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A 20 años de su estreno, ¿por qué volvemos a “Nueve reinas” una y otra vez?

Por Manuel Quaranta

A veinte años de su estreno (31 de agosto del 2000) no conozco a nadie que no haya visto Nueve reinas, del fallecido Fabián Bielinsky. Y no sólo no conozco a nadie que no la haya visto sino que no conozco a nadie que la haya visto una sola vez. Cuando consulto, cual antropólogo aficionado, a amigos, familiares, conocidos, las respuestas son invariables –en su variabilidad–: tres, cuatro, cinco, “no me acuerdo cuántas”. Observo, entonces, en este sentido una disposición total hacia Nueve reinas, una disposición que se vuelve predisposición a pesar de ser una película cuyo desenlace resignifica la historia completa.

Uno, profesional, experimentado, sobrador; el otro, joven, diletante y agobiado por una deuda (la deuda del padre). Ambos, en un momento, se encontrarán envueltos en un plan para vender las costosas estampillas Nueve reinas y de ese modo lograr la tan ansiada salvación económica. Pero es recién en los minutos finales cuando advertimos el verdadero objetivo de Juan (en realidad Sebastián), y tras esa revelación comprendemos que la película ha sido una puesta en escena, una trampa tendida a Marcos, a Marcos y a nosotros, espectadores ingenuos, y que todos los personajes (doblemente actores) formaron parte de la farsa; revelación última que efectivamente resignifica el rol de Darín, dado que –retomando una expresión cara a la historia del teatro español– pasa de burlador a burlado, y por qué no el nuestro, el del espectador, que ocupará junto al delincuente ese desventurado rol.

Hasta aquí lo acostumbrado. Incluso, más allá de ciertas diferencias, la resolución coincide con la de Sexto sentido. ¿Entonces? ¿Dónde radica la particularidad de Nueve reinas?


MI HIPÓTESIS

Lo valioso de Nueve reinas surge en el segundo visionado, en el primero, quedó claro, somos espectadores burlados, igual que Darín –espectador y actor de su propio engaño–, pero a contramano de Sexto sentido, que al enterarnos del recurso su eficacia se licua (“ah, estaba muerto”), en Nueve reinas, la segunda vez –la tercera, la cuarta, la quinta– ya no vemos lo mismo, la trama nos envuelve, nos vuelve a incluir, pero ahora (un ahora múltiple), en otro rol, el de burladores. Por eso Nueve reinas es una novedad que sigue siendo una novedad, es una película a la que, a pesar de conocer en detalle su trama, de recordar diálogos de memoria, nos enfrentamos “con previo fervor y con una misteriosa lealtad”, ese fervor y esa lealtad son en reconocimiento de que la película nos vuelve parte esencial de su ficción, pero eso sólo ocurre –sólo puede ocurrir– en la segunda visión, en la revisión. Sólo al verla de nuevo aparece algo nuevo, inédito, sin precedentes, y que surge –como por primera vez– en la repetición.


¿Y POR QUÉ?

Porque en Nueve reinas, la historia –la trama–, siempre hablando de la segunda vez, parecería carecer de importancia –estamos informados de la puesta en escena, sabemos que cada uno de los personajes cumple un papel dentro de su papel–, pero simultáneamente nos sigue importando, convocando, motivo por el cual nunca suspendemos la creencia en la ficción –ficción dentro de la ficción–, seguimos creyendo a pesar de haber descubierto la farsa o la comedia, somos burladores y burlados, estafadores y estafados, víctimas y verdugos; la historia, de una forma u otra, termina por incluirnos, aunque los personajes se encarguen de señalar que “esto no es real”, que “se terminó la función”. Nos resistimos, de alguna manera, a que la función se termine, queremos más ficción, siempre más.

Un momento extraordinario de Nueve reinas tiene lugar en la célebre escena del baño. Todos la recuerdan por el hecho de que Darín lanza su famosa frase: “putos no faltan, lo que faltan son financistas”, pero lo extraordinario de la escena no resulta ser particularmente la frase que resume la sombría visión de mundo del personaje, sino el modo en que Darín va colocando los fajos de toallas de papel encima del lavatorio, fajos que Pauls sigue con mirada atenta, respondiendo a las preguntas de Darín sobre su propio precio; quizás este sea el punto máximo de la ficción, ya que se filtra la ficción del dinero, papeles blancos que hacen como si fueran billetes, papeles blancos que en Nueve reinas valen dólares (es sintomático que en la deplorable versión norteamericana, titulada Criminal, la escena del dinero haya sido suprimida). 

Autor: REDACCION

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