Carta de Lectores

Cuando un amigo se va

Sr. Director: 

Cuando un amigo se va... queda un espacio vacío, dice la canción. La partida al más allá de Licho Frosi -de la cual hoy se cumple un año- dejó un vacío indudable. No sólo por aquello que el poeta John Donne escribiera: “La muerte de cada hombre me disminuye/porque estoy envuelto en la humanidad. /Por tanto, nunca envíes a averiguar/ por quién dobla la campana/: dobla por ti”. Aquí se fue el amigo entrañable: más de 60 años de amistad ininterrumpida, lo cual no es poco decir, y los ejemplos similares no abundan. Amigos desde la infancia o la temprana adolescencia, matizada por continuos juegos (ajedrez, estanciero, e incluso a la pelota frente a su casa en pleno centro, cuando Rafaela lo permitía porque era poco más que una aldea grande).
El vacío, por tanto, es importante y será persistente, ya que la segunda parte de la canción no es tan cierta: “…que sólo se puede llenar con la llegada de otro amigo”. Cuando se va una persona tan apreciada nunca puede ser reemplazada: los seres humanos no somos fungibles, y cada uno ocupa un espacio propio, particular, intransferible.
En el caso, Licho era una persona muy particular, diríase un personaje de la ciudad. Esa ciudad que amó y no siempre lo reconoció en sus virtudes más excelsas: honestidad, rectitud, probidad, nobleza, fidelidad extrema hacia su familia, Incapaz de negociar con lo que creía no respondía a exigencias éticas. Inflexible, sí, pero en el sostén de lo bueno, de lo recto, de lo que hay que hacer, y no de lo que se hace.
No eran sus únicas virtudes. Era un gran observador, analista crítico, que su fina inteligencia orientaba y exigía.
En definitiva, y al margen de sus cualidades profesionales, una muy buena persona. Supo recordar la importancia de serlo, sin pretenderlo para sí, cuando en las palabras que pronunció en el Colegio Nacional mencionó que, de alguna manera, el colegio había contribuido a formar “buenas personas”. (¿No sería ése, acaso, el objetivo final de todo sistema educativo?). No es poca cosa, en los tiempos que corren.
Vaya el consuelo para sus seres queridos, en la certeza, para los hombres de fe, de que nos volveremos a encontrar en otra dimensión, jugando al ajedrez o a la pelota, elucubrando teorías para cambiar el mundo, trenzándonos en digresiones políticas y filosóficas. De ésas que tampoco abundan hoy por hoy.

Rodolfo Zehnder
Rafaela

Autor: REDACCION

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