La Palabra

Cuentos para leer en cuarentena

Ilustración del autor

Liborio Vorio nunca fue hombre de muchas luces y les aseguro que entre esas pocas que tiene y saca a relucir diariamente tiene dos o tres apagadas. Con eso ya no necesitan de más datos para darse cuenta del tipo de personaje que es el Liborio Vorio. Por eso cuando comenzó a contar que anoche había visto las luces pensamos que quizás estaba recuperando algunas de las que habitualmente le faltan. Pero no fue así. Contrariamente a lo esperado el tema de las luces se hizo en él una obsesión de la que fue imposible apartarlo. Su conversación se volvió monotemática; las luces, las luces y nada más que las luces. Fue así que decidimos (sus amigos y yo) tratar de arrancarlo de tan extraña situación y, dentro de lo posible, reemplazarle las lámparas quemadas para que al menos se ilumine un poco más el sendero de la vida que aún le falta transitar. Para hacerlo elegimos un lugar donde creíamos nadie nos molestaría; lo citamos sobre “La montañita” del bulevar Susana. Y vino el Liborio con puntualidad a nuestro encuentro con cara de susto, no por nosotros, dijo, sino porque temía volver a ver las luces rojas de los ojos del diablo. Bueno, nos dijimos, arrancamos con que las luces eran rojas como los ojos del diablo, pero ¿cómo seguimos? porque, la verdad, nada sabemos sobre eso que dicen los pitucos cura a los despistados y que llaman psicoanálisis. Entonces se nos ocurrió, en un chispazo de pura inteligencia, encarar la cosa diciéndole que nos cuente como había sido el hecho en cuestión desde el principio. Fue como darle manija a una vitrola… pero con el disco rayado. Liborio contó, repitió, se desdijo, se saltó a otro tema y volvió a repetir todo logrando que al final no entendiésemos nada. Para abreviar la cosa; con esfuerzo y tras media hora de escucharlo pudimos al fin reconstruir su historia. Según Liborio Vorio anoche estuvo en el “boliche” de Rosetti hasta bien tarde jugando al truco, comiendo una picadita y tomando cuatro o cinco ajenjos, los suficientes como para sentirse amo y señor de una realidad no tan real. Cuando decidió volver a su casa lo hizo por Luis Fanti y el siseo del viento entre los pinos que, como todos saben, bordean esta arteria, le hizo necesitar con urgencia desagotar parte de lo tomado. Como estaba cruzando calle Colón entró y descendió al fondo de “La bajadita” justo por debajo del letrero que informa a los vecinos que allí se construirá el velódromo esperado por la ciudad de Rafaela. Una vez aliviado subió a la calle, retomó la marcha y entonces sucedió. Casi llegando a la esquina de Fanti e Ituzaingó dijo que un rugido y un golpe de viento casi lo derriba. Y entonces lo vio… pasó a su lado el monstruo, un diablo de achinados y malévolos ojos rojos mirándolo fijo. Dijo que chillaban sus garras de largas uñas arañando el pavimento porque el diablo siguió su rauda carrera, marcha atrás, mirándolo siempre fijamente con sus malditos ojos rojos. Liborio se quedó duro como estatua de piedra, hipnotizado por los terribles ojos fijos en él hasta que lo perdió de vista retrocediendo velozmente en la lejana oscuridad. Y nos aseguró que lo que quería ese demonio era llevarlo a él al cementerio municipal y que no lo pudo arrastrar a ese lugar porque tenía colgada al cuello la cadenita con la cruz que encontró en el zanjón de calle Suipacha y que creía era del finado “Pachuquín”… o quizás no lo llevó, nos dijo después, porque su persona exhalaba demasiado olor a salame piamontés mezclado con anís turco. La verdad es que quedamos desubicados y llegamos a la conclusión de que no podíamos liberar a Liborio Vorio de su delirio debido a que no encontramos una lógica explicación a lo que juraba haber visto. Estábamos sin saber qué hacer ni que decirle al oscuro Liborio, oscuro porque llegamos a la conclusión que, al influjo de esa poderosa luz roja de los ojos achinados del diablo, se le habían apagado al fin la totalidad de sus escasas luces. Solo atinamos a darle unas palmaditas afectuosas en la espalda y, sin palabras, comenzamos a alejarnos. Pero alguien que se acercaba silbando un tango nos detuvo; era el “Loco” Morandi que ni nos saludó y se dirigió derechito al encuentro de Liborio. Nos detuvimos para mirar… y escuchar. Oímos que le decía algo así como “te vi Liborio… como te salvaste anoche, casi te levantan como caca en pala”. Rodeamos al “Loco” y le preguntamos a coro si había visto al diablo de los ojos rojos querer llevarse a Liborio al cementerio. Nos miró a cada uno con cara de “son o se hacen” y entonces contó su versión. A esa hora, dijo, volvía en bicicleta de la casa de su novia, la Catalina, cuando vio salir de “la bajadita” en cuatro patas a Liborio Vorio y después caminar vacilante por el centro del pavimento de Luis Fanti. Justo en ese momento pasó el rojo Chevrolet Impala modelo 59, ese que le dicen “cola de libro abierto” y que es del ricachón don Apolinario Ferreti. Y no les miento muchachos, nos dijo el “Loco”, ¡lo afeitó al Liborio!

Autor: REDACCION

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