No estaba en mis planes adentrarme en la tupida selva brasilera del barrio de São Corado, todo lo contrario, esa mañana perfilaba como un día más de playa, mates, un buen libro y largas charlas. Pero tal como rompe la marea, sorpresivamente, en la playa de Copacabana, me vino el aroma del encantador Parque de Ibirapuera, en São Pablo, y con él la obra de Niemeyer. ¿Pero cómo convencer al resto de abandonar la reposera y el sol y venir a tocar hormigón? Esto también fue parte de la aventura.
Cuando llegamos a São Corado, todo parecía en vano ante la negativa de un jardinero que nos prohibía la entrada a la casa detrás de unas rejas. De manera insistente trate de sacar chapa de mi profesión y mi condición de foráneo para explicarle porque la urgencia de conocer esa casa que asomaba detrás de él. Pero no fue suficiente, la negativa seguía firme. Para ese entonces la Fundación Niemeyer todavía no ofrecía sus servicios de visita y entrar a la casa era un poco cuestión de suerte, una suerte que por el momento no asomaba. Pero quien habla de suerte, habla de paciencia, y fue el mismo jardinero quien minutos antes me negaba el acceso, el que me sugería volver dentro de dos horas para que una arquitecta local me acompañe a conocerla.
Finalmente entramos a Casa das canoas, mejor dicho, bajamos. Bajamos por un puente que te invita a ingresar a una casa totalmente orgánica, que convive de manera natural con el terreno que habita. Con una irregularidad geométrica impactante, que refleja las irregularidades de la montaña, las olas del mar y las curvas de la mujer amada. En palabras del autor: “mi preocupación fue proyectar una residencia con entera libertad, adaptándola a los desniveles del terreno sin modificarlo, haciéndola en curvas, de forma que la vegetación pudiera penetrar en ellas, sin la separación ostensiva de la línea recta”. “Y creé para las salas de estar una zona en sombra, para que la parte vidriada evitara cortinas y la casa quedara transparente, como prefería”. Y así tal cual lo describe Niemeyer, se siente. Una residencia en absoluta libertad, donde se siente suavemente los alrededores y adaptada a las irregularidades del terreno, logrando fielmente que la vegetación penetre en la casa.
Foto: Casas das Canoas - Arq. Airaudo Saavedra
¿Pero cómo quedarse con este sabor en boca sabiendo que existen otras tantas “maravilhosas” obras de este genio brasilero?. Y como la complicidad del grupo seguía, y ahora con más entusiasmo que antes nos fuimos a Niteroi, a ver la última obra de Niemeyer en Brasil, el Teatro Popular.
El teatro está ubicado en el centro de Niteroi, una de las ciudades más importantes del Estado de Río de Janeiro, y desde el edificio se puede observar una vista soberbia de toda la ciudad de Río. El edificio está dotado de las curvas en hormigón que ya constituyen la seña de identidad de Niemeyer y de dos paneles gigantes de azulejos con bocetos de figuras humanas en movimiento. Una innovación es el palco reversible que puede servir para espectáculos de cara a una platea interior, con capacidad para 350 personas, pero que también puede abrirse hacia una plaza con capacidad para 10.000 personas. Una pared de vidrio permite al público ver la bahía desde el interior del teatro, que se refleja en el agua de la bahía, y cuenta con una rampa y escalera en espiral, elementos frecuentes en las obras de Niemeyer.
Es maravilloso ver como trabaja el hormigón, sus sinuosidades y sus cúpulas. La genialidad de Niemeyer está ligada a su descubrimiento de la capacidad moldeable del hormigón armado.
Traigo a Niemeyer en mis pupilas desde São Pablo, cuando me acogió el Parque Ibirapuera en la entrega del premio por la obra del Centro Cultural del Viejo Mercado en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. En el conviven un conjunto de construcciones que dan la impresión de haberse caído del cielo entre la naturaleza del parque. Entre ellos, el auditorio, una construcción de 7 mil metros cuadrados con capacidad para 800 personas. De esta manera, Niemeyer vuelve a demostrar su dominio sobre las posibilidades plásticas del hormigón armado al proyectar una volumetría trapezoidal, pintada en un blanco deslumbrante que contrasta con el rojo intenso de la estructura metálica de la marquesina de acceso.
Después de este recorrido, como no pensar en Brasilia. Una visita que aún queda pendiente, en este camino infinito por las obras del gran maestro Óscar Niemeyer.
Foto: Parque Ibirapuera - Arq. Airaudo Saavedra