Editorial

Control antitabaco

B/N Aquí no hubo cachetazo televisado. No hubo toneladas de tinta puestas en papel ni horas de radio hablando del tema. Sólo hubo silencio. Un silencio aterrador, porque implica que también quien debe contarlo prefiere no hacerlo.

Nuestro país ha sido descuidado en cuanto a las políticas antitabaco. Al menos, ese es el mejor de los diagnósticos a los que uno puede arribar luego de analizar lo acontecido en este rubro en los últimos años.
Las estadísticas mundiales acerca de las enfermedades causadas por el cigarrillo son más que contundentes como para obligar a frenar este vicio -al menos en los lugares públicos- y tomar medidas para desalentar nuevos “usuarios” de este mortal servicio.
Es por ello que se han establecido leyes -como la existente en nuestro país y en nuestra Provincia- que no permiten ni siquiera espacios determinados para aquellos que quieran fumar dentro de un negocio. Algo que puede ser discutible como derecho, pero que con datos ciertos se elimina cualquier tipo de argumento.
Aquí vamos a un punto básico: ¿por qué el Estado debe controlar qué es lo que consumo? En tal sentido, ¿por qué no deja fumar tabaco como antes? En primer lugar, porque hay sobradas pruebas de que perjudica la salud de quien lo utiliza. Pero si esto no alcanzara, también hay un fundamento desde el punto de vista económico: miles de millones de pesos destinados a intentar remediar los irreparables pulmones de los consumidores de tabaco. Al igual que sucede con el tránsito, uno pierde el derecho individual de utilizar o no un casco al momento en que el costo del ejercicio de esta decisión perjudica enormemente al resto de la sociedad.
En la conferencia internacional que se realizó en Montevideo la semana última, con la participación de delegados de 170 países firmantes del Convenio Marco para el Control del Tabaco (CMCT) -acuerdo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) aprobó en 2003-, el ex presidente Tabaré Vázquez, impulsor de las medidas antitabaco en su país, recordó que "el tabaquismo, como la guerra, produce muertes entre ciudadanas y ciudadanos del mundo, pero enriquece a algunos pocos". Precisamente Uruguay fue escogido por la OMS sede del encuentro porque está considerado un ejemplo en el cumplimiento y en la práctica de las disposiciones del CMCT.
Argentina aún no ratificó este convenio, pese a seguir encabezando la lista de consumo per cápita de cigarrillos en América latina. Se había quedado afuera del encuentro en Punta del Este porque el Congreso se niega a ratificar el convenio que Néstor Kirchner suscribió en el 2003. Compartió la lista de excluidos con Costa Rica y EE.UU. (que no suele ratificar ese tipo de acuerdos), pese a que en el país hay una muerte cada 15 minutos por efecto del tabaco: unas 40 mil personas al año, de las cuales 6 mil son fumadores pasivos.
El convenio –que declaró como derecho humano a la aplicación de políticas antitabaco- obliga a las partes a tomar medidas contra el consumo -vía publicidad y regulación de espacios para fumadores- así como a limitar la oferta, con suba de impuestos a la producción y el aliento de plantaciones sustitutas. En siete años se presentaron 31 proyectos para ratificarlo (17 en el Senado y 14 en Diputados), pero ninguno pasó siquiera el filtro de una comisión. El “lobby” de las tabacaleras demostró tener la eficiencia que no alcanzaron las mineras frente a la Protección de Glaciares o las iglesias ante el matrimonio gay.
Para frenar la ley, legisladores de diferentes bloques que representan a las siete provincias productoras (sobre todo los de Jujuy, Salta y Misiones), se hicieron eco del alerta de las cámaras empresarias, para las que el convenio dejaría un millón y medio de trabajadores en la calle y privaría al país de importantes ingresos: Argentina es el quinto productor mundial y exporta el 80% de su tabaco.
Aquí no hubo cachetazo televisado. No hubo toneladas de tinta puestas en papel ni horas de radio hablando del tema. Sólo hubo silencio. Un silencio aterrador, porque implica que también quien debe contarlo prefiere no hacerlo. Y lo que aquí hay en juego es la vida de todos nosotros.
Está claro que aquí sí hubo llamados telefónicos, recorridas por los pasillos, reuniones a escondidas –o, quizás, ya ni siquiera se esconden- comentarios en voz baja. Sin embargo, nada hace que el tema tome relevancia. Ciertos silencios son más aterradores que los gritos nacidos para ensordecer y nublar el juicio del pueblo.

Autor: firma 1

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