La pérdida de reservas en el Banco Central, la inflación y la
restricciones cambiarias son algunos de los temas sobre los cuales
operadores de mercado, empresarios y muchos ciudadanos aguardan
que la presidenta Cristina Kirchner comience a adoptar medidas
tras ser dada de alta.
Esas y otras cuestiones de fondo, como el freno a las
importaciones y los controles de precios que no vienen dando los
resultados esperados, forman parte de una extensa lista de
cuestiones potenciadas durante el mes de posoperatorio de la jefa
de Estado.
Existe sensación de parálisis en el equipo económico, o más
precisamente de posiciones contrapuestas que se neutralizan entre
sí, en medio de internas cada vez más evidentes.
En especial esa contradicción alcanza a qué hacer con el
mercado cambiario, donde no existe unidad de criterio entre el
Banco Central, el Ministerio de Economía y la Secretaría de
Comercio Interior.
Por cómo se manejó la presidenta en sus casi seis años de
gobierno, no es de esperar que regrese a sus funciones y ponga en
marcha una inmediata batería de medidas para corregir las
distorsiones del modelo económico.
En cambio, sí podrían comenzar a salir medidas graduales
destinadas a tratar de atenuar el daño que la brecha entre el
dólar oficial y el blue le están provocando a la economía.
En especial preocupa el deterioro del poder adquisitivo, a un
ritmo que orilla el 3 por ciento mensual, y que ya disparó
reclamos de la CGT opositora que exigiría un plus cercano a los
5.000 pesos para fin de año, en línea con lo que ya anticipó el
sindicato de Camioneros.
Del lado empresario consideran que el costo laboral se escapó y
es uno de los factores que están impulsando la inflación.
El otro componente es el encarecimiento de insumos, muchos de
los cuales se vienen cotizando a un dólar más cercano al "blue",
y las trabas para importar.
En este escenario, la caída de reservas parece haber tomado por
sorpresa al gobierno nacional.
Cuando se aplicó el cepo progresivo a la compra de dólares,
existió una promesa a la jefa de Estado de que evitando atesorar
divisas se empezaba a terminar el problema de la pérdida de
reservas.
Por esa razón, la presidenta decidió asumir el costo político
que la terminó de enemistar con los sectores con alguna capacidad
de ahorro en la Argentina, y en especial con las clases medias,
acostumbradas a refugiarse en divisa estadounidense para
resguardar su patrimonio.
Con el cepo cambiario, la fuga de capitales se atenuó, pero no
en los niveles que le habían prometido sus funcionarios a la
mandataria.
Los cálculos de la titular del BCRA, Mercedes Marcó del Pont,
pero sobre todo del secretario de Comercio Interior, Guillermo
Moreno, habrían sufrido un error abismal.
Tenían previsto comprar más de U$S 12.000 millones y terminaron
vendiendo más de U$S 2.000 millones.
Fallaron por unos U$S 14.000 millones de dólares, sin que el
ministro de Economía, Hernán Lorenzino, dijera nada al respecto.
Pero a la presidenta sobre todo debería preocupar la falta de
capacidad para anticipar esto por parte del viceministro de
Economía, Axel Kicillof, quien desembarcó en el Palacio de
Hacienda con decenas de técnicos, la mayoría traídos de la UBA, y
sin embargo tampoco pudo prever semejante comportamiento del
principal activo que tiene el país para defenderse ante una
corrida.
Sin divisas suficientes en el BCRA, la crisis cambiaria
terminaría de convertir en una pesadilla la aventura del cepo.
Para colmo, las importaciones de combustibles, provocadas por
una crisis energética largamente anunciada por el grupo de
exsecretarios de Energía a los que el gobierno suele vapulear,
eleva a 13.000 millones de dólares la necesidad de divisas para
importar combustibles y evitar cortes a los hogares en el próximo
invierno.
En octubre, las importaciones de gas y combustibles llegaron a
U$S 1.000 millones y subieron 90% respecto del mismo mes del
2012.
El déficit no es solo en materia energética: el complejo
automotriz arrojará un déficit de U$S 7.200 millones este año, por
la importación de autopartes por U$S 8.500 millones.
Cuantos más autos se venden, más autopartes hace falta traer de
afuera y más nafta se consume, presionando sobre las
importaciones.
A eso se suma el desbalance en electrónica, que fue de U$S
6.500 millones en 2012 y puede superar los U$S 7.000 millones este
año.
Hasta ahora, lo único que se le ocurre al gobierno es apelar al
sector agropecuario, como lo vino haciendo en la última década de
precios récords de las materias primas.
Primero con un nivel alto de retenciones, luego aprovechando la
brecha cambiaria, por la cual las divisas sojeras se liquidan a
dólar oficial menos el 35%, pero rinden a casi 10 y, en la última
semana, limitando la financiación en pesos de cerealeras.
La política de parches parece estar alcanzando su techo: la
economía empieza a necesitar un plan integral, pero aplicarlo
tendrá costos altos, que un gobierno al que le esperan largos 25
meses para concluir su mandato, no parece tan dispuesto a encarar.