Cuando se trataba de bailes de carnaval, llegué a reunir cuatro mil quinientas personas y cerraba las puertas porque no había más lugar. En el Club Estudiantes de Buenos Aires se bailaba en la pista y en el subsuelo iba la juventud con disc jockey. Hice allí durante diecinueve años más extraordinarios con los más grandes de los que te nombro seis nomás: Hugo del Carril, Alberto Castillo, Héctor Varela, la troupe de Silvio Soldán, Osvaldo Pugliese, Rubén Juárez. No hubo nadie que no me diera el gusto de llevar. Una noche estuvo el Trío Los Panchos a quienes llevé dos veces en dos meses. Y por temor a que se hundiera la pista no entró más gente. Año ochenta más o menos.
Históricamente ¿se modificó la estructura para organizar una milonga?
Hoy la tecnología ha hecho que tengas más llegada. Pero esto se agregó a lo que yo siempre hago, porque nunca tenés garantía en el tango. Hacíamos radio, gacetillas para gente amiga, afiches murales, diarios, radios, ahora se agregó Facebook. Tengo mi hijo mayor que me da una mano muy grande manejando las redes sociales y lo hace con mucho amor. Ahora de grande tiene el recuerdo de haber estado en la casa de Floreal Ruíz cuando era chiquito, a mi casa venía Agustín Magaldi, Carlitos Galván, María Graña. El tiene una historia de vida con el tango.
Con el desarrollo de la comunicación actualmente nos informamos más de las actividades y la milonga no está exenta de esa difusión. ¿Cómo se mantiene y permanece vigente una milonga?
Creo que no hay sistema, si no yo sería millonario. Hay lugares donde vos insistís y no funciona. Y otros lugares que sale bien. Después hay gente que no sabe nada, pone un disc jockey, dice voy a hacer un baile, y le va toda la gente, y lo llenó. Y hay otros que tienen toda la experiencia, intentan un lugar y no lo pueden armar nunca. Entonces el factor suerte influye muchísimo en todos los rubros. Hay un método, de los que sabemos de esto: poner buena música, ser afectivo con la gente, si fuera por lo que me ocupo de la gente tendría que tener colas en la esquina. Es decir, yo disfruto la vida como debe ser, compartir con el ser humano todo. Los números mandan, obviamente, pero no pienso solo en eso. Hablo con los clientes y no solo los invito, sino que comparto sus problemas también. En los buenos tiempos en los que estaba el correo postal, para los carnavales hacíamos quinientas cartas. Con unas amigas, uno llenaba el sobre, otro ponía el volante, parecía un comité partidario. Tengo una agenda con mil direcciones y nunca dejo de llamar. Sigo teniendo contacto personal y llamo entre cincuenta y doscientas personas por mes.
La estructura de la milonga ¿es la misma de siempre o se modificó?
Ese gusto es variado. Hay lugares que son para bailar y nada más. Y hay gente que va cuando hay orquesta. En el ambiente hay de todo, el tango no tiene edad. El cliente mayor puede estar en noventa y cuatro años, como la señora Clarita que fue a Japón ahora con el compañero a bailar. Hay un maestro que tiene noventa y dos y enseña a bailar todavía, va a las milongas de pibes porque quiere bailar con las pibas nuevas que bailan bien. Es un ejemplo. Y después están los de dieciséis que van a la milonga a bailar con las milongueras grandes. Y nadie mira mal, me parece extraordinario. En mi época estaban separados. Decían los viejos y los jóvenes. Nunca desprecié a la gente grande, pero ibas al centro, en los salones estaban los milongueros, los más bravos, los que hacían muchas figuras. En otro club iban las madres, chicas bien vestidas, no te dejaban bailar suelto, estaba el guardapista.
¿Qué era el guardapista?
Era un milonguero que cuidaba que no se abrazaran las parejas, que no se soltaran bailando, te prohibían separar el brazo. Hasta los sesenta había guardapista. Hay ambientes que son muy juveniles, hay ambientes que son muy mayores. Pero en el tango se mezcla todo perfectamente bien.
La diferencia entre el ambiente familiar y el más pesado
Si decimos pesado por mal ambiente, en este tiempo de violencia estúpido y lamentable que hay por falta de educación o de cerebro -no sé- el tango no está incluido. No hay ambiente bravo. Cuando yo era más joven había. Eran muchachos pendencieros. Tomaban una botella de whisky por noche entonces se divertían y a veces había una mala intención o una equivocación y terminaba en pelea. Yo terminaba los bailes media hora antes porque estaba preocupado siempre.
La presencia de las parejas reconocidas que bailan tango. ¿Eran un factor importante para atraer el público?
Soy pionero en esto, porque a la gente le molestaba lo que yo llevaba, pero lo hacía porque me gustaba. Era cholulo, me gustaba hacerlo, y me sentía feliz al sacarme fotos con esa gente que admiraba de chiquito, ser amigos, y la emoción de la gente que cuando estaba adentro los escuchaba, veía y le gustaba. Las parejas de baile no actuaban en las milongas, estaban de gira, en los teatros. Pero yo los llevé a todos. Se detenía un rato la milonga, pero el milonguero no quería que se pare el baile, porque estaba apuntando a una chica a lo mejor y yo hacía oídos sordos. También llevé a elencos de la revista porteña como Alfredo Barbieri, Don Pelele, Amelita Vargas, y conductores como Oscar Otranto, Silvio Soldán, Velazco Ferrero.
Hay una película documental que resume la vida de la milonga. ¿Cómo se gestó el proyecto?
Bueno, vino Luciano Giusti a verme y me propuso filmar esa historia. Yo no sabía de qué se trataba. Se filmaron varias escenas durante un tiempo como podía él con los recursos según disponía. Después me enteré que se estrenaba la película y me sorprendió lo bien que está y el efecto que encontró en la gente. Se llama La vida es una milonga es una ficción sobre un baile que íbamos a hacer en La Ideal. La ficción se hizo en serio, con los afiches murales donde los hago siempre, con los clientes de la radio que tengo y que voy semana a semana a cobrarle, y todo el esfuerzo de quien organiza un baile. Salimos pegando carteles en la calle, y se hizo un baile para filmarlo. Se armó ese baile como que era el que estaba anunciado en el afiche.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Oscar Héctor Malagrino