SUPLEMENTO ESPECIAL

De Austria a Rafaela: José Antoni, una gran historia para contar

Por María M. Rodríguez

Su apellido es conocido en Rafaela y zona por la empresa Antoni S.A. que José, con mucho empeño y gran esfuerzo, inauguró en 1977 y que ahora la llevan adelante sus hijos Vanesa y Alejandro, aunque él la visita diariamente acompañando y guiando con sus consejos. En el Día del Trabajador, qué mejor que conocer su historia, sacrificio y ansias de salir adelante luego de haber vivido el desarraigo de su país natal en un contexto de mucho dolor.
El pueblo checoslovaco donde nació José se llama Glasahaus, y es alemán. Transitaba la Segunda Guerra Mundial y por un ajuste de cuentas, los comunistas y partisanos lo invadieron. José vivía junto a su familia, y tenía tan solo tres meses de vida; su hermano Erwin tenía 7 años, y su hermana Ressi 11. Ese día se llevaron y mataron a 178 hombres del pueblo, entre ellos estaba su papá, su abuelo y un tío, hermano de su mamá. Habiendo avisado que iban a matar a todos, esa misma noche su mamá partió junto a ellos hacia Austria en tren, a un pueblo llamado Engelhartstten. Solo se tenían a ellos. “Perdimos todo, no nos quedó nada”, dijo José.
Allí los recibieron los austríacos, que, aliados con la Alemania nazi, les proveyeron lugar para vivir y trabajo en un campo. Su mamá trabajaba arduamente, y vivieron en ese país durante 12 años. “El gobierno de Austria nos dio lugar, y nos hacían trabajar desde las 7 hasta las 17. Había mucha nieve y la escuela estaba a tres kilómetros. Íbamos caminando y cuando había mucho viento íbamos en trineo”, relataba José. Era un pueblo pequeño que fue creciendo de a poco.
Conociendo su situación, unos tíos de su mamá que habían venido a Rafaela 10 años antes, les ofrecieron venir y establecerse aquí, a lo que ellos accedieron. No tenían ni los papeles. Los tíos los ayudaron con los pasajes de aquel viaje en barco a Buenos Aires que duró 25 días. Su hermana, que se había casado decidió quedarse en Austria y hasta el día de hoy vive allá. En Rafaela fueron hospedados un tiempo en la casa de los tíos, hasta que su mamá, que trabajaba en el Frigorífico Fasoli, logró alquilar algo para ellos. José hablaba solo un dialecto austríaco, así que asistió al Colegio San José donde había un cura que hablaba en alemán y lo ayudó con el aprendizaje. Solo sabía decir “buenos días” en castellano.
Luego de haber trabajado un breve tiempo con su tío en una joyería, cerca de cumplir 14 años, José fue a Buenos Aires a trabajar durante dos años con un familiar que se dedicaba a la fabricación de caños y calderas. Pasado ese tiempo y extrañando, decidió regresar a Rafaela para estar cerca de su mamá y hermano.
“Acá empecé a hacer changas porque no había mucho trabajo en ese tiempo, hasta que encontré uno cerca de mi casa, en la empresa Tosone. Allí hacía trabajos de mecánica, hasta que me llamaron desde Grossi Tractores, en donde trabajé casi 17 años”, relató José.
Buscando su independencia, con llaves y herramientas propias, comenzó a trabajar en un galponcito en su casa haciendo todo lo que venía a su mano. Comenzó a tener muchos clientes y no paraba de trabajar, ni sábados ni domingos. Eso le permitió comprar, con el tiempo, un lote de 50x20, donde actualmente tiene su empresa, pero en una superficie mucho mayor. Dado el gran crecimiento, trabajó un tiempo en sociedad con dos amigos pero por problemas de salud de uno y otros motivos, a los años la misma se disolvió, quedando solo él al frente de la empresa que hoy vende repuestos, brinda servicios de mecánica, y desde algunos años, tras el reconocimiento de su trayectoria en la zona, también los de garantía de los camiones nuevos de la firma IVECO.
Ver hoy el negocio tan bien posicionado y en constante crecimiento es un orgullo para toda la familia, y más con la historia de vida de José. Hoy disfruta de sus hijos y nietos y de todo lo que logró. Bien merecido que lo tiene. Su esposa Carmen fue siempre un gran apoyo para él en todo sentido. Son abuelos de Juan Cruz, Gerónimo, Valentín y Ludmila.
“Antes papá venía todo el día, ahora solo por las tardes. Nosotros le consultamos permanentemente”, cuenta Vanesa, que junto a su hermano Alejandro, su esposo Gustavo y su cuñada Marcela, dirigen la firma.
Vanesa no deja de mirar a su papá recordando y admirando su historia de vida y todo lo que tuvo que pasar, como tantos otros.
En el año 1987, su hermana vino desde Europa a Rafaela a visitarlos; habían pasado 30 años sin verse y sin tener casi contacto. Y José tuvo la dicha de viajar varias veces a Austria a visitar el pueblo que lo albergó luego de su exilio. Cada vez que lo hace, comparte tiempo con su hermana y su familia, con amigos y vecinos. La primera vez que lo hizo fue en el 92´, y recién en el segundo viaje, en el año 2012, tomó valor para ir también a Checoslovaquia, al pueblo donde nació y que fue atacado provocando la muerte de su papá. En la actualidad, y en memoria de todos los asesinados ese día, se encuentra allí una tumba para que los familiares tengan un lugar simbólico para llevarles flores.
José viajó nuevamente en el 2014 llevándolo a su hermano, y su último viaje fue en el 2016. Mucha emoción. “Es como mi casa, visito a mi hermana, sobrinos, y al pueblito donde viví”. Cada vez que va se queda alrededor de un mes y no para, lo llevan de aquí para allá. Hace rato que su familia le dice que tiene que emprender otro viaje, y aunque ganas no le faltan, dependerá de su salud y fuerzas que tenga ya que es un viaje largo.
Rafaela lo adoptó, y José siempre reconoce el afecto con el que los recibieron acá. “Ellos vinieron sin saber nada, ni el idioma, y mucha gente los ayudó a integrarse”, cuenta Vanesa.
“Fue muy difícil para mí porque no tuve ni padre ni madre, porque mi mamá trabajaba siempre. Me tuve que hacer solo, no entendía nada, y siempre recordaba con dolor todo lo que había vivido allá”, recuerda con nostalgia José.
Ese dolor hizo que sus hijos se enteren muchas de sus vivencias de a poco, ya de grandes. La angustia que le provocaban los recuerdos no le permitía hablarlo. Y hoy, casi al cumplir 79 años, sigue mirando atrás con añoranza, pero a su vez con satisfacción por todo lo que pudo lograr luego de tanta pérdida. Un ejemplo de superación.

Autor: REDACCION

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