Editorial

Crítica mirada

Justo el mismo día en que el Papa Benedicto XVI anunciaba desde la Santa Sede su decisión de renunciar al cargo de Jefe de la Iglesia Católica, desde Buenos Aires el cardenal Jorge Bergoglio -uno de los 117 que tendrá la responsabilidad de elegir al nuevo Papa- difundía un muy crítico comunicado respecto a la actualidad de la Argentina.

Sostuvo el arzobispo de Buenos Aires, entre otras cuestiones, que "el imperio del dinero con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de personas -incluso de niños-, junto con la miseria moral y espiritual, son moneda corriente", resumiendo de tal forma una situación sumamente complicada, frente a lo cual invitó a admitir que "algo no anda bien en nosotros mismos, en la sociedad y en la Iglesia", exhortando en consecuencia "a cambiar, a dar un viraje, a convertirnos".

Tales palabras fueron parte del tradicional mensaje del comienzo de la Cuaresma, que efectivamente se puso en marcha el miércoles pasado, iniciando de tal manera los 40 días previos a la Pascua, una celebración de recogimiento para los cristianos, que incluye el ayuno y la penitencia, para profundizar la conversión.

En el referido texto, dirigido a los sacerdotes y laicos, el cardenal Bergoglio sostuvo que este tiempo litúrgico "no es sólo para nosotros, sino también para la transformación de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra Iglesia, de nuestra patria y del mundo entero".

Sin dudas la descripción que realiza el sacerdote es realmente dura, tal como lo ha venido puntualizando en cuanta ocasión pública tuvo para hacerlo de esa manera. "Poco a poco -destacó- nos acostumbramos a oír y ver a través de los medios de comunicación la crónica negra de la sociedad contemporánea, presentada casi con perverso regocijo, y también nos acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor y en nuestra propia carne", para añadir más adelante que "el drama está en el barrio, en nuestra casa, y porque no, en nuestro corazón". 

Debe rescatarse dentro de estos severos planteos, que Bergoglio no margina a la propia Iglesia, sino que la incluye en primer plano dentro de esta perspectiva, constituyendo una muy cruda autocrítica -algo no demasiado frecuente, y que por lo tanto habla muy bien de sus intenciones-, afirmando que "nuestros errores y pecados como Iglesia tampoco quedan afuera de este gran panorama".

Hasta puede juzgarse que existió excesiva profundización de los errores y desviaciones que marca, como por ejemplo al puntualizar que "convivimos con la violencia que mata, que destruye familias, aviva guerras y conflictos en tantos países. Convivimos con la envidia, el odio, la calumnia, la mundanidad en nuestro corazón. El sufrimiento de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos; el desprecio al derecho de las personas y de los pueblos más frágiles no nos son tan lejanos. La destrucción del trabajo digno, las emigraciones dolorosas y la falta de futuro se unen a esta sinfonía", en tanto que más adelante dice que "la trampa de la impotencia nos lleva a pensar: ¿Tiene sentido tratar de cambiar todo esto? ¿Vale la pena intentarlo si el mundo sigue su danza carnavalesca disfrazando todo por un rato?".

Respecto a lo puntualizado en ese duro párrafo, el cardenal Bergoglio se responde a sí mismo diciendo "Sin embargo, cuando se cae la máscara, aparece la verdad y, aunque para muchos suene anacrónico decirlo, vuelve a aparecer el pecado, que hiere nuestra carne con toda su fuerza destructora torciendo los destinos del mundo y de la historia".

"La Iglesia nos pone -incluyó Bergoglio en la parte evangélica de su mensaje- en camino, un camino hacia el encuentro con Jesucristo, el único camino que tiene consistencia, el único válido que de alguna manera me lleva a encontrarme con mi Señor, el que da sentido a la vida. Y al comenzar hoy este camino nos hace participar de un gesto, de una palabra y de un consejo. Un gesto: todos vamos a recibir ceniza en la cabeza para indicar lo que somos. Años mas, años menos todos terminamos así: siendo ceniza. Y, sin embargo, una voz interior nos dice a todos: “vos naciste para otra cosa y no para lo que se va a convertir en ceniza”. Vos naciste para un encuentro, para una plenitud de corazón que es el encuentro con Jesucristo. Y hoy al recibir la ceniza, con esta significación, cada uno de nosotros se pregunta: “Qué busco yo en la vida?” Qué busco? Busco el encuentro con Jesucristo que me va a hacer pleno, que me va a dar la única felicidad que no se puede perder".

Autor: Redacción

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