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Cómo la nueva percepción del tiempo impacta sobre el ocio y el amor

Por Ana Clara Pérez Cotten


NOTA II


De este lado de la Cordillera, el psicoanalista y doctor en filosofía Luciano Lutereau aclara que la pandemia no fue una detención de productividad, porque “el mundo mismo de la productividad es el que causó la pandemia”. “El primer resultado de las restricciones que impuso el virus fue la virtualización de la vida y la explotación emocional de muchas personas que no estaban preparadas para el trabajo en línea, ampliando aún más la brecha entre los que podían alienarse más para seguir el ritmo y los marginados”, recupera y cree que si bien hoy están dadas las condiciones para revisar nuestra idea de trabajo, para democratizarlo y generar mayor accesibilidad, “nuestra sociedad necesita la explotación”. “Es cada vez más claro que, por ejemplo, el empleo presencial no es necesariamente productivo pero se lo necesita para expropiar al trabajador de su tiempo”, sostiene e invita a repensar qué implica la presencialidad si se la entiende como dogma.

¿Cuál es el impacto de esa aceleración en el individuo y en la forma en que nos relacionamos? “Como escribió Sloterdijk: los ansiosos y abreviadores han sido el mayor grupo de presión psicopolítico en la historia. Cosas como esperar nos tensionan, nos obligan a dar algo de subjetividad, es decir, `dar lo que no se tiene`, precisamente la fórmula del amor. Y ese dar incomoda, es riesgoso también; el ser humano moderno se las ha arreglado para acortar las distancias entre el deseo y su satisfacción”, sostiene la escritora chilena Constanza Michelson.

La secularización del mundo hizo lo suyo con el fin del "más allá", y la potencia técnica de la modernidad ha hecho posible cumplir el anhelo de acortar las distancias y la espera. “Hay tantas cosas que ya no se esperan. Por ejemplo, leer las noticias no significa esperar a la mañana, o esperar que alguien llegue a su casa para poder llamarlo, comer ciertas frutas que antes solo se daban en una temporada. Los ritmos de casi todo se van interviniendo para acelerarlos. Ya no hay para que `dar lo no que no se tiene´, lo que, por supuesto tiene implicancias en el amor, no solo hacia las personas, también hacia nuestras cosas y actividades”, sostiene la psicoanalista y advierte que la instantaneidad resta mirada: “La mirada de la hiperactividad es desatenta, ansiosa, que consume, pero no desea; porque el deseo requiere de una distancia, de un más allá. Las cosas hoy están demasiado 'acá', en una cercanía medio asfixiante”. La ansiedad ya no es un trastorno, sino una forma de estar en el mundo. “Que trampa la que nos pegamos: hicimos la luz y perdimos la noche, la inmediatez de la satisfacción es una zancadilla al disfrute. Y al aire. No es menor que los ataques de angustia sean el síntoma de la época”, indica Michelson.

“Y sin embargo el amor”, el libro de la psicoanalista Alexandra Kohan que va por la cuarta edición y que articuló varios de los debates del último tiempo al reformular la discusión del feminismo, la política y los vínculos, abrió camino para repensar el desencuentro de estas dos temporalidades. La autora sostiene que cuando el amor irrumpe, lo hace fuera de tiempo y lugar: “Nunca es el lugar ni el momento justo. La irrupción de Eros es, ella misma, la cifra del destiempo y del desquicio, de la contingencia, del acontecimiento, de la descolocación y de la sorpresa”.

Una amplia gama de artículos, podcast y libros buscan, con consejos y rutinas que van del running a la pintura de mandalas, aplacar la incomodidad que genera el desfasaje temporal entre lo que propone la rutina y el pulso interior. Lutereau va más allá y plantea la paradoja de una época que produce saberes sobre los vínculos y que teoriza mucho la pareja, pero en la que cuesta cada vez más vivir una historia de amor: “Hoy las historias de amor se volvieron insoportables. Rápidamente se las diagnostica o se dice que no son amor, o se las clasifica y se plantea como deberían haber sido las cosas. Una historia de amor es algo que está fuera del tiempo. Muchas veces, además, son tristes”, sostiene.

La misma letra de Cabrera que empieza con “No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj”, habilita, en los últimos versos, una lectura para profundizar el debate: “Por eso te pido una vez más, tomatelo con tranquilidad / puede ser ayer nunca o después, pero tu amor dame alguna vez”. (Télam)




Autor: REDACCION

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