La Palabra

Carnaval ¿fiesta popular o espectáculo para la activación del turismo? ¿Rito o espectáculo?*

Al pensar en el carnaval lo primero que viene a la memoria es una fiesta pagana de fecha móvil que se celebra en toda la República Argentina, cobrando características particulares en cada localidad, y cuyo festejo ha transitado distintas consideraciones a lo largo de la historia. Sobre todo recientemente, donde se pasó a la supresión de los días  laborables, con la instalación nuevamente de los “feriados nacionales” y la promoción de “un feriado largo ideal para unas mini vacaciones”. 

Esta festividad se inscribe en un calendario festivo-religioso cuyas raíces coinciden con las fiestas celebradas por los griegos en honor a Cronos y Dionisio y con las de los romanos a Saturno; el nombre carnaval nos remonta a la Edad Media.

El carnaval ha ocupado históricamente el lugar de “lo otro” dentro de la sociedad, aquello que para una cultura es a la vez interior y extraño, y por ello fue y es muchas veces excluido y menospreciado.[1] Lugar privilegiado de la parodia social, de la utopía, el humor y la diversión, el carnaval pone entre paréntesis el mundo dejando entrever aquello que se oculta, haciendo visible la textura de las relaciones domésticas y sociales, desplegando los valores grupales. En él se vierten fantasías, deseos, angustias, conflictos y representaciones del imaginario social que caracterizan a una época determinada. En tanto fenómeno cultural, conlleva la impronta de los aspecto económicos, políticos, estéticos e ideológicos más amplios de la sociedad en la que se inserta, a la par que la va configurando en su despliegue. Supone asimismo un fluir en su hacer y decir que lo tornan un evento en continua renovación y cambio. 

En las últimas décadas y vinculado las transformaciones inherentes al proceso de globalización, ha tomado fuerza el deseo de conocer, conservar y difundir lo que se consideran valores patrimoniales de las distintas sociedades y comunidades, especialmente en el mundo occidental. Esta preocupación por la preservación del patrimonio viene asociada con el aumento del interés por las expresiones más significativas de la memoria, la historia y la identidad.

Desde distintas disciplinas, en especial la Sociología y la Antropología social, se han analizado distintos factores que explicarían, a manera de hipótesis, la novedad de este movimiento “patrimonializador”. Entre ellos podemos citar la reacción frente a los procesos de globalización, reclamando una identidad particular frente a la percepción de una creciente  homogeneización de las pautas económicas y culturales. Como señala Andreas Huyssen[2], dado que el proceso de globalización  la puesta en revisión de los pasados, tanto en su dimensión nacional, regional o local deben ser pensados de manera conjunta, la pregunta que surge es si las culturas de la memoria contemporáneas pueden ser leídas en general como formaciones reactivas a la globalización económica.

Otras hipótesis ponen el foco en diversos factores: la generalización de una conciencia  catastrófica- de peligro- en la “sociedad mundial del riesgo”; la acentuación de las tendencias reflexivas de la modernidad que conduce a una apropiación racional de la tradición para recuperar los elementos del pasado o la desconfianza hacia los excesos de modo de vida industrial y tecnológico.

También es imprescindible considerar la relación entre la necesidad de recordar y las actuales transformaciones de la experiencia temporal como consecuencia del impacto de las innovaciones tecnológicas sobre la percepción y la sensibilidad. Las nuevas determinaciones de la compresión espacio/tiempo son abordadas desde las distintas ópticas (como por ejemplo las de: Bauman, Giddens, Harvey)[3], pero todas ellas ponen de manifiesto el enorme impacto que producen en la cultura y las relaciones sociales, generando una instantaneidad y transitoriedad en las modas, técnicas, productos, y en los vínculos entre las personas. En este contexto se entendería la búsqueda de algo “duradero” en un mundo en constante cambio. El auge de la memoria constituiría así una estrategia de supervivencia, una forma de resistencia contra esa aceleración del tiempo, basada en una “memorialización” materializada para contrarestar el riesgo del olvido. 

En nuestro país el creciente interés por el patrimonio cultural, se acentuó a partir de la crisis del 2001-2002. Este hecho responde por un lado al rescate de la memoria colectiva de los tiempos infaustos de la última dictadura militar, pero también a una nueva valorización, por parte de la sociedad y -puesta de manifiesto en muchas instituciones, organizaciones y organismos gubernamentales- de las distintas culturas presentes en el territorio. A ello se agrega la necesidad poner en valor económico a determinadas zonas después de las brutales transformaciones sociales y económicas de los ´90. 

Es sumamente importante aclarar que la investigación se sustenta en categorías conceptuales como la de Cultura Popular. Sería entonces interesante recordar lo planteado por  Stuart Hall en “Notas sobre la desconstrucción de «lo popular»”: 

“Durante la larga transición hacia el capitalismo agrario y luego en la formación y evolución del capitalismo hay una lucha más o menos continua en torno a la cultura del pueblo trabajador, las clases obreras y los pobres. Este hecho tiene que ser el punto de partida de todo estudio, tanto de la base como de la transformación de la cultura popular. Los cambios de equilibrio y de las relaciones de las fuerzas sociales durante la citada historia se manifiestan, una y otra vez, en las luchas en torno a las formas de la cultura, las tradiciones y los estilos de vida de las clases populares. El capital tenía interés en la cultura de las clases populares porque la constitución de todo un orden social nuevo alrededor del capital requería un proceso más o menos continuo, pero intermitente, de reeducación en el sentido más amplio de la palabra. Y en la tradición popular estaba uno de los principales focos de resistencia a las formas por medio de las cuales se pretendía llevar a término esta «reformación» del pueblo. De ahí que durante tanto tiempo la cultura popular haya ido vinculada a cuestiones de tradición, de formas tradicionales de vida y de ahí que su «tradicionalismo» se haya interpretado equivocadamente tan a menudo como fruto de un impulso meramente conservador, que mira hacia atrás y anacrónico. Lucha y resistencia, pero también, por supuesto, apropiación y expropiación. Una vez y otra, lo que estamos viendo en realidad es la destrucción activa de determinadas maneras de vivir y su transformación en algo nuevo. «Cambio cultural» es un eufemismo cortés que disimula el proceso en virtud del cual algunas formas y prácticas culturales son desplazadas del centro de la vida popular, marginadas activamente. En vez de limitarse a «caer en desuso» a causa de la Larga Marcha hacia la modernización, las cosas son activamente apartadas para que otra pueda ocupar su lugar”[4].  (…)

*Fragmento tesis de Licenciatura - Melisa Busaniche, Licenciada y Profesora en Comunicación Social, Locutora Nacional N°12398, Embajadora Cultural Salteña en Santa Fe


 
[1] Esta idea se vincula con la concepción de “lo otro” y “lo mismo” delineadas por Foucault con relación a la historia de la locura y del orden, respectivamente.
[2] Andreas, Huyssen (2001). “En busca del futuro perdido”. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires, Fondo de cultura económica.
[3] Bauman, Zygmunt (1999). “La globalización”. Consecuencias humanas. Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Bauman, Zygmunt (2002). “Modernidad líquida”. Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Giddens, Anthony (1993). “Consecuencias de la modernidad”. Madrid, Alianza Editorial.

Harvey, David (1998). “La condición de la posmodernidad”. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrortu. 
[4] Stuart Hall. Notas sobre la desconstrucción de «lo popular. Historia popular y teoría socialista, Crítica, Barcelona, 1984. Pág. 1

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