan en afirmar que fueron convocadas.
Los platos rotos, otra vez, los terminó pagando la gente, a raíz de las distintas acusaciones que se hicieron oír de las dos partes, en una clara muestra de intolerancia.
Hablar en esos términos en democracia es totalmente inapropiado, o tendría que serlo, pero no todos entienden cuál es la forma de proceder, aún cuando no se coincida en las ideas ni en el pensamiento.
Se puede disentir y hasta discutir, pero siempre con respeto, algo que se perdió desde hace mucho tiempo en este bendito suelo argentino, que continúa dilapidando oportunidades para retomar la senda del crecimiento.
En la medida que el comportamiento de los que nos gobiernan siga marcado por el odio y la revancha, será casi imposible pensar en la reconciliación que nos merecemos los argentinos y que sigue dilatándose, al margen de quienes asumieron, en diferentes períodos, la responsabilidad de gobernarnos.
Argentina tiene riquezas como muy pocas naciones. La cuestión, ya se puso en evidencia tantas veces, es saber administrarlas por el bien de todos y no de quienes forman parte de los gobiernos de turno, sean de cualquier signo político.
El día que las autoridades elegidas por el pueblo interpreten el mensaje, quizás podamos ilusionarnos con un futuro mejor para las venideras generaciones.
Hoy no está demasiado claro en qué momento se dará esa transformación, que todos soñamos, pero que por ahora nadie parece estar dispuesto a hacerla realidad.
Si en alguna oportunidad se logran alinear los planetas y se dejan de lado los intereses personales, la luz al final de túnel será más intensa y brillante. La esperanza, a pesar de todo, es lo último que se pierde.