Una de las últimas investigaciones de la Universidad de Stanford, respecto a la educación, señala
que el entorno físico donde se desarrolla el aprendizaje puede variar el rendimiento de los
alumnos hasta un 25%. En el estudio se investigó el desarrollo de varios grupos de alumnos
teniendo en cuenta distintos parámetros de diseño de sus aulas y centros educativo s- la
orientación del aula, la cantidad de luz natural, el ruido, la temperatura, la flexibilidad de los
espacios, el color o la calidad del aire -. Aspectos que pueden resultar menores o hasta
insignificantes resultaron ser determinantes para concluir que los espacios educativos juegan un
papel destacado en el aprendizaje de los alumnos.
Renovarse o morir
Si, en los nuevos modelos y tendencias pedagógicas, el centro del proceso de aprendizaje ya no es
el profesor sino el alumno, pierde sentido una distribución espacial que oriente los pupitres hacia
el pizarrón y hacia el profesor. Si se tiende a trabajar cada vez más en grupos, es impensable que la
mayoría de las mesas disponibles sigan siendo individuales. Si se hace una obra de teatro
trimestral, que el auditorio esté cerrado durante semanas no parece una opción lógica.
Ante esta situación, las propuestas que ya han empezado a aparecer y que todo indica que
veremos cada vez con más frecuencia apuntan en una dirección clara: versatilidad, transparencia
y polivalencia. Espacios educativos en lugar de aulas. Pronto no existirán las aulas de música, o las
de plástica, porque serán sustituidos por espacios que aceptarán actividades de distinto tipo. Las
aulas de informática perderán el sentido porque los ordenadores se usan ya en todas las clases y
en muchos momentos. Los pasillos no serán lugares de paso sino espacios donde trabajar en
grupo, donde leer, compartir o descansar.
Lo que, en general, tienen en común las escuelas que se suman a la innovación en la arquitectura
educativa es lo siguiente:
- Aulas. Son amplias o inexistentes. Los nuevos modelos innovadores proponen acabar con
el concepto de “aula” o “clase” como unidad física y organizativa. Se propone derrumbar
muros y utilizar vidrios para separar espacios con el fin de crear entornos amplios y
multiusos para los alumnos. Lejos quedan las aulas rígidas donde cualquier movimiento de
mobiliario provoque, además de un gran alboroto sonoro, ciertas limitaciones a nivel
pedagógico. - Pasillos. No se conciben como lugar de paso sino como espacios significativos donde
compartir y aprender. En ellos se pueden encontrar pizarras para aprender
conjuntamente, murales colaborativos, sofás para la lectura, mesas de trabajo
colaborativo, rincones para descansar, etc. - Mobiliario. Que sea funcional y se adapte a las necesidades de alumnos y de profesores.
Las sillas con ruedas pueden facilitar el cambio de posición, los pupitres modulables
posibilitan agrupaciones distintas, las mesas colectivas permiten el trabajo colaborativo,
las estructuras en gradas contribuyen a realizar presentaciones en público, etc. Cualquier
tipología de mobiliario debe tener en cuenta el uso creciente de las tecnologías en el aula. - Color. Los espacios alegres predisponen a los alumnos a ser más receptivos. Por ello, los
colores tienden a ser más vivos en niveles inferiores y más suaves en etapas, pero una
constante en todos los centros educativos. Olvidado queda, pues, el modelo de paredes
blancas y mesas de color uniforme. - Iluminación. Más importante de lo que parece. La orientación de los espacios vuelve a ser
protagonista, para garantizar el máximo aprovechamiento de la luz natural. En los nuevos
diseños educativos predominan las cristaleras grandes, los mecanismos para regular la
entrada de luz y el vidrio como pared separadora entre espacios, que, claro, permite el
paso de la luz entre salas. - Tecnología. La incorporación de ordenadores, tabletas y smartphones en el aula exige la
instalación de enchufes, redes inalámbricas y proyectores o pizarras digitales que
permitan compartir lo que se visualiza.
“Tal y como están concebidas las aulas, los niños llegan a clase, se sientan en un silla y se limitan a
escuchar y a hacer lo que les dice el profesor. Es antinatural tener a estudiantes tan pequeños
inmóviles en sus pupitres sin la posibilidad de desplazarse libremente y encontrar el entorno en el
que se sientan más cómodos. Los seres humanos somos diferentes y nuestro cerebro funciona de
forma distinta. Hay niños que necesitan total tranquilidad para procesar nueva información y otros
que lo hacen mejor de forma colaborativa. La escuela moderna tiene que adaptarse a esa realidad
y el diseño del espacio puede cambiar el modo de pensar, funcionar y reaccionar. Este tipo de
estructuras más flexibles incentivan al niño a tomar sus propias decisiones. No se trata de poner
ruedas a las sillas y a las mesas, sino de permitir la libertad de movimiento de los chicos” Rosan Bosch, diseñadora holandesa, mundialmente reconocida por impulsar espacios innovadores en colegios de todo el mundo.