La Palabra

Cómo me decidí a ser psicóloga*

Es una historia de vieja data. Soy nacida y criada en un pueblo del interior bonaerense. A los diecinueve años decidí ir a La Plata con el apoyo de mis padres, por supuesto. Ya tenía algún dinerito guardado porque demás tenía alumnos de inglés, hacía todas las cosas que una chica con cierto nivel de ilustración y del buen funcionamiento escolar y demás, hace en un pueblo. Y además ayudaba a mis padres en un comercio que tenían. Mi único hermano, que es médico, y tiene cuatro años más que yo, ya estaba en La Plata y mis padres consideraban que -formados en esa cultura italiana de que todo lo que le puede dar al varón es imprescindible porque el varón es el que va a fundar un hogar- yo ya era maestra, me había recibido, estaba estudiando inglés, tenía alumnos, y entonces me tenía que casar y tener hijos y fundar un hogar. Y eso no era mi proyecto para los diecinueve años de mi vida. Siempre fui una chica muy inquieta, estudié música, me recibí de profesora de piano. Hice todo lo que a nivel cultural el pueblo me podía ofrecer. Y mis inquietudes eran hacer una carrera universitaria. Un poco por cuenta propia primero, tratando de avasallar la decisión en contrario de  mis padres, me fui a La Plata, averigüé todo y me inscribí en Derecho y me inscribí también en la carrera de Psicología con la idea de hacerlas, fíjese que el Derecho, la Criminología y la Psicología, digamos que están todos emparentados. Volví al pueblo y le dije a mis padres que ya me había anotado y que con mi dinero me iba a solventar. Cuando ellos vieron que mi decisión era firme decidieron irse a La Plata y comprar un pequeño departamento por cierto muy humilde en el cual fuimos a vivir mi hermano y yo. Ingresada en la facultad y ya teniendo un lugar donde vivir, arreglé con  mi padre que yo me iba a sostener económicamente, y así lo hice. Entonces repartí cartelitos por todos los negocios del barrio como siempre se hace, y me llené de alumnos, ayudaba a las señoritas que estudiaban magisterio para que prepararan la clase magistral con el franelógrafo que se usaba tanto en esa época. Y así un día cursando una clase magistral en el hermoso edificio del rectorado, vi un cartel que decía que invitaban a aspirantes a la carrera de Asistente social criminológico, duración dos años, auspiciada por el Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, con salida laboral inmediata. Yo dije: “esta es mi oportunidad”. La gran casualidad era que el lugar quedaba a tres cuadras de mi casa. Se cursaba de noche, la cursé y me recibí. Esto fue del sesenta y tres al sesenta y cinco. Los profesores eran todos jueces en lo penal. Vi que me gustaba eso, nos empezaron a llevar a las cárceles y entendí que más que Derecho lo que tenía que hacer era una formación en Psicología para entender la mente humana del criminal. Conocía a un ponderadísimo juez penal a quien un día le dije que quería ingresar al Servicio penitenciario que se llamaba Dirección de establecimientos penales y me ofreció ayuda, así como mi madre para movilizar la planilla de inscripción. Un mes después fui  nombrada e ingresé como Asistente social criminológico a trabajar en las cárceles. Y seguía estudiando Psicología. Había dejado Derecho. En aquel momento la carrera de Psicología era magnífica con un pan de estudios extraordinario cosa que después no pasó. La formación era de Psicólogo clínico, Psicólogo laboral o Psicólogo educacional. Elegí clínico. Me anoté en el Ministerio de Educación que se llamaba Dirección General de Escuelas y empecé con suplencias en escuelas para adultos a la noche. Me compré una motoneta Vespa e iba a dar clases a Berisso a algunos kilómetros de La Plata. En ese momento no había psicólogos en el Servicio penitenciario, solamente asistentes sociales y no todos criminológicos así que era una de las primeras. Así fui rondando por todas las cárceles y fui avanzando en mi carrera de psicología y el día que me recibí presenté mis antecedentes, y a partir de ahí se creó el cargo de Psicólogo clínico y yo fui la primera.   

La cárcel que conocí con mi trabajo

Las cárceles siempre fueron supernumerarias pero nunca en la medida y en la magnitud que lo son hoy día, porque también la criminalidad era mucho menor, los valores sociales eran otros, y estos casos extremos que nosotros estamos viendo no se veían, absolutamente. Era un caso aislado muy de vez en cuando, y en la realidad la mayoría de los homicidios respondían a crímenes pasionales. El homicidio en ocasión de robo no era habitual. Empecé a tener que hacer pericias psicológicas de homicidios en ocasión de robo a partir de  los setenta. Después de la época de la represión. En la época de la represión olvídese. En los últimos tiempos de la represión -que va a ser tema de mi próximo libro- el gobernador me dice que como era la primera psicóloga del servicio y habían revisado mis antecedentes y mis orientaciones políticas y demás o sea que me habían revisado como rayo x yo había pasado a trabajar en la Unidad Nueve de La Plata que era la famosa cárcel modelo, la mejorcita de todas las cárceles que teníamos- se llamaba modelo porque fue construida a posteriori de Olmos y de Sierra Chica. La idea que se tenía con respecto a esa cárcel era la implementación de un sistema institucionalizado destinado a la recuperación de los presos. Flor de fantasía, absurda y estúpida, que ningún preso se recupera en situación de prisión. Eso se lo aseguro de acá hasta el último día en que viva yo. Porque dentro de ese ámbito es imposible recuperar a nadie, salvo casos muy pero muy contados, específicamente con una cuestión criminológica que no tiene nada que ver con lo que vivimos hoy. Así fue que me tocó trabajar cuando empezaron a blanquearse los primeros presos políticos y lo que fue después la Conadep. Así que fue una época muy dura, de mucho dolor, donde imagínese que el objetivo fundamental de la posibilidad de encuentro terapéutico entre un individuo necesitado de ser atendido psicológicamente y un profesional a cargo de eso, reside básicamente en el hecho, primero que esté en un ámbito que nunca sea una cárcel, en segundo lugar en un ámbito donde las personas se puedan sincerar, en este caso el interno que era el paciente. Fue un firulete, un simulacro, para demostrar que se estaba cuidando a los presos políticos y se les estaba dando psicoterapia. Y después tuve que soportar a la salida de la cárcel que las familias me siguieran en busca de información y llegaran hasta la casa de mi madre a dejar papelitos con nombres para ver si yo había visto a esas personas. Una situación terrible que está muy registrada en mi  memoria como uno de los períodos más difíciles que tengo del ejercicio profesional personal.

Encontrar a algunas personas buscadas por sus familiares

En un caso. Me tocó un chico de una familia muy conocida de mi pueblo. Hacía muchos años que no veía a esa gente. En una oportunidad cuando se presenta y me dice su nombre, también me dice mi nombre y de quién era hija. Fue muy difícil donde lo humanitario estaba al límite. Después gracias a Dios durante el período de Raúl Alfonsín fue un período de respiro, fue una maravilla. Ahí pasé al Instituto neuropsiquiátrico de seguridad del Hospital de Melchor Romero adonde se habilitó la unidad diez y se empezó a examinar a todos los presos que venían imputados de ciertos delitos como psicóloga forense. Ya no más cárceles ni viajes por las provincias. En su momento intervine como jefa de un equipo interdisciplinario destinado a detectar dentro de la población carcelaria de todo el país, para crear un sistema de formación y de especialización para aprendieran un oficio. Lo que se está diciendo hoy día, eso está creado desde  mucho tiempo atrás y soy la responsable de esa creación.

Mi labor como asistente social

Siendo asistente social criminológico me tocaba ir a las localidades a hacer los estudios criminológicos ambientales cosas que antes se hacían y bien. Donde previo a dar el beneficio de la libertad condicional o a las salidas temporarias un asistente social criminológico iba al lugar donde iba a quedar alojado el preso y hacíamos un estudio ambiental destinado a verificar si realmente era atinente conceder el beneficio.

Cómo debe ser la cárcel para que el preso se pueda recuperar

Fundamentalmente lo que hay que hacer es una debida estratificación de los orígenes criminológicos. Porque llegar a un delito siempre implica haber salido de una normativa, siempre hay una razón. Para cualquier hecho. La conducta humana siempre tiene una motivación. Entonces la motivación criminal hay que tratar de buscarla y hay que tratar de encuadrar a los criminales según la motivación. No es lo mismo el chorrito que tenemos hoy día que sale a robar porque no quiere laburar y porque lo que roba lo dedica al consumo de drogas, porque el gravísimo problema que tenemos hoy es ése. Antes la gente no se drogaba. No todo reo es el mismo. Me acuerdo cuando una de mis primeras pericias fue la de Carlos Robledo Puch, que era caso atípico, resonante, escandaloso, sobre el cual todos los abocamos porque imagínese que hace cuarenta y un años atrás que es cuando delinquió, y era un chico de la extracción social de la clase media alta donde nadie esperaba. Ese sí era un criminal nato. Creo que aquí habría que volver a los tiempos de la estratificación del criminal según los orígenes y las motivaciones criminogénicas. Porque hay que salvaguardar todo lo que sea el delito contra la propiedad y contra las personas como consecuencia del delito asociado o por asociación que surge a partir del hecho de que el individuo necesita aumentar su criminogénesis y además sale a actuar delictualmente bajo los efectos de narcóticos. No es una persona que está lúcida, sino enajenada y potenciada por eso. Creo, la actual es una situación que nos ha desbordado y como toda situación que desborda usted no sabe por dónde empezar. Si a eso le agregamos que desde hace unos cuantos años tenemos que lidiar con un criterio abolicionista de la pena, un criterio como el que estamos viviendo es como echarle cicuta a una cosa que de por sí es amarga. Porque ¿qué es la prisión? La prisión es una medida restrictiva que intenta ser una medida correctiva. Pero si usted a la prisión la debilita y a la medida correctiva la reduce, obviamente que está favoreciendo lo otro.

¿Puede protegerse y defender su equilibrio emocional un psicólogo que trabaja en la cárcel durante treinta años?

El tema de la contaminación es casi inevitable, siempre uno queda contaminado. Al tomar tanto tiempo con causas tan severas y tan delicadas, llega un momento que uno un poco se blinda, se distancia, se separa, se segrega, y eso permite tomar una enorme distancia respecto de los hechos. Pero también la posibilidad de hacer permanentemente su propio tratamiento psicológico porque si no, uno termina contaminando el ámbito de trabajo terapéutico ajeno con la propia problemática. Nunca el blindaje es ciento por ciento. Por eso hay que tener  mucho cuidado a la hora de elegir un psicólogo.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Alicia Crosa

 

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