Sociales

¡Compatriotas: es obligación perdonarse unos a otros!

*Por Miguel Pettinatti


Querido lector, es posible que, sin buscar mucho, nos encontremos con personas que están disgustadas consigo mismas, por no querer perdonarse algún error; o con familias en las que se ha instalado el rencor y la desconfianza por la carencia de perdón entre sus miembros; o con una sociedad -incluso con nuestra querida Argentina- donde la famosa grieta, que nos divide, de a poco va carcomiendo muchos corazones.

Esto hace alusión, entre cruces de palabras, con el actual vocero presidencial y el expresidente de la Nación.

Son compatriotas, que les cuesta mucho poner en práctica los valores del Santo Evangelio.

Lo cierto es que, cuando falta el perdón inteligente, las personas se denigran, y su obstinación las torna irracionales y las sociedades se envilecen y se destruyen a sí mismas.

En consecuencia, se pueden encontrar no pocas personas que, por las razones mas insólitas, viven hundidas en las desesperanzas -en la oscuridad del odio y en el cieno de venganza.

Sin embargo, aún en los casos más extremos y desgraciados, como la pandemia, que estamos padeciendo, con sus consecuencias, también para ello hay una esperanza cierta de un cambio y de una realidad.

Nunca nadie podría ser tan lacónico como para afirmar que todo está irremediablemente perdido, al menos si se buscan, aunque sea a tientas, la verdad, la justicia, la paz y el amor amen.

De hecho, Dios ha mirado con misericordia a nuestra querida Argentina (humanidad), a pesar de los rechazos a su voluntad, y se humilló hasta hacerse hombre, anunció el Evangelio de la salvación y lo ratificó con el misterio pascual. ¡Dios perdonó! Durante su misión evangelizadora y con una pedagogía propia de quien es el verdadero Dios y el verdadero hombre, Jesús también se refirió al perdón entre los diversos problemas que podían vivirse en su iglesia.

Si bien, desde alguna perspectiva, el perdón podría ser visto como un acto generoso del hombre en que El mismo da y retiene el perdón, según su voluntad, como si el otorgado fuese prerrogativa humana.

Por otra parte, en la parábola de los dos deudores (Mateo 18,23-35) se entiende que, en realidad, el ser humano está obligado a perdonar, porque antes ya fue perdonado – muchísimas veces- por Dios, hasta otorgarnos, con rendición, el perdón por una deuda impagable contraída por el género humano en los orígenes de la historia.

Entonces, cuando se trate de perdonar a una compatriota (semejante), nadie debe olvidar que, innumerables veces, El mismo ha sido perdonado por delitos contra Dios y sus designios.

Si se suscitara el lamentable caso de que no quiera perdonar a otro, aquel corazón endurecido difícilmente alcanzará el perdón de Dios.

La debilidad humana suele inducir a los mezquinos para que consideren el perdón como una pérdida o una concesión al adversario (político). Quien perdona con el corazón nunca será derrotado. Todo lo contrario; porque el perdón es el triunfo del amor -manifestado en la cruz Cristo Jesús, sobre la grieta que nos divide amén; es el éxito de la esperanza sobre el pesimismo, el epinicio de la vida sobre la muerte. Si un compatriota (hombre) mantiene su enojo contra otro, ¿Cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene piedad de un semejante a él, ¡y se atreve a implorar por sus pecados!

El un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? (ECLI 28, 3-5).

Felices lo que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica: entonces el perdón de Dios, desciende sobre nosotros. Amén.

Autor: REDACCION

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