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Aquellos viejos amigos de tinta y papel

Por Orlando Pérez Manassero

Mi máquina de viajar en el tiempo está otra vez en marcha. Esta vez voy a retroceder casi 75 años, es decir a principios de 1949. La calle Colón era de tierra y me veo caminando por una de sus veredas de ladrillos para llegar a la Escuela Bartolomé Mitre; era mi primer día de clase. Tenía seis años y comenzaba mi vida escolar curiosamente sabiendo leer algunas palabras de “La Opinión”, el diario de la ciudad, fruto de unas simples enseñanzas de mis padres. Y tenía otra habilidad; cuando contaba con cuatro añitos había presenciado mi primera carrera de autos en el centro de Rafaela y sabia dibujar el auto rojo de Oscar Gálvez, el ganador, con la particularidad de usar naturalmente algo que años después recién supe se llamaba perspectiva. Dicen que todos nacemos con parte de nuestro destino trazado y parece ser que antes de comenzar mi educación escolar ya contaba en mi naturaleza con la facultad de entender como era eso de ver unos signos escritos y convertirlos en los sonidos de una palabra y, por otro lado, dibujar autitos y casas con detalles inusuales para mi edad. Al año siguiente, 1950, llamado “Año del Libertador General San Martín”, cursando el primer grado superior, ya podía leer de corrido y ganaba mi primer concurso escolar de dibujo. Era entonces lógico que siendo un pequeño que aborrecía la aritmética pero gustaba del leer y dibujar me sintiera atraído por las historietas gráficas. No me voy a referir a los nombres de las revistas que los domingos me compraban mis padres sino a recordar a los personajes de ellas, esas figuras en blanco y negro o color que fueron desfilando ante mis ojos y que tuve como amigos imaginarios desde el yo niño al adolescente que fui. El comienzo fue con Walt Disney y mis primeros compañeros de aventuras serían el Ratón Mickey, el Pato Donald, el perro Pluto, Dippy, el tío Patilludo y el Bichito Bucky. Luego me acompañaron la Familia Conejín, el perro Batuque y su dueño Gorrita, Ocalito y Tumbita, Pelopincho y Cachirula, Periquita, Popeye el Marinero y no debo olvidar a la Vaca Aurora con Chif el farmacéutico y su ayudante Nicodemo. Cuando se sumaron años a mi vida los nuevos amigos fueron entonces el rey de la selva Tarzán, los reyes del espacio Flash Gordon y Buck Roger, el detective Dick Tracy, los cowboy Gene Autry y Roy Roger, Mandrake el Mago, el Agente Secreto X-9, el mediático Tatalo de Radiolandia y el Superhombre. La mayoría de estos personajes eran de origen estadounidense, lugar donde había nacido la historieta allá por 1894 cuando el diario World publicaba los dibujos y textos de “El pibe amarillo”. En Argentina las revistas Caras y Caretas y P.B.T. recién comenzarían a difundir trabajos del tipo chiste político gráfico en 1903, productos del lápiz de los dibujantes Alonso, Cao, Sirio y otros. En la década de los cincuenta los personajes de historieta argentinos eran muchísimos, pero quiero recordar solo aquellos que fueron mis favoritos. El Indio Patoruzú, su sobrino Isidoro, Upa y la Chacha precedieron a Don Fulgencio, Avivato y a la todavía presente Ramona. No olvido a Langostino, Cara de Ángel, Bólido, Manuco y Meneca, Bombolo, el Doctor Merengue y su otro yo, a Babilonio, a la gordita Pochita Morfoni, a Orsolino director y, a pesar de sus desgraciadas personalidades, a Falluteli, Fúlmine, Ventajita, Amarroto y Purapinta. Admiraba además la super inteligencia de María Luz y reía con las metidas de pata de Mordancio, el de Motín a Bordo. A medida que pasaron los años se fueron agregando otros héroes como el Sargento Kirk del 7 de Caballería estadounidense, Misterix y su traje invulnerable, Bull Rocket y sus extraordinarios conocimientos, Poncho Negro con su caballo Satán y su inseparable amigo Caluga, y Vito Nervio el gran detective argentino. Se aproximaba el fin de la década e iba dejando de ser un adolescente. Y un día llegaba la historieta mayor, fue casi la última que me tuvo totalmente atrapado, se llamaba El Eternauta, era de ciencia ficción y bien argentina. Por un tiempo me absorbieron las aventuras de sus protagonistas Juan Salvo, Favalli, los Ellos, los Manos, cascarudos y gurbos. Mientras disfrutaba de esta última aventura culminaba la década y ya tenía muy próxima la “colimba”. Luego de cumplir con este último trámite vino el tiempo de trabajar y comenzar a pensar en formar una familia. Aún faltaba Mafalda que atrajo mi atención en la década de los sesenta y un tiempo después, ya en los setenta, también Boogie el Aceitoso e Inodoro Pereyra, el renegau. Pero al fin todos esos personajes pasaron a ser solamente recuerdos y aunque vinieron otros que eran los protagonistas de las aventuras de mis hijos, y luego otros más dueños de las historias de mis nietos, ya no eran lo mismo. Y un día, muchísimos años después, se me ocurrió que tenía una deuda con aquellos, los de mi tiempo, y quise pagar tan lindos momentos pasados. Me pareció que debía hacerlo con mis textos y mis dibujos y fue entonces que nació un cuadrito en el mismo diario de mis primeras letras con un personaje al que le puse por nombre Doctor Vito y que es mi humilde y simple forma de homenajear a todos aquellos que fueron mis viejos amigos de tinta y papel.

Autor: REDACCION

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