La Palabra

De la infancia a la narración*

Nací en lo que entonces era un pueblo muy pequeñito, hoy una gran ciudad, Escobar. A cincuenta kilómetros de Buenos Aires pero que entonces era muy lejos. Mis padres eran muy lectores, les gustaba mucho el teatro, mi papá pintaba y hacía las escenografías del elenco teatral, entonces me llevaba a ver los ensayos, es decir que estuve bastante imbuida en el mundo del teatro y de la música en general desde muy chica. Después fui al colegio de monjas donde me hacían actuar en las obritas. Siempre tuve esa cosa de lo artístico. Y era una época que no se lo concebía como profesión y menos para las mujeres. Por eso es que estudié magisterio y cursé la carrera universitaria y me recibí de psicóloga. Me fui a vivir a Buenos Aires, me casé, tuve hijos. Pero tenía una pasión muy grande por el teatro, indudablemente, salía llorando del teatro. Un día dije: voy a estudiar teatro, y empecé. Tuve buenos maestros: Augusto Fernández, Miguel Guerberof y Cristina Moreira, y empecé a contar cuentos de forma casual, yo nunca había visto un narrador de cuentos ni sabía que existía. Había ido a la costa con mi familia y me ofrecí para leer cuentos en una carpa que había en la playa, para chicos. Me los estudié a los cuentos y empecé a contarlos, así de sencillo, y se armó un espectáculo sin proponérmelo. Los padres empezaron a llevar a los chicos a escuchar cuentos, y eso fue un descubrimiento para mí. Después una amiga me sugirió que vaya a la Recoleta, fui y empecé en los patios, se dieron una serie de causalidades increíbles porque la persona que programaba la sala al faltar un elenco me llamó para que haga lo mío en el escenario y eso para mí fue recuperar el recuerdo de mi infancia de cuando mi padre me llevaba. Allí me vieron directoras de colegios, me invitaron en las escuelas y así surgió impensadamente para mí. Fue en los años ochenta. Mientras mantuve unos años más mi labor como psicóloga que nunca fue en clínica sino que lo hacía en una institución donde trabajaba con prevención primaria. Y después me dediqué exclusivamente a la narración.

De viaje con intenciones de aprender

Empecé con esto y ese mismo año viajé con mi esposo a Europa y fui a ver narradores donde había un movimiento muy establecido de lo que acá mucha noticia no había. No en España pero sí en Francia. Tomé talleres, con narradores que venían de los años sesenta y como pasa con la cultura europea, el Estado absorbe estos programas y los narradores tenían un estatus en las bibliotecas, en los centros culturales, había programas con narradores, tomé contacto e hice talleres. Y a partir de allí empecé a dedicarme a esto, dar talleres, hacer más espectáculos, fui a colegios.

Los textos con los que me inicié como narradora

Siempre conté fundamentalmente cuentos de tradición, de tradición oral. Estaba muy conectada con la Feria del Libro y a partir de esto me conecté mucho más. Fue la época en que nacía una literatura infantil muy vigorosa. Fui muy amiga de Graciela Cabal, Graciela Montes, Laura Devetach, Gustavo Roldán, entonces contaba sus cuentos que eran mi fuente.

A partir de los años ochenta fui proponiendo diferentes espectáculos

No todos los años, pero siempre fue así. Armé un espectáculo para chicos que se llamó “Los zapatos de contar”, porque era como un juglar y me ponía los zapatos mágicos para contar los cuentos. Lo llevé al hall del Teatro San Martín, en el Teatro Alvear, y otros lugares. En dos mil uno estrené “La voz del terror” para adultos y con ese espectáculo gané un premio ACE de los cronistas del espectáculo lo que me posicionó dentro del mundo del teatro y se me empezó a reconocer. Tuve un espacio en el ámbito del teatro, escribí libros. Casi después de diez años me di cuenta que había que reflexionar con una práctica tan silvestre como era ésta, y escribí “Contar cuentos”, que tuvo nueve ediciones, y hace dos años publiqué sobre la narración oral, reflexionando sobre este movimiento que surgió desde entonces y viene creciendo geométricamente.

Incursiones como actriz además de narradora

No están tan separados. Como te decía la oralidad es tomar cuentos de tradición no siempre cuentos literarios. En el homenaje a Niní Marshall que hago incluyo los dos códigos porque narro la vida de ella y voy introduciendo los personajes que es un hecho puramente teatral. Este es un claro ejemplo de los dos lenguajes conjugados. Aun no incursioné en el trabajo exclusivamente de actriz de teatro. No digo que algún día no lo haga.

Qué me gustaría que sucediera con la narración

Es interesante que esto crezca, por supuesto, pero que crezca también con seriedad y con respeto, con cuidado, porque a veces se banaliza la propuesta, porque se la considera sencilla y creo que no es sencilla.

Cómo se logra

La persona tiene que ser idónea y capaz. Debe sostener su prédica todo que pueda. Por eso he escrito los libros, que incluyen los códigos para ser un buen narrador, reflexiones de todo tipo, conceptualizaciones sobre la práctica. Por ejemplo un tema que me preocupa particularmente es el pasaje de la literatura a la oralidad y lo desarrollo en el último libro. En nuestro país los narradores toman la literatura, en otros países no lo hacen porque tienen más tradición. Y toman la literatura un poco salvajemente entonces es ahí donde tengo mis propio criterios.

Qué le pido a un buen narrador

Esta es la posibilidad para imaginar, para jugar porque esto es un juego donde se juega con el otro, y desde la escena se le hace creer en lo que uno cree. Hay que tener una capacidad de juego muy grande, una capacidad de entrega, de creencia en lo que no es, de llegada. Pero lo tiene que creer él primero.

Un balance de todos estos años dedicados a narrar

Que me ha permitido vivir, no económicamente, porque no tengo ambiciones ni necesidades en ese aspecto. Me puedo dar el gusto de hacer lo que amo y es lo que me permite vivir realmente haciendo algo artístico que es lo mío. Sería muy desdichada si tuviera que vivir haciendo una actividad que estuviera lejos de mí. No podría vivir de otro modo.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Ana Padovani

 

 

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web