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Amores casuales

Por Ing. Hugo N. Bruno*

La extensa tribu de padres, hijos, primos y amigos de la familia Pelayo de España se instalaba en los casinos por horas y horas para analizar hasta los más mínimos detalles y de esa manera desarrollar el sistema que le permitió tener fortuna en los juegos de azar.
Casi todos ellos terminaron enrollándose amorosamente e incluso casándose con crupieres. He aquí la prueba más evidente de lo que es el amor, me dije. Porque el amor es algo que llevamos dentro, es una necesidad esencial del ser humano, como el hambre o la sed. A dicha necesidad la saciamos con lo que nos cae más cerca, con lo que podemos. Es como si nos gustara comer merluza a la vasca, pero si el hambre arrecia nos conformamos con un grasiento bocadillo de calamares. En este orden de ideas, los médicos suelen enrollarse con enfermeras, los oficinistas con otros oficinistas y los Pelayos, claro, con crupieres, ya que no tenían tiempo para tratar con otra gente en sus largas horas de trabajo ruletero.
Resulta consoladora esa capacidad de nuestra especie para adaptarnos a lo que hay a mano. Lo inquietante es el dolor que ese emparejamiento puramente casual puede provocarnos.
En general, queremos creer que hemos elegido libremente a la persona amada y no admitimos que hemos coincidido con ella por pura chiripa en el maldito casino donde nos ha tocado jugar. Sin embargo, si ese amado nos desdeña sufrimos como perros porque creemos que estamos perdiendo a la mujer o al hombre de nuestra vida, único y perfecto.
Pero no hay individuos únicos, sino simplemente gente que pasaba por allí, que estaba a mano.
Cada vez que se te hunda el mundo por la ruptura con un gran amor, piensa que en realidad dicho amor no era más que un crupier de los Pelayos. 

* Hugo N. Bruno es Ingeniero, habiendo sido Profesor Consulto de la UTN. En la actualidad se dedica a escribir sobre temas de divulgación. 

Autor: REDACCION

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