¿Cómo llegó mi queridísimo y admirado amigo, hermanito del alma, “el Kique Sánchez Vera” a mi vida?… Nadie lo recuerda. Mi ex mujer, Nilda -madre de mis hijos grandes y actriz en la Comedia Catamarqueña que tuvo insignes directores- cree que fue por amigos comunes del Coro Polifónico. Comenzaban los años 60. Yo ya había escrito mi primera obrita folklórica: “Zamba Atormentada”, sobre alta poesía de mi querido de seminario: Bernardo Wigberto Romero. Me la publicó Editorial Lagos. Creo que fue en 1963 que nos conocimos con Kique. Venía de una espantosa crisis, porque se le había muerto el papá mientras lo bañaba. Aquí en Buenos Aires debió someterse a un tratamiento psiquiátrico. Se separó de su primera compañera. Fruto de tan dolorosísimo trance fueron los lacerantes versos de “Hombre Solo”, que yo traté de expresar hondamente en música. Kique fue, después de mis hijos, el regalo más grande que me hizo la vida como músico y amigo. Yo había concurrido a algunas de sus funciones de títeres en la plaza de Catamarca. Tenían todo el humor, la picardía, la ternura, el “enseñar riendo” con su duende hecho la magia pura en sus muñecos. Los cosía su fiel compañera de aquellos años: Nelly Rojas. “El Kique” era un artista total. Tocaba la guitarra, cantaba con una emoción conmovedora; tallaba sus marionetas que admiraron grandes del escenario chico, como el italiano de los Títeres de Podrecca, que le arrebató una de sus manos porque no podría creer que esa madera tuviese tanta vida adentro. Kique fue el heredero legítimo del gran Javier Villafañe, el padre argentino del títere, a quien conoció en 1942 con apenas diez años, siendo alumno de quinto grado en la escuela primaria. Un niño atrapado por las travesuras, que al terminar una función atravesó el aula y lo acosó a preguntas al gran maestro. Necesitaba conocer los secretos de hacer y manejar muñecos. Con avidez de predestinado Kique asimiló de don Villafañe ese estilo inspirador de un “estado de gracia” que los chicos viven como la más luminosa realidad de sus inocentes días. Por esto puedo contar con emoción el inmenso honor y gratificante privilegio de acompañar a Kique a uno de los célebres festivales de Necochea, el año en que conquistó el codiciado “Elefante de Plata”. Yo le había puesto música grabada en un Geloso para ciertas escenas. Con su primera compañera, Iride Maggini, había ofrecido títeres en Catamarca con su compañía “La ventana”; compartía el arte de los muñecos con Roberto Espina, ya con dos hijos, Luis e Ivana. Poco y nada sabía yo entonces de su trayectoria antes de conocer a su grupo “El Barco de Papel”, que aplaudió Brasil, Italia, y premió Francia con un título…; que Kique -cuyo verdadero año de nacimiento, que él escamoteó como parte de su juego de incógnitas 1926, 1929, 1932? aquel 8 de mayo…-; que era artista plástico, diseñador, músico, y que ya se destacaba como dramaturgo en el teatro de títeres, sobre todo en marionetas de hilo, cuyo manejo perfeccionó bajo la dirección de Alberto Fariña -Alfa Betty- como miembro del Petit Théâtre de Paris, y parte del Teatro dei Piccolo de Podrecca, de Italia, hasta convertirse en el más importante director de teatro de estas marionetas para hacer historia, y como parte de su trayectoria. Que entre sus mil búsquedas se dedicó a la animación cinematográfica, por lo que sus dibujos animados, en acetato, para Carbonel Producciones fueron muy celebrados. Kique pintaba con témperas blancas y negras -todavía no había aparecido la televisión en colores- y trabajaba empecinadamente de modo artesanal durante cientos de horas, a tal punto que conquistó tal fama con sus logros, que se los consideró estéticamente a la altura de la maravillosa Mafalda, o de cualquier otro destacado dibujo animado de su tiempo. Sánchez Vera fue, junto al camarógrafo Daniel Daglio, un pionero en la filmación de dibujos animados en Neuquén, algunos de cuyos datos me acercó quien fue su compañera de sus últimos veinte años en aquella ciudad de Centenario, Neuquén, Mirian Arroyo, donde había elegido para instalarse un poco antes de los años 70. A propósito de este éxodo de Kique de Catamarca a Neuquén, flotó en el aire, algo del “de eso no se habla” debido en gran medida a la mentalidad retrógrada en la que sumieron y aplastaron a la sociedad de Catamarca, durante décadas, unos viles caudillos reaccionarios, cuando Sánchez Vera inculcaba la libertad de pensamiento a sus alumnos, mientras se desempeñaba como profesor del secundario en el Colegio de San Francisco. Ignorantes y pusilánimes, le imputaban sus ideales de izquierda, como si la defensa de lo justo y noble fuese un crimen. Aquella falacia pacata, sumisa, hipócrita no pudo valorar su genio libertario. Tan lejos estaba el letargo mental del oscurantismo, que ni pudo asimilar la regla de oro del apóstol San Pablo: “la verdad os hará libres”. Kique nunca me había comentado una palabra sobre su actividad de dibujante y grabador desde siempre, y a la que se había consagrado primero en Cipolletti y luego en Centenario, Neuquén, donde experimentaba su pródiga fantasía lúdica con títeres y aquella animación cinematográfica, antes de crear y dirigir el Teatro Municipal de Marionetas de Centenario. Ni que fue director y profesor de la Escuela Provincial de Títeres Alicia Murphy en Neuquén cuya biblioteca lleva su nombre, y socio honorario de la Unión Internacional de Marionetistas -Unima-; que representó a la Argentina en festivales internacionales de títeres con su teatro de marionetas “El barco de Papel” a lo largo de nuestro país y de varios países de América latina, y que conquistó diversos premios por sus gestaciones literarias y musicales. Sí pude vivir de soslayo, hacia el final de los años 80, el homenaje que le rindió Catamarca al declararlo Ciudadano Ilustre; así como la municipalidad de Centenario lo homenajeó con la estatuilla de El Pionero, por su labor cultural; y que en la Calle de los Títeres, aquí, en Buenos Aires, hay un patio que lleva su nombre. Que como escritor publicó “De amores, diablos y flores” sobre dramaturgia para teatro de títeres, con la autoridad de quien, desde 1942, se había convertido en maestro titiritero, subyugado por los muñecos del genial padre de los títeres, don Javier Villafañe.
Un hombre importante para la cultura popular
A Kique Sánchez Vera se lo ubica generacionalmente entre la segunda camada de dramaturgos dedicados al títere, junto a Roberto Espina, Otto Freitas, Ariel Bufano y Raúl Aguirre, que se destaca sobre los demás por la referencia recurrente de sus libretos a distintos aspectos de la realidad sociopolítica en tono de sátira, muy afín a su espíritu lúdico de su humorismo gráfico. En este sentido es ineludible puntualizar que Luis Alberto Sánchez Vera, más allá de innovar en ciertos recursos muy codificados del teatro de títeres -repetición de acciones, parlamentos, escondites y persecuciones, y hasta limitar el intercambio excesivo del diálogos del titiritero con su público-, el dramaturgo escribió sus libretos para niños y adultos. Este mundo de los adultos es el que elige para la referencia a la realidad sociopolítica, en tono de ironía, para desnudar la hipocresía, el engaño, la mentira, la corrupción, mucho antes de que la inundasen hasta el hartazgo los últimos gobiernos que supimos soportar los argentinos. Crítica de comportamientos y costumbres fueron temáticas junto a sus contrapartidas de la verdad, el bien, la belleza, la amistad, el valor… siempre rindiendo culto al lema “enseñar riendo”. Fue su ineludible compromiso moral y ético, que supo demostrar en la vida diaria de artista digno y respetable por la coherencia de los valores humanos. Díganlo, sino, su obra “Por una flor”, contra la mentira de los poderosos, con el que conquistó, hacia fines de los 70, un galardón en el concurso organizado por la municipalidad de la ciudad de Santa Fe, que editó la Asociación Amigos de la Escuela de Títeres de Rosario. Y los mensajes en “Los valientes también mueren”, sobre los “superhéroes” de la opulencia y sus miserias; “El sereno y el diablo”, contra todo amo autoritario y la esclavitud del trabajo; “El buen curador”, sátira sobre los “manosantas” y curanderos farsantes y brujos de pacotilla; “La media flor”, una celebración de la amistad; “Las aventuras de Juan sin miedo”, sobre la auténtica valentía; “Las cosas nuestras de cada día” inédita al menos desde 1993, cuyo tema central fue la corrupción policial de la coima… En la dramaturgia del pequeño teatro, no hacían falta, como coronación de sus libretos, ni las clásicas moralejas que fueron el necesario corolario en las fábulas de Esopo y Samaniego; mucho menos la farisea moralina. Es que cada libreto de este pensador iconoclasta y rebelde contra toda miseria humana rescató, como fiel testigo de su tiempo, las virtudes de las buenas personas.
Recordado y respetado por muchos que lo siguen valorando
Ese fue el amigo mío del alma que apareció en mi vida al comenzar la década del 60. Mi incurable desmemoria me impide recorrer el orden de nuestro cancionero de apenas una docena de temas. Empezando por la zamba “Hombre Solo” que, presumo, fue anterior a la canción de cuna con cadencias de vidala: “Palito de Tola”, estrenada por el coro de Cosquín, que fue la primera que me estrenó y grabó Mercedes Sosa. Kique se sintió en el paraíso al conocer este dato. Kique, dueño único de cada gestación en nuestro cancionero, escuchó el llanto de Danielito, tercer hijo de mi matrimonio con Nilda Barrionuevo que tenía apenas unas semanas de vida, en su casa de Piedra Blanca (en las afueras de la capital de Catamarca) y me dice: “che René, pobrecito el Dany, parece un palito de tola… ¿Qué es eso? Pregunto yo. No entendía la metáfora. Y Kique “es como la plantita que crece en la cordillera, entre el viento y la nieve, que como la vida precaria de un bebé. ¿Y si le hacemos una canción?”, me dice. Y yo: “dale, escribí y dame la letra”. Y se me ocurrió para coro. Kique llegó a mi casa desde que mis niños eran pequeños: de meses Dany, Cecilia de un año y Nildi, la mayor, de tres. Para ellos siempre fue una fiesta. Iluminaba cada rincón por donde pasaba.
Eran años con nuevos vientos…
Debo decir que en aquellos años 60, había algo mágico en el aire, que inspiró a todo el mundo. Los Beatles, Borges en Europa, Sabato, María Elena Walsh, Eduardo Falú, Ariel Ramírez… Pero con Kique no teníamos a mano ningún modelo a seguir, y mucho menos imitar. Ni los poetas a él, ni los músicos a mí. Salvo algún escondido eco no consciente de seminario, del cancionero de Yupanqui y Falú. Todo brotó entre nosotros sin ningún plan, sin la más mínima idea de hacernos famosos. Para “lograr” nuestro anonimato en Catamarca, contamos con la colaboración de un personaje que fue “el Márbiz catamarqueño” porque organizaba recitales y festivales folklóricos. Nos quitó del medio porque solistas y grupos no debían cantar “esas cosas raras de Sánchez Vera y Vargas Vera”. Que debían cultivar solo el repertorio tradicional. Claro: lo nuestro era nuevo. Renovamos el folklore con la poesía de Kique, rica en alegorías y metáforas, y yo con diez años de componer música tratando de escapar de las fórmulas y los lugares comunes que se cultivaban entonces.
Temas compartidos con Kique Sánchez Vera
Las bellísimas imágenes y alucinantes alegorías en vidala “Palito de Tola”, en zamba “Río el Tala”, en “Canción de la Tejedora”; en las zambas “Nicolás Bazán”, “El zorzalero”…era todo nuevo. Entre esta fragua encendida por Kique, aparece de pronto el concurso de la dirección provincial de Turismo para instituir la Canción Oficial de la Fiesta Nacional del Poncho. Fui último en enterarme. Vino Kique a casa, como siempre, y me entregó estos versos de gesta y amor, de “Zamba para mi Poncho”, que me inspiraron cada nota, cada significado: “Hijo audaz de las vicuñas/coplero del alba/Señor del andar. Llegaste a mis días cargado de tiempo/y ungido del puro calor animal. Te tejieron unas manos/raíces calientes de surco y de sal/desde tu antiguo sueño enamorado/el viento en tus flecos se hizo guitarrear…”. Participamos y ganamos el primer premio: ¡un poncho! ¡Para los dos… lo cambiamos en la casa de artículos regionales donde se compró, por dos chalinas… Al poco tiempo me trae Kique “Canción de la Tejedora” -sin concurso- con esta dedicatoria: “para que dividamos otro poncho”. Y entretejimos nuestro mejor regalo para las amorosas tejedoras. Kique seguía haciendo teatro por todos lados con sus deliciosos muñecos de “El barco de Papel”. Sus obras fueron traducidas a varios idiomas.
La radicación en Neuquén
Lo que pasó después, quedó enterrado en mi desmemoria. Salvo enterarme de que Kique fue a trabajar a Cipolletti alrededor de los años 70 a una empresa de publicidad que cerró. Entonces eligió instalarse en Centenario, Neuquén, con la todavía compañera de Catamarca; que por esos avatares de pareja tuvo su fin. Después conoció a Mirian Arroyo, que también fue ese sostén que siempre buscó y necesitó para su vida de artista; una inteligente y sensible asistente social que acompañó, no sin tropiezos, a su polifacético e imprevisible genio hasta el final de sus días. Y con Mirian tuvo a una tercera hija, Ana Belén. Sus trabajos como artista plástico y docente en la Universidad del Comahue, fueron una delicia por su sabiduría y su fascinante juego con las palabras, cuya fama corrió de boca en boca en el ámbito universitario, y le dieron tal renombre, que en abril de 2009 la legislatura de la provincia de Neuquén le rindió un homenaje de reconocimiento por su brillante trayectoria. No había sido un nido de rosas su vida. Hay un costado que nos sume en profunda consternación y tristeza. Kique venía sufriendo una gravísima lesión arterial del corazón. Debieron internarlo para una interminable operación a corazón abierto y colocarle tres de los cuatro by pass previstos por los médicos. Esto cambió su vida; quedó convertido en un niño indefenso, vulnerable y susceptible. Y como todos los seres susceptibles, condenado a sufrir más. No obstante, contra viento y marea pudo alternar entre sus muñecos, sus clases, sus dibujos y su enorme necesidad de brindarse al prójimo. No se había curado. Las secuelas de la operación volvieron a manifestarse crudamente. Necesitó de apoyo psicológico y de cuidados extremos que no pudieron brindárselo en su casa, por lo que pareció indispensable llevarlo a un hogar de ancianos. Sin recuperarse cayó enfermo, fue hospitalizado y murió el 1 de febrero de 2010. Lo acompañaron en su despedida final algunos amigos y allegados del ambiente artístico, sin que falte algún titiritero con su muñeco desde el afecto. Habíamos podido comunicarnos algunas pocas veces por teléfono. Y me fue dada la gracia de hablar con él en su lecho de muerte. Su compañera Mirian me contó que mis palabras de cariño parecían estarlo curando, por su alegría. Nos estábamos engañando…
Un artista maravilloso
Luis Alberto Sánchez Vera fue un artista maravilloso y querible por todos quienes lo conocieron, por su don inimitable y único en esparcir la alegría de la gracia inteligente, capaz de despertar los más nobles y mejores sentimientos de amor, honestidad, paz y equidad entre los hombres. Y también por sembrar las semillas luminosas de su genio de artista y maestro; por su coherencia ética de artista insobornable, capaz de crear conciencia sobre la necesidad del bien común que permita alimentar la esperanza de un resurgir de valores imperecederos hacia un mundo mejor.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a René Vargas Vera