Editorial

Brasil, 100 días de Bolsonaro

Con la asunción como presidente de Brasil en el primer día de este año, Jair Bolsonaro generó expectativas positivas en el país que lo entronizó, en los inversores que apostaron a sus ideas, promesas de reformas pro mercado y claro que también entre sus principales socios comerciales, como la Argentina. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro como postula en antiguo refrán ya que el todavía flamante jefe de Estado brasileño cumplió 100 días en el gobierno el pasado miércoles con un alto grado de desgaste de su gestión. Esta sustancial pérdida de confianza pública en tan poco tiempo de trabajo obedece a lo que hace y lo que dice. 

Si bien Bolsonaro prometió romper con la "vieja política" y destrabar la economía en el arranque de su gobierno, el inicio de su mandato al frente de Brasil estuvo marcado por batallas de poder y errores que erosionaron su popularidad y pusieron en duda sus reformas. Una encuesta publicada por Datafolha el pasado domingo muestra que el Presidente Bolsonaro tiene la peor evaluación en los tres primeros meses de un primer mandato desde la redemocratización de Brasil en 1985. El sondeo revela que el 30% de los brasileños consideran que su gobierno es "malo o pésimo", mientras que un 32% lo consideran "bueno o excelente" y un 33% "regular". De este modo, el nivel de popularidad del excapitán, que en enero era del 67%, bajó a 51% en marzo, el peor registrado por un presidente en su primer mandato en sus tres primeros meses de gestión.

Apodado "el Trump de los trópicos" debido a su admiración por el presidente de Estados Unidos, Bolsonaro cumplió con algunas de las promesas para los primeros 100 días de su gobierno, como la autorización de la posesión de armas o el lanzamiento de las privatizaciones. Sin embargo, los analistas consideran que las intrigas, las divisiones y las torpezas frenaron en seco la euforia de los mercados y de sectores que votaron por el candidato ultraderechista, poniendo fin a décadas de gobiernos de centro y centro-izquierda.  

Una serie de errores y horrores han socavado aún más la credibilidad de Bolsonaro y expuesto la inexperiencia de su gobierno. La iniciativa reciente del presidente de conmemorar el golpe militar de 1964 provocó indignación y protestas. Y su afirmación, durante una visita al museo del Holocausto en Israel, este mes, de que los nazis eran "izquierdistas" fue ridiculizada. Además, una serie de escándalos, incluidas las denuncias de transacciones financieras ilegales que involucran a uno de sus hijos, han dañado su imagen de "paladín anticorrupción". 

En la campaña para las elecciones presidenciales del año pasado, Bolsonaro ocupaba un lugar opaco entre los candidatos hasta el día en que fue acuchillado y se convirtió en el centro de la escena electoral. Desde ese momento marcó una ofensiva discursiva basada en mensajes simples de que acabaría con la criminalidad, la violencia y la corrupción endémica, lo que le permitió alzarse con un triunfo en las urnas. Pero el actual mandatario, quien durante décadas como diputado se hizo más conocido por sus insultos y sus declaraciones racistas, misóginos y homófobos y su defensa de la dictadura militar (1964-1985) que por su labor legislativa, está descubriendo que su estilo inflexible y su inclinación por Twitter no están funcionando en el Congreso, donde carece de mayoría propia y necesita las virtudes de un ajedrecista para construir consensos.

Su plan para reformar el para muchos insostenible régimen de jubilaciones está bloqueado tras una disputa con aliados políticos clave. William Jackson, economista de Capital Economics con sede en Londres comentó que en las últimas semanas asomó el Bolsonaro auténtico al dejar ver su falta de experiencia de gobierno, ilustrada por el deterioro de sus relaciones con el Congreso, y sus luchas por mantener unida a su coalición, parecen haber llevado a una parálisis en la formulación de políticas.

En el actual escenario, le resultará más difícil impulsar políticas más polémicas en la heterogénea Cámara Baja del Congreso, donde su Partido Social Liberal controla apenas 54 de los 513 escaños. Eso significa que se verá obligado a concluir alianzas ad hoc con legisladores de varios partidos que forman parte de las bancadas de "las 3 B": Biblia, Bala y Buey, es decir los evangélicos, el lobby de las armas y los defensores del agronegocio. La confusión afecta al propio Ejecutivo, presa de la lucha de facciones que comprenden a los militares, a los ideólogos ultraconservadores y a los hijos del presidente. Todos compiten por tener mayor influencia política.

Ante la falta de avances en el Congreso, en los últimos días, el presidente dio la impresión de adoptar un tono más conciliador, manteniendo reuniones con líderes de varios partidos. Puede que finalmente haya aceptado el denostado "toma y daca" de la política brasileña, estimó David Fleischer, profesor emérito de ciencias políticas en la Universidad de Brasilia. Pero puede también que no logre aprobar reformas clave y que su gobierno "siga a la deriva hasta 2022", agregó en un análisis preocupante. 




 

Autor: REDACCION

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